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El Abisinio - Rufin Jean-christophe - Страница 51


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Mace fue a hacer su encargo y regreso despues de ser despedido con cajas destempladas. Murad llego incluso a lanzarle a la cabeza un trozo de baklava muy grasa que se estaba comiendo.

– Esta comedia ya ha durado demasiado -dijo el sendr De Maillet con mucha sangre fria y en tono resuelto-. Se muy bien como poner en claro este asunto de la carta. Y creame, si confiesa que no tiene ninguna, no tendre ningun escrupulo en ponerlo de patitas en la calle, con sus animales, sus esclavos y sus guinapos.

Y diciendo esto, el consul pidio que prepararan la carroza y ordeno que se hiciera anunciar en la residencia del pacha.

A su regreso de la audiencia estaba visiblemente satisfecho y paso una noche excelente. Pero por desgracia, cuando al dia siguiente entro en su gabinete de trabajo, anunciaron la visita del padre Plantain.

El jesuita habia llegado a El Cairo poco tiempo despues de la partida del padre De Brevedent. El ataque que habia abatido al padre Gabonau habia propiciado que el recien llegado se presentara oficialmente, de tal forma que el padre Plantain se habia convertido en pocas semanas en el representante oficial de la Compania de Jesus en esta escala de Levante.

Era un hombre de unos cuarenta anos que habia heredado sus anchos hombros de una familia dedicada desde siglos al comercio de ganado vacuno en la region de Charolles. Tenia unas manos largas y finas que cruzaba y descruzaba lentamente, mirandolas con ternura, tal vez porque eran la unica parte de su cuerpo que desmentia sus origenes de ganadero. Su rostro parecia aplastado bajo el enorme disco de un craneo redondeado y canoso, que sobresalia por encima de los ojos. Esta frente alta, considerada muchas veces como un signo de inteligencia, le daba en cambio, un aire ligeramente apocado, como si fuera a desplomarse sobre la cara. Con semejante fisico solo podia haber sido descuartizador o musico. Afortunadamente se decanto por los estudios y entro en el noviciado. Durante su estancia en El Cairo habia dado al consul sobradas pruebas de su malicia y de su habilidad para urdir intrigas. Al principio, el senor De Maillct creyo erroneamente que el cura era directo e inofensivo, pero al descubrir su verdadero caracter se sintio enganado, y a partir de ese momento no tuvo reparos en estimar que el cura era capaz de los fariseismos mas impensables.

– ?Cuanto me alegro de verle, padre! -dijo el consul al contemplar al hombre de negro en el vano de su despacho.

Desde el primer momento, el diplomatico se armo de la prudencia con que se actua para atrapar a un animal venenoso con la punta de un baston.

El padre Plantain no se anduvo con tantos remilgos y disimulo su hipocresia con una rudeza casi militar, soltando un «Excelencia» como si se tratara de un ladrido, y poniendose en posicion de firmes. Por su parte, el senor De Maillet tomo del brazo al hombre y lo acomodo en un sillon.

– He recibido su nota, Excelencia -dijo el jesuita-. Se lo agradezco mucho. ?Esta si que es una magnifica noticia! Hace una semana supimos gracias a usted que lamentablemente el padre De Brevedent no habia podido terminar el viaje. ?Pero aparte de esa desgracia, por fortuna ha llegado el embajador que esperabamos!

El consul habia alertado al representante de la Compania de Jesus del regreso de la mision, pero no le habia invitado a unirse a la delegacion que debia esperar al plenipotenciario. Considerando la situacion reprospectivamcnte, se podia pensar que le habia negado ese honor a proposito.

– Aunque espero su confirmacion -continuo el cura-, parece que han regresado con tres indigenas de Abisima.

– Eso me han dicho a mi tambien -dijo el consul.

– ?Como, acaso no los ha visto?

– Solo de lejos.

El senor De Maillet no tenia intencion de comentar el asunto de las cartas credenciales con aquel intrigante.

– Acaban de llegar, no lo olvide -anadio por si acaso.

El hombre de negro sacudio varias veces la cabeza y, habida cuenta del peso que eso podia suponer, su interlocutor padecio un poco por el.

– Tres abisinios en los asientos reservados a los alumnos de Oriente en el colegio Luis el Grande causaran verdadera sensacion -dijo el jesuita, con los ojos brillantes.

El consul forzo una sonrisa.

– Esta usted informado, Excelencia -continuo el jesuita, inclinandose hacia delante-, de que al parecer los capuchinos capturaron a siete cuando Etiopia estaba en guerra con el Rey de Senaar. ?A siete! ?Se da usted cuenta? Y que van a ir derechos a Roma… -Se inclino y prosiguio en un tono mas bajo aun-: Si los turcos los dejan embarcar.

Acompano esta conclusion con una sonrisa que revelaba su intencion de no dejar que las cosas siguieran su curso sin intervenir.

– Nosotros tendriamos las mismas dificultades -aventuro el consul, arrepintiendose de sus palabras inmediatamente- para hacer salir del pais a los tres abisinios que han llegado ahora…

– Excelencia -dijo el jesuita, incorporandose majestuosamente-, los deseos del Rey de Francia tienen mucho peso, en cualquier caso. El sultan turco nos escucha, creo yo. Observe que me estoy anticipando. Aunque, el diplomatico es usted, y sin duda debe saber mas que yo de estos asuntos.

El senor De Maillet admiraba la perfidia de esa supuesta roca que susurraba sus insinuaciones como una vieja comadre. Asi que penso en sacarle un poco de ventaja.-Efectivamente, los asuntos diplomaticos son muy complejos, padre, y me atreveria a decirle que tal vez mas de lo que supone. Mire usted, lo mas importante es que todo se haga convenientemente y en armonia. Usted, que esta al servicio de la fe, esta acostumbrado a los movimientos en el eter que pueden tener el fulgor del Espiritu Santo cuando desciende a visitar un alma. En cambio nosotros estamos a ras del suelo. Sepa que la politica es el movimiento de los hombres, y no debe precipitarse en modo alguno.

El jesuita no comprendio nada del discurso pero miro al fondo de las pupilas del consul y, al igual que antano su padre desenmascaraba a una bestia que disimulaba su mal talante bajo una apariencia docil y adiposa, se dio cuenta de que el diplomatico le ocultaba alguna informacion importantisima.

La conversacion aun se prolongo diez minutos mas, pero no se entero de ninguna otra cosa.

Al salir el jesuita dudo un instante y opto por dirigirse hacia la casa de Poncet. Llamo a la puerta, pero Jean-Baptiste no estaba, de manera que decidio ir a la Casa de los Venecianos. Un viejo turco, tendido tras la puerta del jardin, respondio al padre Plantain que su Excelencia el embajador de Etiopia no recibia a nadie.

El jesuita se dio la vuelta, totalmente perplejo.

Al caer la noche, el maestro Juremi hizo un discreto rodeo sin abandonar la sombra oscura de los arboles para pasar ante el consulado. En la casa se encontro con Poncet, que le hizo tantas fiestas como si no se hubieran visto en dos meses.

– ?Y yo que imaginaba que iban a tratarte como un heroe contando sus proezas en medio de una corte de admiradoras! -dijo el protestante cuando Jean-Baptiste le hubo puesto al comente de los sucesos de los dias anteriores.

– Eso es porque todavia no conoces la colonia. Tienen miedo, estan alerta. En ninguna parte soy bienvenido. Y evito a los pocos que desean verme, como a ese jesuita que ha pasado por aqui esta tarde y que ha avisado a los vecinos de que queria hablar conmigo. No, creeme, el viaje continua y me siento mas solo aqui, despues de dos dias, que cuando atravesabamos el desierto.

– ?Y Murad?

– A eso voy. Esta alojado como un principe. Pero el consul todavia no se ha dignado recibirle. Quiere ver sus cartas credenciales. Le he hecho prometer a Murad que no ceda y que repita hasta la saciedad que tiene la mision de ir a Versalles.

– ?Y… tu amada?

– No se cuando podre verla otra vez. Pero ayer por la noche… ?Has cenado?

– Todavia no.

– Entonces ven conmigo, vamos a la fonda de Yussuf, frente a la mezquita de Hassan. Alli podremos hablar tranquilos.

Y ambos se dirigieron alegremente a pie hacia la ciudad vieja de El Cairo.

Poncet y su socio volvieron hacia medianoche. No obstante, en el momento en que llegaban a casa, una sombra surgio de la oscuridad de los soportales. El maestro Jurcmi blandio su espada.

– Piedad -dijo la sombra-, soy yo.

– ?Murad! ?Que haces tu aqui a estas horas?

Le hicieron entrar en la casa. Poncet encendio una vela. El armenio sudaba y respiraba muy fuerte.

– Acababa de acostarme hace un rato -dijo jadeante-, cuando de pronto entraron veinte hombres en mi casa.

– ?Veinte hombres? ?Soldados o mercaderes?

– Soldados. Unos turcos completamente locos. Se abalanzaron sobre mi, me amenazaron y me pusieron un gran sable en el cuello, aqui.

Les mostro las carnes que pendian bajo su menton.

– ?Y luego?

– Luego lo registraron todo, lo removieron todo. Y cuando la casa ya estaba patas arriba me dijeron que me presentara manana temprano ante el pacha.

– ?Pero que querian? -pregunto Poncet.

– ?Que se han llevado? -agrego el maestro Juremi.

– Nada.

– ?Como que nada?

– Nada, ni oro, ni presentes, ni ropas.

– Asi que no se han llevado nada…

– Solo la carta del Negus -dijo Murad, bajando la mirada.

6

Durante la larga ausencia de Poncet, Hussein, el pacha de El Cairo y su paciente fiel, se cayo del caballo con tan mala fortuna que se rompio la pierna. Los charlatanes con quienes consulto tenian unos conocimientos tan precarios que le desollaron la piel y le dejaron la herida en carne viva. Todo lo que no habian logrado las revueltas, ni los venenos, ni los excesos, sucedio de pronto, como si hubiera dado un paso en falso en un precipicio, y Hussein murio con horribles sufrimientos.

Para sustituirlo, la Puerta envio a un hombre muy diferente. Se llamaba Mehmet-Bey y era un autentico guerrero. En Hungria habia estado al frente de los ejercitos turcos y se habia granjeado un odio tremendo entre los cristianos. No obstante conocia a los francos suficientemente para distinguir cada una de sus naciones, una molestia que pocos turcos se tomaban en aquella epoca. Sentia predileccion -si asi se puede llamar pues en realidad se trataba solo de un grado menos de odio- por los franceses, contra quienes no se habia batido nunca directamente pues habian firmado con la Sublime Puerta algunas alianzas secretas contra los Habsburgo. Con la edad, Mehmet-Bey se habia convertido en victima de los imanes y los muftis. Esos hombres venerables tenian la habilidad de ejercer su influencia sobre este musulman escrupuloso pero ignorante, de quien esperaban que fuera menos conciliador que su antecesor con los enemigos del islam.

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