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El Abisinio - Rufin Jean-christophe - Страница 64


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El senor De Maillet, jubiloso al oir el relato, pregunto al capuchino por que no habia acudido antes a contarle aquello, y el hombre respondio con insolencia que si a los franceses les complacia ponerse en ridiculo tratando de embajador a un viejo cocinero armenio, el no tenia por que privarles de semejante placer. Pero anadio que habia informado a Roma y que todos los capuchinos sabian la verdad, incluidos los de Paris.

– Lo que me esta diciendo es de la maxima importancia -opino seriamente el consul-. ?Dispone usted del testimonio de los hermanos que estan en Senaar? ?Acaso han escrito?

– En el monasterio tengo una longa lettera del superior de Senaar.

– Se lo imploro -prosiguio prontamente el senor De Maillet-, deme una copia de esa carta. Aun puedo poner coto a este asunto.

El capuchino no decia nada, esperaba algo. Mientras tanto, el consul, que habia picado en el anzuelo, intentaba saber mas.

– Evidentemente -dijo-, tiene usted mi palabra de que me comprometo a poner todos los medios a mi alcance para secundar su mision.

– ?Su palabra?

– La tiene.

– Bene. Usted tendra la lettera hoy notte -dijo el padre Pasquale, que por fin tenia lo que habia ido a buscar-. Volvere dentro de qualque giorni para splicarle il nostro piano y nostri bisogni.

Dichas estas palabras, el italiano se despidio del consul con tanta groseria como la que habia mostrado al entrar. Pero al senor De Maillet empezaba a gustarle,esta franca rudeza que contrastaba tanto con la insidiosa cortesia de los jesuitas.

Fue preciso una semana para que un tropel de criados acondicionase la villa de Gizeh. Abrieron todas las ventanas y dejaron entrar el aire hasta que llego a todos los rincones de las habitaciones mas pequenas. Despues procedieron a las fumigaciones para evitar las fiebres. Por ultimo equiparon todo con la loza y las sabanas limpias que habian llevado en dos carretas.

Alix llego al dia siguiente de que se terminaran estos preparativos, acompanada de Francoise, pues como era de esperar, su madre habia preferido quedarse en El Cairo. Los tres servidores que las acompanaban se desvivian por las dos mujeres, que se habian visto en el apuro de escogerlos pues el consul tenia a todos los sirvientes en su contra; les repugnaba su avaricia y el desprecio que mostraba para con sus inferiores. En cuanto a la pequena guarnicion de turcos que el aga de los jenizaros habia mandado, se mantenia a considerable distancia de la casa y solo estaba autorizado a controlar los exteriores de la propiedad.

La senorita De Maillet, ataviada con un vestido de terciopelo negro y una simple cinta en el pelo, llego en calesa a las tres de la tarde. Le habian hablado de la casa, pero no la conocia. La descubrio en el extremo de un largo dique elevado que el agua banaba por ambos lados en la estacion de las crecidas. La construccion era un palacio morisco rodeado de arcadas de madera que dibujaban arcos quebrados. Las ventanas estaban protegidas por postigos de cedro labrados como celosias. La casa estaba rematada por una torre octogonal con un tejado en forma de casco otomano. Solo faltaba la media luna mahometana, en lo alto de su perfil ondulado. El emblema habia existido en otro tiempo, pero el pacha que regalo esta residencia a un consul de Francia, unos cincuenta anos antes, tuvo la delicadeza de mandarlo retirar.

La construccion se hallaba en una colina que daba sobre la orilla del rio y que la ponia fuera del alcance de las inundaciones habituales. Por tres flancos, estaba rodeada de aluviones, que el consul tenia abandonados aunque eran fertiles. Alli crecia una hierba tupida que bordeaba la casa como una alfombra de un verde claro. En el otro flanco, situado en pendiente hacia el rio, habian grandes arboles que cubrian la tierra con sus sombras e impedian que creciera cualquier otra planta. Un manto de hojas secas se extendia bajo este techo de vegetacion hasta los canizales de la orilla. Las velas blancas de las faluas pasaban a una distancia prudencial de la propiedad debido a una prohibicion que no indicaba nada, pero que todos los barqueros debian repetirse de boca en boca. Un ponton de madera, con una barca fuera de uso amarrada, se adentraba unos veinte metros en las aguas.

Alix dio la vuelta a la casa y respiro profundamente la brisa del rio, desde la terraza de madera del salon. Pero no se demoro contemplando la voluptuosidad del paisaje.

– Vamos -dijo a Francoise-, hay que empezar sin tardanza con nuestro programa.

3

En noviembre ya hacia frio. Jean-Baptiste, que se frotaba las manos en el cuello del caballo para calentarse, llegaba helado al final de cada etapa. Habia conseguido la autorizacion de sus companeros para galopar a su ritmo, y les daba cita a las puertas de las grandes ciudades. Por fin podia viajar con la ilusion de sentirse solo y libre; entraba en los pueblos, hablaba con los campesinos y escuchaba a los ancianos en las plazas. En Lyon, mientras se compraba una capa de postillon y un sombrero con una pluma roja, se entero de la muerte del Rey de Espana.

Despues de otras tres jornadas de viaje, la carroza y el caballero se reunieron en Fontainebleau. Cuando llegaron a la casa de los jesuitas era noche cerrada, y las rafagas de viento apagaban constantemente los farolillos de cobre. Empezo a llover. Los arboles negros que delimitaban el camino se agitaban violentamente, a merced de la tempestad. Jean-Baptiste se reia y abria la boca para paladear la lluvia fria que tanto habia echado de menos sin saberlo durante aquellos anos en el tropico. Al dia siguiente ya estaban en Paris. El vehiculo dejo atras el campo en la Porte d'Italie y se dirigieron hacia la Bievre, entre unas sombras negras que se deslizaban buscando cobijo antes de que volviera a llover. Fueron alojados en una dependencia del colegio Luis el Grande. Flehaut, que tenia familia en el pueblo de Auteuil, los dejo solos desde el primer dia.

– Va a escribir el informe a Pontchartrain -dijo el padre Plantain con un aire malvado en cuanto el diplomatico se hubo ido en una silla de manos.

La gran noticia del dia era que Luis XIV habia aceptado el testamento del Rey de Espana, que al morir sin heredero legaba su corona al duque de Anjou. Asi, cuando su nieto llegase a Madrid, el Rey de Francia reuniria los dos reinos y se convertira en el hombre mas poderoso de Europa, y por lo tanto del mundo. Los vientos de guerra eran inevitables. Los jesuitas comentaban con satisfaccion estas grandes noticias. El padre Plantain considero que el gran Rey cristiano no podia abandonar su papel de protector de las misiones, concretamente en Oriente y por tanto en Abisinia, y ahora menos que nunca. No habia un acontecimiento que el cura no relacionase con el asunto mas importante de su vida a partir de entonces: el regreso al seno de la Iglesia de un pais que no conocia y que no le pedia nada.

Jean-Baptiste nunca habia visto Paris, asi que la primera noche descendio a orillas del Sena y dejo que su caballo abrevara en la ribera, entre barcas de remos y lavaderos. Al dia siguiente dio una vuelta a pie. Primero estuvo en los grandes espacios abiertos donde se levantaban las nuevas obras en construccion. Paso por los Invalidos, remonto a lo largo de la ribera hasta Pont-Neuf y dio un gran rodeo por los bulevares del norte hasta la Bastilla. Tambien se percato de que la forma de vestir habia cambiado mucho desde que abandono el pais. Los franceses de El Cairo estaban muy retrasados a ese respecto. Su casaca mas hermosa tenia un triste aspecto comparado con la indumentaria que se llevaba en la capital. Al dia siguiente se compro un jubon de terciopelo verde con pasamanos plateados, un chaleco de seda, calzas negras y medias en la calle Saint-Jacques. Asi vestido, se atrevio a entrar en la ciudad propiamente dicha, es decir, a pasar por las estrechas calles del centro donde era habitual oir comentarios insolentes de los viandantes o los tenderos. Tenia muy buena planta con su espada y con el ojo alerta, asi que nadie murmuro.

Jean-Baptiste estaba decidido a alojarse a sus expensas en la ciudad. Los jesuitas le habian llevado hasta alli y ahora se ocupaban de la audiencia real; ya era suficiente. No queria depender de ellos mas alla. Sin embargo no era rico, y los precios de la capital resultaban elevados.

«Sera mas juicioso que gaste la bolsa de oro en conseguir mi independencia que en darsela como presente al Rey -penso Jean-Baptiste-. Hasta es posible que Su Majestad tomara como un insulto una suma tan modesta.»

Fue a ver a un cambista para convertir el oro que venia de tan lejos, aunque no por ello era mas caro. El banquero le miro con cierto recelo, y al cabo de un buen rato le dio una bolsa de escudos que le parecio bastante ligera. «Mejor esto que nada -se dijo- y en todo caso es suficiente para alojarme en condiciones.»

Se fue en busca de una hosteria. Primero callejeo por la ile de la Cite, luego paso cerca del ayuntamiento y termino por descubrir el lugar que necesitaba al lado de la iglesia de San Eustaquio. Era una taberna con un rotulo que le habia llamado la atencion y que considero muy acorde con las circunstancias. En una chapa habia pintada la figura de un africano alto, ataviado con un sayo de tela sujeto a la cintura y con una lanza en la mano. El establecimiento se llamaba Le Beau Noir. Jean-Baptiste entro. El hospedero, un hombre alto, flaco y de barba cana, parecia dar a sus clientes un trato mejor que a si mismo pues desde la calle se oian risas y voces alegres procedentes de la amplia sala.

– Compre el negocio a un tintorero que habia colocado ese curioso letrero -conto el hombre con una sonrisa franca-, y lo he conservado.

Jean-Baptiste pregunto si tenia una habitacion libre y a que precio. La que quedaba era mas bien un cuartucho y muy cara, pero el hospedero le aseguro que le subiria tanta lena como quisiera quemar en la chimenea. El joven, que estaba aterido de frio de la manana a la noche y que cada vez se complacia menos en el encanto nostalgico de esa sensacion, acepto y pago cuatro dias por adelantado. Regreso a buscar sus cosas y el cofre de los remedios a la casa de los jesuitas, y les informo de que se trasladaba; solo les pidio que se ocuparan de su caballo. El padre Plantain intento retenerlo, pero fue en vano. Poncet prometio pasar por el colegio cada manana para tener noticias y ponerse a su disposicion para la audiencia real, una vez que esta se hubiera fijado. Volvio a Le Bcau Noir, ceno con buen apetito y bebio sin contenerse un vino de Borgona que le hizo entrar un poco en calor. El posadero, que era curioso, fue a darle conversacion, y Poncet le conto que habia llegado de El Cairo y que sabia curar enfermedades con ayuda de las plantas.

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