Выбери любимый жанр

El Abisinio - Rufin Jean-christophe - Страница 50


Изменить размер шрифта:

50

– Ese hombre es el emisario de un gran soberano cuyo reino ha estado apartado de la civilizacion desde hace siglos. Por ese motivo debemos ser indulgentes, y por ese motivo tambien su llegada es un gran acontecimiento, a pesar de estos incidentes. A partir de manana sabremos que manda decir el Rey de Abisima.

Despues de salir de la residencia del consul, Poncet se dirigio directamente a la Comarca de Venccia para ver a Murad. El armenio habia ordenado que amontonaran los muebles fuera, junto a la pared, asi que al entrar vio el salon de los Venecianos completamente vacio. En la que antes habia sido sala de recepcion de los mercaderes solo quedaban las alfombras y los cojines, que habian sido quitados de los sillones y que ahora se hallaban dispuestos en el suelo. Murad estaba alli sentado, con las piernas cruzadas, bajo la gran arana de perlas de cristal, rodeado de un buen numero de bandejas de plata, copas de cristal y magnificos cantaros preciosos.Jean-Baptiste quiso que le contara el asunto de la mula y la razon de que hubiera llegado por un camino inesperado. Ademas escucho la version de Murad sobre el recibimiento que le habian dado en la colonia. El armenio pensaba que todos esos mercaderes eran muy desvergonzados pues despues de decirle que estaba en su casa y que todos los presentes eran suyos, habian pretendido restringir el uso que pudiera hacer de todos sus supuestos bienes. Nada les parecia bien: ni que las mulas estuvieran en el jardin ni el traslado de los muebles, ni tampoco el cafe que los abisinios habian preparado con tanto placer en un pequeno fuego, encendido cuidadosamente en el mosaico del vestibulo.

Despues de reirse mucho con su aventura, lo cual termino de indignar a Murad, Jean-Baptiste le dijo que no modificara en nada su conducta. Luego, le dio instrucciones muy precisas con respecto a que habria de hacer y decir al dia siguiente, cuando vinieran a pedirle sus cartas credenciales.

A continuacion Jean-Baptiste se dirigio a casa. Esperaba noticias de Alix, de un modo u otro, y estaba nervioso porque no podia quitarse de la cabeza que no la habia visto el dia anterior.

Subio las escaleras a tientas, encendio una vela y descubrio, como esperaba, un papel doblado en cuatro debajo de la palmatoria. Se trataba de una nota de Francoise pidiendole que estuviera en el jardin que quedaba al fondo de la calle de la colonia, cuando hubieran sonado las dos de la madrugada en la campana de la capilla.

5

Alix, de pie en su habitacion, esperaba que llegase la hora en la oscuridad. La luna apenas se insinuaba, y constantemente se oscurecia por el paso de los nubarrones; por eso Frangoise habia considerado factible hacer ese largo recorrido por las calles que las mantendria alejadas del consulado y de sus espias. Al caer la noche, cuando todavia tenia mucho tiempo por delante para decidirse, la joven habia estado diciendose que no iria a esa cita, que era una locura, que ponia en peligro su honor. Pero a medida que pasaban las horas rechazaba esas ideas con tanto denuedo como quien acorrala contra un muro a un bandolero que ha intentado un asalto. Y se dijo: «?Acaso no es verdad que lo amo con toda mi alma?»

Desde aquel instante se sintio tan segura de que iba a ir como antes de lo contrario. Subitamente afloraron a su mente las certezas que habia adquirido por si misma en el transcurso de ese ano en vez de los anticuados argumentos asimilados en su educacion. Durante esos meses en los que tanto habia conversado con Francoise, habia aprendido cuan dignos son los amores verdaderos que no se forjan en el interes sino con la pasion. En cuanto al honor, bastaba con mirar a su madre que tan bien habia sabido guardar el suyo para comprender que se habia convertido en la esclava del hombre que se habia apropiado de su honra. Alix se hacia estas alarmantes reflexiones mientras se vestia. Por lo demas, quien osara creer que obraba asi porque estaba bajo la ferula de Francoise, se equivocaria de medio a medio. Cuando salieron de la casa por la puerta de servicio y sus sombras se confundieron con las de la calle, Alix se estremecio de felicidad no solo por pensar en lo que estaba haciendo sino por la evidencia intima y casi salvaje de que aquel acto, aquel acto no exento de peligro, tal vez era una forma de sacrificio que satisfacia la parte mas autentica de si misma, y a la vez la menos doblegada por la civilizacion, eso que se podia llamar sencillamente su caracter.

Mientras esperaba la cita, Jean-Baptiste estuvo pensando que solo habia tenido amores faciles y efimeros; aventuras donde el primer momento, que a menudo es tambien el ultimo, adquiere la forma de una lucha; donde cada cual, lucido y frio, trata de conquistar o resistirse; y donde al final ese triste juego se reduce a disimular tanto tiempo como sea posible los verdaderos sentimientos. Pero esta vez cada uno sabia de antemano y hasta el fondo de su ser que sentia el otro. No era una cuestion de conquistar ni de abandonar a nadie. Ahora se trataba de dar a luz -al aire donde resonarian las palabras y se desplegarian los gestos- ese amor ya concebido que habia vivido en ellos tanto tiempo. No obstante, se sentia torpe ante tal responsabilidad.

Cuando sonaron las dos campanadas ahogadas en la oscuridad, los dos estaban en camino; Alix y Francoise caminaban por la izquierda de la verja, mientras Jean-Baptiste, que se habia escondido en el fondo del jardin, se acercaba a la entrada. Ambos tenian la impresion de vivir un momento fugaz, irreparable, precioso, no por el compromiso que entranaba y que se habia sellado hacia mucho tiempo, sino sencillamente porque no volveria nunca mas. Los dos estaban decididos a hacer perdurar ese instante tanto como pudieran, a conservarlo, como se retienen en la memoria los rasgos de alguien a quien se ve por ultima vez. En suma, habian tomado la resolucion de no precipitar nada. Sin embargo, en cuanto se distinguieron sus sombras, en cuanto se quedaron solos uno frente a otro, les falto voluntad: las ausencias, la inquietud que inspiraba aquel lugar desierto y oscuro, y sobre todo el deseo que habitaba en ellos les impulso a abrazarse inmediatamente y a cubrirse de besos en silencio.

– ?Que felicidad! -repetian.

Y volvieron a saborear sus bocas, a tocarse con manos inquietas que parecian querer cerciorarse meticulosamente de la presencia del otro, de su realidad, al tiempo que sentian la dulzura.

Mientras se hallaban inmersos en ese estadio del amor donde no existe nada alrededor, apenas pronunciaron palabra. Les bastaba estar juntos. Pero Francoise, que vigilaba junto a la verja, se acerco y les dijo en un susurro que no debian demorarse. Al oir aquellas palabras, se les aparecio de nuevo el mundo y todos los obstaculos que se alzaban en su camino.-?Como vas a convencer a mi padre? -pregunto Alix mirando a su amante, de quien solo distinguia sus delgadas formas en la oscuridad-. Siempre habla de casarme…

– Por el momento -dijo Jean-Baptiste-, no hay que decirle nada, que no se entere de nada. Pero debemos vernos, porque ya no puedo vivir sin tenerte en mis brazos, ahora que por fin estamos juntos. Ante todo es fundamental que nadie sepa nada hasta que pongamos en practica mi plan. Voy ir a Versalles.

– ?Como! -exclamo Alix, abrazandose a el-. Acabas de llegar y ya quieres irte…

– Es la unica solucion, creeme. El Rey queria una embajada y yo se la he traido. Ahora solo el puede darme la recompensa que necesito. Regresare con un titulo nobiliario, y tu padre no podra negarme nada.

Alix estaba dispuesta a creer todo cuanto le decia el hombre que la amaba. El plan la contrariaba porque suponia estar separados algun tiempo aun, pero estaba de acuerdo en que era la mejor solucion y juro a Jean-Baptiste ayudarle como pudiera.

– La unica ayuda que puedes prestarme es que no me olvides.

La joven lanzo un grito de indignacion que se ahogo en un largo beso.

Frangoise regreso de nuevo y les suplico que se despidieran, puesto que los jenizaros empezarian a hacer su ronda muy pronto. Se alejaron, volvieron corriendo uno hacia el otro, se fundieron en un abrazo una vez mas y finalmente se fueron cada uno por su lado en aquella noche calida, donde se oia el crujido de las palmeras agitadas por el viento.

Murad confiaba en Jean-Baptiste, y al acordarse de que el Negus en persona habia dado testimonio de la estima que le merecia el extranjero, accedio en obeceder al medico en todo. No le resulto muy dificil adoptar esa actitud, sobre todo porque los demas habitantes de la colonia franca no le gustaban. Aquellos mercaderes demasiado ricos y demasiado amables le recordaban a su antiguo amo de Alepo, un gran hipocrita de ademanes bondadosos. Mas de una vez habia tenido que contenerse para no lanzarle los platos a la cara, y ahora disponia de los medios necesarios. Asi pues, si estos tenian que pagar los platos rotos sin haber hecho nada, peor para ellos.

– ?Como? ?Mis cartas credenciales? -respondio con arrogancia cuando el senor Mace se presento para pedirselas-. ? Por quien me toma? Soy el emisario del Rey. El Rey de Reyes, desde luego.

Y mirandose una mano rolliza donde lucia un anillo de cobre enfundado en el dedo menique, anadio:

– Su Majestad me pidio expresamente que confiara sus cartas al Rey de Francia en persona. Asi pues, debo ir a Versallcs para entregarselas.

El senor Mace insistio, pero el armenio se mostro intransigente y termino por despedirlo sin ninguna delicadeza. El secretario entro en el consulado y refirio la entrevista al senor De Maillet con el semblante tan apesadumbrado como si le estuviera dando el pesame.

– ?Con que esas tenemos! -exclamo el diplomatico-. ?Asi que se mega a entregar sus cartas! ?Hasta ahi podiamos llegar! ?Pero que maneras son esas! Le hemos permitido sentarse en el suelo e insultar a toda la colonia, asi que lo menos que podria hacer es tomarse la molestia de presentarse debidamente.

– Tal vez a usted… -sugirio Mace.

El consul se quedo inmovil ante el pobre infante de lenguas, fulminandole con la mirada.

– ?Acaso piensa usted que yo, el representante del Rey de Francia, puedo dirigir la palabra a alguien que no se digna a mostrar su acreditacion?

– Evidentemente que no -admitio Mace.

– Bien -dijo el consul-. Le enviaremos otra delegacion.

– Ningun mercader quiere volver.

– En tal caso ira usted mismo -dijo el senor De Maillet-, y le dira que si no entrega sus cartas entre hoy y manana sera expulsado de la colonia y tendra que buscarse un alojamiento por su cuenta en la Ciudad Vieja.

50
Перейти на страницу:

Вы читаете книгу


Rufin Jean-christophe - El Abisinio El Abisinio
Мир литературы

Жанры

Фантастика и фэнтези

Детективы и триллеры

Проза

Любовные романы

Приключения

Детские

Поэзия и драматургия

Старинная литература

Научно-образовательная

Компьютеры и интернет

Справочная литература

Документальная литература

Религия и духовность

Юмор

Дом и семья

Деловая литература

Жанр не определен

Техника

Прочее

Драматургия

Фольклор

Военное дело