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Gaspar, Melchor y Baltasar - Tournier Michel - Страница 42


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– Sin duda, sin duda -aprobo Dema-, pero los hombres y mujeres que le rodean distan mucho de aceptar siempre con entusiasmo su invitacion. Hasta el punto de que yo le oi contar un apologo bastante amargo, sin duda inspirado por la frialdad y la indiferencia de aquellos a los que queria dar mucho. Es la historia de un hombre rico y generoso que habia hecho grandes gastos para ofrecer una cena suculenta a sus parientes y amigos. Cuando todo estuvo preparado, al ver que no acudia nadie, les mando un criado para recordarles su invitacion. Pero cada cual invento un pretexto diferente para excusarse. Uno tenia que ir a ver un campo que acababa de comprar, otro tenia que probar cinco yuntas de bueyes nuevos, un tercero debia irse en viaje de bodas. Entonces el hombre rico y generoso mando a sus criados que invitaran en las calles y en las plazas a todos los mendigos, lisiados, ciego y cojos, «a fin de que, dijo, los deliciosos platos que he preparado no se pierdan».

Escuchandole, Taor recordaba las palabras que el mismo pronuncio tras oir el relato que hicieron Baltasar, Melchor y Gaspar, y en verdad que en aquellos momentos debio de tener una inspiracion divina, porque, despues de reconocer que se sentia terriblemente ajeno a las preocupaciones artisticas, politicas y amorosas de los tres reyes magos, expreso la esperanza de que tambien a el el Salvador le hablase en un lenguaje acorde con su intima personalidad. Y ahora, por boca del pobre Dema, Jesus le contaba historias de banquete de bodas, de panes multiplicados, de pescas milagrosas, de festines ofrecidos a los pobres, a el, Taor, cuya vida entera -y hasta su gran viaje a Occidente- habia tenido como centro preocupaciones alimenticias.

– Y eso no es nada -siguio diciendo Dema-, me han hablado de un sermon que hizo en la sinagoga de Cafarnaum tan fantastico que siempre me ha costado creerlo, aunque mi testigo es completamente digno de credito.

– ?Que se supone que dijo?

– Dicen que dijo textualmente: «Yo soy el pan vivo bajado del cielo. Si no comeis la carne del Hijo del hombre y no bebeis su sangre, no tendreis vida en vosotros. El que come mi carne y bebe mi sangre vive en mi y yo en el». Estas palabras provocaron un escandalo, y la mayoria de los que le seguian se dispersaron.

Taor callo, deslumbrado por la terrible claridad de aquellas palabras sagradas. A tientas, en medio de aquella luz demasiado intensa para su mente, veia sin embargo como hechos de su vida pasada adquirian un relieve y una coherencia nuevas, pero aun estaba muy lejos de que todo se hiciera comprensible. Por ejemplo, la merienda que dio a los ninos de Belen y la matanza de los mas pequenos, perpetrada al mismo tiempo, empezaban a acercarse y a iluminarse mutuamente. Jesus no se contentaba con alimentar a los hombres, se hacia inmolar para alimentarlos con su propia carne y con su propia sangre. No habia sido por azar que el festin y el sacrificio humano se hubiesen producido simultaneamente en Belen: eran las dos caras del mismo sacramento, llamadas irresistiblemente a acercarse. Y hasta su propia presencia en las minas se justificaba de pronto a los ojos de Taor. Porque a los ninos pobres de Belen solo les habia dado golosinas transportadas por sus elefantes, mientras que a los hijos del caravanero insolvente les habia hecho el don de su carne y de su vida.

Pero las palabras del Nazareno repetidas por Dema impresionaban aun mas profundamente a Taor cuando evocaban el agua fresca y los manantiales que brotaban de la tierra, pues desde hacia anos, cada celula de su cuerpo aullaba de sed, y solo tenia aguas salobres para intentar calmarla. Por eso, que emocion la suya de hombre torturado por el infierno de la sal, al oir estas palabras: «Quien beba de esta agua volvera a tener sed, pero quien beba el agua que yo le de nunca mas tendra sed. Mas aun, el agua que yo le dare se convertira en su corazon en una fuente de agua viva para la vida eterna». Nadie mejor que Taor podia saber que no se trataba de una metafora. Sabia que el agua que sacia la carne y la que brota del espiritu no son de naturaleza diferente, cuando se escapa al desgarramiento del pecado. En efecto, recordaba la ensenanza del rabi Rizza en la isla de Dioscorides, y como el rabi evocaba un alimento y una bebida capaces de saciar al mismo tiempo el cuerpo y el alma. La verdad es que todo lo que decia Dema iba hasta tal punto en el sentido de Taor, respondia con tanta exactitud a sus preguntas de siempre, que sin duda alguna era el mismo Jesus quien se dirigia a el por medio del pescador de Merom.

Por fin cierta noche Dema conto que Jesus, volviendo de Tiro y de Sidon, subio a la montana llamada Cuernos de Hattin, porque estaba situada cerca de la aldea de este nombre, a tres horas del lago, y tenia la forma de una silla de montar, curvada en su centro, y levantada en sus extremos. Y alli Jesus enseno a las muchedumbres. Dijo: «Bienaventurados los pobres de espiritu porque de ellos es el reino de los cielos. Bienaventurados los mansos, porque ellos poseeran la tierra».

– ?Que mas dijo? -pregunto Taor en voz baja.

– Dijo: «Bienaventurados los que tienen sed de justicia porque ellos seran saciados».

Ninguna frase podia dirigirse mas personalmente a Taor, el hombre que sufria sed desde hacia tanto tiempo para que se hiciera justicia. Suplico a Dema que repitiera una y otra vez aquellas mismas palabras en las que se contenia toda su vida. Luego dejo que su cabeza reposara hacia atras, apoyandola en la pared lisa y malva de su nicho, y entonces se produjo un milagro. ?Oh, un milagro discreto, infimo, del que solo podia ser testigo Taor!: de sus ojos corroidos, de sus parpados purulentos cayo una lagrima, que rodo por su mejilla y luego cayo en sus labios. Y probo el sabor de aquella lagrima: era agua dulce, la primera gota de agua no salada que bebia desde hacia mas de treinta anos.

– ?Que mas dijo? -insistio en una espera extatica.

– Tambien dijo: «Bienaventurados los que lloran porque seran consolados».

Dema murio poco despues, decididamente incapaz de soportar la vida de las salinas, y su cuerpo fue a unirse con los que le precedieron en el gran saladero funerario, entregados al sodio que actua incansablemente resecando la carne, matando todos los germenes de putrefaccion y transformando los muertos primero en munecos de rigido pergamino, luego en estatuas de cristal translucido y quebradizo.

Y volvieron a sucederse los dias sin noches, cada uno de ellos tan semejante al anterior que parecia que el mismo dia recomenzaba incansablemente sin la esperanza de un cambio, de un final.

No obstante, cierta manana Taor se encontro solo en la puerta norte de la ciudad. Le habian dado por todo viatico una camisa de lino, un saco de higados y un punado de obolos. ?Habian pasado ya los treinta y tres anos de su deuda? Tal vez. Taor, que nunca habia sabido calcular, habia confiado en las cuentas de sus carceleros, y ademas la misma sensacion del paso del tiempo en el se habia embotado hasta el punto de que todos los hechos sucedidos desde que llego a Sodoma le parecian contemporaneos unos de otros.

?Adonde ir? La pregunta habia tenido una respuesta anticipada en los relatos de Dema. Primero salir de las profundidades de Sodoma, volver al nivel normal de la vida humana. Luego dirigirse hacia el oeste, y sobre todo hacia la capital, donde habia mas posibilidades de encontrar el rastro de Jesus.

Su extremada debilidad se compensaba en parte por su ligereza. Era todo piel y tendones, un esqueleto ambulante, flotaba en la superficie del suelo, como si le sostuvieran a derecha y a izquierda unos angeles invisibles. Lo mas grave era el estado de sus ojos. Hacia tiempo que ya no soportaban la luz intensa, con sus parpados ensangrentados, llenos de costras formadas por secreciones cereas que se desprendian en forma de escamas delgadas y secas. Desgarro la parte inferior de su manto y se anudo sobre la cara unas tiras a traves de las cuales veia el camino por una estrecha rendija.

Remonto asi aquella orilla del mar que tan bien conocia, pero necesito siete dias y siete noches para llegar a la desembocadura del Jordan. A partir de alli tomo la direccion oeste, dirigiendose hacia Betania, adonde llego el duodecimo dia. Era la primera aldea que encontraba desde que le pusieron en libertad. Despues de treinta y tres anos de cohabitar con los sodomitas y sus presos, no se cansaba de observar a hombres, mujeres y ninos que tenian una apariencia humana, y que se movian con naturalidad en un paisaje de verdor y de flores, y esa vision era tan refrescante que no tardo en quitarse la banda que llevaba ante los ojos, y que ya era inutil. Iba de uno a otro preguntando si conocian a un profeta llamado Jesus. La quinta persona a la que interrogo le dijo que hablase con un hombre que debia de ser su amigo. Se llamaba Lazaro, y vivia con sus hermanas Marta y Maria Magdalena. Taor fue a la casa de ese Lazaro. Estaba cerrada. Un vecino le explico que en aquel 14 de Nisan la ley ordenaba que los judios piadosos celebraran el festin de la Pascua en Jerusalen. Estaba a menos de una hora a pie, y aunque ya fuese tarde, aun podia encontrar a Jesus y a sus amigos en casa de un tal Jose de Arimatea.

Taor echo a andar de nuevo, pero a la salida del pueblo se sintio desfallecer, porque no habia comido nada. No obstante, al cabo de un momento, impulsado por una fuerza misteriosa, se puso en camino otra vez.

Le habian dicho una hora. Necesito tres, y cuando entro en Jerusalen ya era noche cerrada. Durante largo rato busco la casa de Jose que el vecino de Lazaro le habia descrito vagamente. ?Llegaba tarde una vez mas, como en Belen, en un pasado que a el ya le parecia inmemorial? Llamo a varias puertas. Como era la fiesta de la Pascua le respondian afablemente, aunque era muy tarde. Por fin la mujer que le abrio afirmo con la cabeza. Si, aquella era la casa de Jose de Arimatea. Si, Jesus y sus amigos se habian reunido en una sala del piso de arriba para celebrar el banquete pascual. No, no estaba segura de que aun estuviesen alli. Que subiera para comprobarlo el mismo.

Otra vez habia, pues, que subir. No hacia mas que subir desde que salio de la salina, pero las piernas ya no le llevaban. Subio sin embargo, empujo una puerta.

La sala estaba vacia. Una vez mas llegaba demasiado tarde. En aquella mesa se habia comido. Aun habia trece copas, una especie de recipientes poco profundos, muy anchos de boca, provistos de un pie corto y de dos pequenas asas. Y en algunas copas un poco de vino tinto. Sobre la mesa quedaban tambien pedazos de aquel pan sin levadura que los judios comen en esa noche en recuerdo de la salida de Egipto de sus padres.

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