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El Abisinio - Rufin Jean-christophe - Страница 35


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– ?Acaso los jesuitas no lo eran? -pregunto el maestro Juremi.

– Perdonen ustedes -dijo Demetrios levantando el dedo-, pero los jesuitas no fueron despellejados vivos, que yo sepa, sino que se les aplico estrictamente la ley.

– ?Y eso que significa?

– Significa que fueron lapidados. En cuanto descendamos la cuesta lo veran por si mismos. Los ultimos jesuitas ejecutados aqui estan debajo de los dos montones de piedras que hay en el centro de la plaza y que esta prohibido tocar.

– Eso quiere decir que corremos el riesgo de ser lapidados -dijo Poncet, que para entonces ya hablaba abiertamente con aquel muchacho tan abierto.

– Vamos, vamos, no corren ningun riesgo -dijo Demetrios tomandoles a cada uno por el brazo para que avanzaran a su lado-. El Emperador les protege, y yo soy su servidor. Olvidense de ese asunto; pronto se daran cuenta de que este pais tambien puede depararles muchos placeres.

11

Cenaron en una inmensa estancia practicamente subterranea, a la que se accedia por una puerta baja. Les dio la bienvenida una mujer de edad madura, alta y ataviada con un largo vestido de algodon blanco que llevaba bordada una cruz multicolor. Sus rasgos eran bellos y majestuosos, una cualidad que al parecer era el atributo comun de esta raza imperial. Guiados por la mujer, se acomodaron en un gabinete estrecho y separado del resto de la sala por unas cortinas de muselina. Al otro lado de estos visillos, unas sombras iban y venian. Los abisinios tenian la costumbre de no comer nunca en publico por miedo a que los desconocidos les miraran e introdujeran malos espiritus en su cuerpo a traves de los alimentos. A la hora de las comidas, esta especie de albergue se transformaba en hileras de celdillas con paredes de algodon donde los comensales se escondian unos de otros, agrupados en selectos corrillos. Una vez terminado el refrigerio, volvian a recogerse los velos, y la sala recobraba sus dimensiones naturales, con todos los asistentes sentados en taburetes o en alfombras, alrededor de mesas forradas con vistosas esterillas de esparto. Habian cenado una gran torta de tef, un cereal fermentado de gusto picante que crece en el altiplano, aderezada con varias salsas muy condimentadas. De unas vasijas de barro de cuello largo bebieron una especie de aguamiel untuoso, de aspecto anodino pero que turbaba agradablemente la conciencia. Conforme se iban retirando los velos y quedaban a la vista los comensales, Poncet y su acompanante empezaron a contemplar maravillados la hermosura que igualaba a los hombres y las mujeres de su alrededor. Los observaron con naturalidad, pero su mirada mostro predileccion por las mujeres.

– Vayan con cuidado -les dijo Demetrios-. Las costumbres aqui son muy elementales. Este pueblo no considera que el adulterio sea un pecado; ahora bien, si hay algo verdaderamente valioso para ellos es su dignidad. Deben mostrarse muy respetuosos, y en cierto modo distantes con las mujeres. Procuren no observarlas, pero no crean que por ello seran ignorados. Sepan que todos los ojos los ven aunque no los miren. Si no quieren ponermelo dificil, recuerden que aqui la mirada de un desconocido es el mayor peligro que puede haber. En el momento en que esten a solas con una de estas mujeres podran obtener todo cuanto deseen de ella, aunque este desposada o se trate de una princesa. Pero sigan mi consejo, antes no la miren.

La imagen del pellejo humano estaba aun tan viva en sus mentes que inmediatamente los dos extranjeros dejaron de pasear sus miradas a su alrededor, y se esforzaron por demostrar que Demetrios era su unico interlocutor.

El joven se expresaba con soltura en italiano. Les dijo que era la unica persona que hablaba esta lengua en toda la ciudad y que la habia aprendido de su madre, una griega de madre siciliana. Al igual que otros comerciantes, su familia habia llegado al pais por el mar Rojo, y con el tiempo se resigno a quedarse. De los cinco hijos que habia tenido su madre, dos eran de un abisinio, Demetrios y otro mestizo.

– Durante mucho tiempo fui el nino mas hermoso de la ciudad -dijo mirandoles desde el fondo de sus ojos-. Luego se produjo una epidemia y mucha gente murio. Yo me salve, y el resto me da igual. Tras la muerte de mis padres, el Rey me tomo a su servicio y me ha prodigado sus bondades hasta hoy. ?Saben -anadio mirandoles con una expresion ingenua- que es un rey muy humano?

– Creo -dijo Jean-Baptiste- que hemos visto algunas pruebas muy convincentes…

– ?Como! -replico el joven-. ?Todavia estan dandole vueltas a esos incidentes? Eso no esta bien; no se debe juzgar a los soberanos por unas menudencias asi. Yo estoy seguro de que es un rey bueno, tal vez el mejor que hemos tenido en muchos anos de nuestra historia. Le dare un ejemplo: siguiendo con la tradicion, en el momento en que un Negus subia al trono, todos sus hermanos y hermanas que un dia podian llegar a reinar eran confinados en una de las muchas cumbres inaccesibles de este pais. Se pasaban toda la vida encerrados en una de esas prisiones y si se escapaban eran capturados y mutilados, pues segun el dicho, un ser que no es completo no puede ser rey. Pues bien, cuando Yesu fue aclamado formo un cortejo y acudio al pie de Amba Wachine, el lugar donde los principes se hallaban cautivos. Dio la orden de que fueran liberados y los espero. ?No pueden imaginarse la escena! Un tropel de miserables descendio la montana. Habia ancianos flacos como Job, vestidos con harapos y llenos de piojos. Eran los principes herederos de la tercera generacion anterior a Yesu. Tambien habia ninos; a uno le habian cortado la oreja porque una esclava se apiado de el y lo escondio bajo su tunica para que pudiera escapar. No hay mayor acto de piedad que ese, sobre todo porque no eran traidores, ni renegados, sino principes. Yesu comprendio que esta costumbre era injusta, ademas de peligrosa. Era logico que los cautivos mas valerosos albergasen odio en su corazon contra el soberano y que no hubiesen dudado en derrocarle por todos los medios posibles. Si algun bando enemigo hubiera conseguido tomar la prision, inmediatamente habria contado con un buen numero de candidatos legitimos dispuestos a todo para vengarse. De hecho, no es la primera vez que ha ocurrido algo asi. Pues bien, Yesu libero sin vacilar a todos los prisioneros y ordeno que los vistieran y alimentaran. Y durante dos dias, todo fueron lagrimas de alegria y gratitud.

El aguamiel tenia la propiedad de infundir locuacidad a los hablantes y paz de espiritu para escuchar. Los dos viajeros oian a Demetrios y se divertian con sus muecas, sentados comodamente en una mullida alfombra y acunados por la melodia del krar que tocaba un anciano.

– ?Y esos principes no se han olvidado ya de sus lagrimas? -pregunto Poncet-. ?La ambicion y los celos se han desvanecido de verdad?

– ?Asi es, en efecto! Nuestro Rey solo ha recibido muestras de admiracion por parte de su familia. Unicamente se ha rebelado uno de sus primos.

– El que ha sido despellejado vivo -replico el maestro Juremi.

– ?Asi que esta enterado de su historia? -dijo Demetrios, un poco sorprendido.

– Solo del final.

El joven solto una sonora carcajada.

– No solo la familia -continuo, poniendose serio-. Tambien los balabat, o sea los nobles y los principes, ademas de los gobernadores, las tribus, todo el mundo en este gran pais amenaza constantemente al Rey. Por no hablar de los gallas. Quienes menos problemas nos causan son los paises musulmanes vecinos; nos cercan, pero de momento nos dejan tranquilos. No, realmente nuestro Rey nunca esta en paz. Esa es la tarea de todos los reyes. Pero siempre ha demostrado tanta valentia que se ha convertido en el soberano mas glorioso que hemos tenido en mucho tiempo. Se ha ganado el aprecio de los principes y el respeto de los musulmanes, ha sabido sosegar a las tribus, y ha repelido los ataques de los gallas. Su obra es inmensa.

– No quisiera faltarle al respeto -dijo Poncet, ligeramente mareado-, pero no me imagino como la estatua viviente que hemos visto hace un rato ha podido culminar todo eso. ?Acaso no estara sometido a la influencia de su lugarteniente general y de todos sus sacerdotes?

– ?El Emperador? -pregunto Demetrios-. No me haga reir. Le temen y le odian porque les ha despojado de su poder. Es mas, el alto clero nunca ha estado tan controlado como ahora. No es que el Rey este muy versado en la doctrina religiosa, pero honra su autoridad y sabe ademas que sus atribuciones se amparan en la unidad de su Iglesia. Ha sofocado las rivalidades entre los religiosos y entre los balabat hasta el punto que ahora los tiene a sus pies. Y si aparece como una estatua viviente en las audiencias es para obligar aun mas a sacerdotes, principes y nobles a mantenerse de pie ante su figura hasta caer de fatiga, como han podido ver.

– ?Pero no hay entre ellos alguno que tenga mas influencia y que pueda, por ejemplo, hacerle llegar mensajes directamente? -pregunto Jean-Baptiste, pensando como siempre en la mision que le habia confiado el consul.

– De todas las personas que ha visto, me temo que nadie. No obstante, hay otras vias.

– ?Usted, por ejemplo? -indago Jean-Baptiste, mirando a Demetrios.

– El mero hecho de que albergue tal pensamiento me honra.

Se internaron en la oscuridad de la noche, sin saber a ciencia cierta adonde les llevaban sus pasos. Por suerte, Demetrios los dejo en la puerta. Antes de acostarse, Jean-Baptiste revolvio en el cofre de los remedios, y saco un cuaderno que le servia para anotar las recetas y las proporciones de las mezclas. Finalmente se metio una mina de grafito en uno de los bolsillos y el cuaderno en el otro.

– Manana empezare a tomar notas -dijo estirandose, aun vestido.

– ?Para que? -pregunto el maestro Juremi, a quien se le desencajaban las mandibulas con sus bostezos.

– Primero porque es interesante. Y en segundo lugar porque asi encontraremos la forma de salir de este pais.Todavia era noche cerrada cuando Jean-Baptiste oyo una llave en la cerradura e instintivamente busco a tientas la espada que habia escondido debajo de la cama. La puerta se abrio con suavidad, y una silueta se recorto a la luz del resplandor de una palmatoria de arcilla donde ardia una candela.

Jean-Baptiste esperaba, dispuesto a entrar en accion, cuando de subito vio brillar una hoja y luego la gran sombra del maestro Juremi, que se habia incorporado sin hacer el menor ruido. El protestante habia acometido ya al intruso y le apuntaba con la espada al corazon. El desconocido levanto las manos en el aire, y con ellas la vela que alumbro el rostro. Por fortuna era Demetrios.

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