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Gaspar, Melchor y Baltasar - Tournier Michel - Страница 24


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»Me contaron que habia formado con mi hermano Peroras y varias mujeres -su madre Doris, su mujer, la de Feroras-una especie de camarilla que se reunia en secreto en banquetes nocturnos. Mi hermana Salome me daba cuenta de todo. Me dispuse a dispersar a toda aquella tropa. A Peroras le obligue a residir en Perea, capital de su tetrarquia. Fue tan necio que en su colera juro antes de partir que no volveria a poner los pies en Jerusalen mientras yo viviese. En cuanto a Antipater, le envie en mision a Roma, para representarme en el proceso que Cesar habia abierto al ministro arabe Silleo -el mismo con el que Salome queria casarse-, a quien se acusaba de haber participado en el asesinato de su rey Aretas IV. En la delegacion que acompanaba a Antipater iban hombres que yo tenia a sueldo, y que debian contarme todo lo que hacia y decia. Poco tiempo despues de su llegada a Perea, Peroras cayo enfermo, y de tanta gravedad que me convencieron para que me reuniera con el si queria volver a verle vivo. Fui, no tanto por piedad fraternal, como puede suponerse, como para aclarar una situacion que me parecia oscura. El hecho es que Peroras murio en mis brazos jurando que le habian envenenado. Parece poco probable. ?Quien hubiera podido tener interes en hacer que desapareciera? Sin duda no su mujer, una antigua esclava que al perderle lo perdia todo. Pero fue ella la que revelo el secreto. En el curso de las reuniones nocturnas organizadas a mis espaldas por Antipater y Peroras, decidieron hacer venir a Arabia una envenenadora, con todo lo necesario para desembarazarse de mi y de los hijos de Alejandro y de Aristobulo. Cuando Antipater y Peroras se separaron, este ultimo conservo el frasco de veneno con la intencion de usarlo, mientras Antipater estaba en Roma, al abrigo de toda sospecha. Ordene a la mujer de Peroras que fuese a buscar el veneno. Fingio obedecerme, pero se fue a arrojar desde lo alto de una terraza para quitarse la vida. Sin embargo no murio, y la llevaron a mi presencia gravemente herida. Mientras, encontraron el frasco de veneno: estaba casi vacio. La desventurada me conto que ella misma lo habia vaciado en el fuego por orden de Peroras, a quien mi visita habia turbado, y que renunciaba asi a hacerme perecer. Pero Herodes no es hombre como para creerse ese tipo de cuento edificante. De todo aquel farrago solo resultaba evidente la culpabilidad principal de Antipater. Esta quedo definitivamente establecida cuando intercepte una carta suya enviada desde Roma a Peroras. Le preguntaba si "el asunto estaba resuelto", si anadia una dosis de veneno "por si era necesario". Hice que no tuviese noticia de la muerte de Peroras ni de mi estancia en Perea.

»Volvio sin desconfiar a Jerusalen, adonde yo ya habia vuelto, y pronto me cubrio de halagos contandome el feliz termino del proceso de Silleo, que habia quedado confuso y habia sido condenado. No tarde en rechazarle arrojandole a la cara la muerte de su tio y el descubrimiento de toda la conjura. Cayo a mis pies jurandome que era inocente de todo. Le hice conducir a prision. Luego, como siempre cuando me sumerge la amargura de la traicion de los mas proximos a mi, la enfermedad se abatio sobre mi persona. No sabria decir cuanto tiempo duro mi postracion. Era incapaz de prestar la menor atencion a los resultados de las investigaciones a las que por orden mia procedia Quintilio Varo, gobernador romano de Siria. Un dia me llevaron una cesta de fruta. Solo vi el cuchillo de plata destinado a cortar los mangos y pelar las pinas. Lo maneje gozando de su afilada hoja, del mango que se adaptaba perfectamente a la palma de la mano, del feliz equilibrio establecido entre ambas partes. Un objeto hermoso, en verdad, puro, elegante, perfectamente adaptado a su funcion. ?Que funcion? ?La de pelar manzanas? ?Claro que no! Mas bien la de dar muerte a los reyes desesperados. De un solo golpe me clave la hoja en el pecho, en el lado izquierdo. Broto la sangre. Un velo cayo sobre mis ojos.

»Cuando recobre el conocimiento lo primero que vi fue la cara de mi primo Ajab que se inclinaba sobre mi. Comprendi que habia fallado. Pero mi breve ausencia habia bastado para hacer estragos. Desde su prision Antipater habia empezado a sobornar a sus guardianes con su herencia. Estaba escrito que yo no moriria sin haber hecho rodar mas cabezas. La primera que rodo fue la de Antipater, mi hijo primogenito, aquel a quien yo destinaba mi corona.

»Fue la vispera de vuestra llegada. Ya no tenia heredero, pero al menos se anunciaba un extrano y solemne cortejo de visitantes. Tampoco eso hubiese significado mucho de no ser que mi nigromante Manahem hubiese atraido mi atencion sobre un astro nuevo y caprichoso que surcaba nuestro cielo, el mismo que os ha conducido aqui, a ti, Gaspar, y a ti, Baltasar. Gaspar ha reconocido en el la cabeza rubia con cabellos de oro de su esclava fenicia, Baltasar la mariposa abanderada de su ninez. Permitidme que tambien yo de a ese planeta la figura que se me parece. El cuento que nos ha relatado Sangali es muy instructivo. La estrella errante para mi solo puede ser el pajaro blanco de los huevos de oro que persigue el viejo rey Nabunasar cuando busca una progenitura. El viejo rey de los judios se muere. El rey ha muerto. El pequeno rey de lo judios nace. ?Viva nuestro pequeno rey!

«?Gaspar, Melchor, Baltasar, escuchadme! Os nombro a los tres plenipotenciarios del reino de judea. Yo soy debil, demasiado fragil para lanzarme a perseguir el pajaro de fuego que posee el secreto de mi sucesion. Ni siquiera llevandome en angarillas sobreviviria a una expedicion aventurera. Manahem ha atraido mi atencion sobre una profecia de Miqueas que situa en Belen -pueblo natal de David- el nacimiento del salvador del pueblo judio.

»Id alli, cercioraos de la identidad y del lugar exacto del nacimiento del Heredero. Prosternaos en mi nombre ante el. Y luego volved para contarmelo todo. Sobre todo no dejeis de volver aqui…

El anciano rey se interrumpio, oculto el rostro entre sus manos. Cuando lo descubrio, una horrible expresion lo desfiguraba.

– No se os ocurra traicionarme, ?me ois? Creo haber hablado con mucha claridad esta noche, evocando para vosotros algunos episodios de mi vida. Si, es cierto, tengo ya la costumbre de que me traicionen, siempre he sido traicionado. Pero ahora vosotros lo sabeis: cuando me enganan, me vengo, y aprisa, sin compasion. Os ordeno… no, os conjuro, os suplico: haced que en el umbral de mi muerte, una vez, una sola vez, no sea traicionado. Macedme este ultimo obolo: un acto de fidelidad y de buena fe, gracias al cual no entrare en el mas alla con un corazon totalmente desesperado.

Se fueron. Se adentraron en el profundo valle de Gihon, y ascendieron las abruptas pendientes de la montana del Mal Consejo. Saludaron a su paso la tumba de Raquel. Anduvieron hacia la estrella que se eriza de agujas de luz en el aire glacial. Avanzaron con paso sideral, y cada uno poseia un secreto y una manera de caminar. Esta el que se deja mecer por la tranquila ambladura de su camello, y que solo ve en el cielo negro la cara y los cabellos de la mujer que ama. Esta el que inscribe en la arena la huella diagonal del trote de su yegua, y que solo ve en el horizonte el aleteo de un gran insecto centelleante. Tambien hay el que va a pie porque lo ha perdido todo, y suena con un imposible reino celestial. En los oidos de los tres resuena todavia una historia llena de gritos y de horrores, la que les ha contado el gran rey Herodes, y que es su historia, la historia de un reinado feliz y prospero, bendecido por el bajo pueblo de los campesinos y de los artesanos.

?O sea que el poder es eso?, se pregunta Melchor. Ese infecto magma de torturas y de incestos, ?es el precio que hay que pagar para ser un gran soberano que va a ocupar para siempre un lugar en la historia?

?O sea que el amor es eso?, piensa Gaspar. Herodes solo ha amado a una mujer, Mariamna, con un amor total, absoluto, indestructible, pero, ay, no correspondido. Porque Mariamna, la asmonea, no era de la raza de Herodes, el idumeo, y la desdicha no ha dejado de ensanarse con esa pareja maldita, una desdicha que se repite con monotona ferocidad en todas y cada una de las generaciones que han salido de ellos. Y el negro Gaspar se estremece al medir el abismo lleno de amenazas que le separa de Biltina, la rubia fenicia.

?Es eso el amor al arte?, se interroga Baltasar, con los ojos fijos en el abanderado celeste, que agita sus alas de fuego. En su mente se confunden dos revueltas, la de Nippur que destruyo su Balchazareum, y la de Jerusalen que abatio el aguila de oro del Templo. Pero mientras Herodes respondio a los sublevados a su manera, con una matanza, el, Baltasar, cedio. El Balthazareum no fue ni vengado ni reconstruido. Porque el viejo rey de Nippur es presa de una duda. La hermosura de las estatuas griegas, de las pinturas romanas, de los mosaicos punicos o de las miniaturas etruscas, cuando toda la tradicion religiosa la condena, ?no sera porque contiene realmente algo de maldito? Piensa en su joven amigo, Asur el babilonio, que orienta sus busquedas hacia una celebracion de las humildes realidades humanas. Pero ?como exaltar lo que por su naturaleza esta condenado a ser irrisorio, efimero?

Y los tres tratan de imaginar, cada uno a su manera, al pequeno rey de los judios hacia el cual Herodes les ha delegado tras de su pajaro blanco. Pero todo se hace confuso en su mente, porque aquel Heredero del Reino mezcla atributos incompatibles, la grandeza y la pequenez, el poder y la inocencia, la plenitud y la pobreza.

Hay que seguir andando. Ir a ver. Abrir los ojos y el corazon a verdades desconocidas, prestar oido a palabras inauditas. Andan, presintiendo con conmovido gozo que tal vez una era nueva va a abrirse ante sus pasos.

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