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Gaspar, Melchor y Baltasar - Tournier Michel - Страница 15


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Entramos en la ciudad por la Puerta de Benjamin, y en seguida nos vimos arrastrados por una oleada humana en la que se advertia una excepcional expectacion. Baktiar pregunto cual era la causa de esa fiebre. No, no era una fiesta, ni el anuncio de una guerra, ni la preparacion de una boda principesca lo que provocaba tal agitacion. Era la llegada de dos visitantes reales, el uno procedente del sur, el otro de la Caldea, y que despues de haber recorrido juntos el ultimo trecho del camino, desde el Hebron, ocupaban con sus sequitos todas las posadas y viviendas disponibles que habia en Jerusalen, antes de ser recibidos por Herodes.

Estas noticias causaron en mi una gran turbacion. Desde mi mas tierna infancia, yo habia sido criado en la admiracion y el horror por el rey Herodes. Forzoso es decir que desde hacia treinta anos en todo Oriente no se hablaba mas que de sus maldades y de sus proezas, y solo se oia el grito de sus victimas y el estruendo de su fanfarrias victoriosas. Amenazado por todas partes y sin mas defensa que mi oscuridad, hubiese sido una temeridad loca ponerme en las manos del tirano. Mi padre siempre se habia mantenido a prudente distancia de tan temible vecino. Nadie hubiera podido reprocharle alguna manifestacion de amistad o de hostilidad respecto al rey de los judios. Pero, ?y mi tio Atmar? ?Se lo habia ocultado todo a Herodes para que asi tuviera que aceptar los hechos consumados? ?O se habia asegurado al menos su benevola neutralidad antes de recurrir a la fuerza? Yo nunca hubiera podido pensar que me iba a refugiar en Jerusalen en calidad de delfin desposeido, teniendo que pedir ayuda y proteccion a Herodes. En el mejor de los casos me haria pagar muy caro el menor de los servicios que me prestase. En el peor me entregaria al usurpador a cambio de lo que le interesase.

Por eso, cuando Baktiar me informo de la presencia de aquellos dos reyes extranjeros y de sus sequitos en la capital de la Judea, lo primero que se me ocurrio fue quedar al margen de todo aquel zafarrancho diplomatico. Aunque muy a pesar mio, desde luego, pues la terrible y grandiosa reputacion de Herodes y la pompa de los viajeros, ambos venidos de los confines de la Arabia Feliz, prometian hacer de su entrevista un acontecimiento de incomparable suntuosidad. Mientras yo aparentaba ser juicioso e indiferente -llegando a hablar incluso de abandonar la ciudad sin tardanza para estar mas seguros-, mi viejo maestro leia en mi cara como en un libro abierto la enfadosa pesadumbre que me causaba aquella renuncia a la que me obligaba mi infortunio.

Pasamos la primera noche en una caravanera miserable que albergaba mas animales que hombres -estos al servicio de aquellos-, y mi profundo sueno no impidio que advirtiera la ausencia de Baktiar durante varias horas. Reaparecio cuando empezaba a clarear. ?Mi querido Baktiar! Aprovecho bien aquella noche, gastando tesoros de ingenio para arrancarme al dilema en el que me veia sufrir desde la manana. Si, asistiria a la entrevista de los reyes. Pero disimulado bajo una falsa identidad, de tal modo que Herodes no pudiera servirse de mi. Mi antiguo maestro habia tropezado con un primo lejano que pertenecia al cortejo del rey Baltasar, que venia del principado de Nippur, en la Arabia Feliz. Gracias a su intervencion, Baktiar fue recibido por el rey, a quien expuso la situacion en la que nos encontrabamos. Mi juventud iba a permitirle que me hiciera pasar verosimilmente por un joven principe que iba con el bajo su proteccion en calidad de paje. Estas son cosas que suelen hacerse, y en resumidas cuentas, si a mi padre se le hubiese ocurrido, yo hubiese pasado una temporada muy provechosa en la corte de Nippur. El sequito de Baltasar era lo suficientemente numeroso y brillante como para que yo pasara inadvertido, sobre todo con las ropas de paje que Baktiar me entrego de parte del rey. A Baktiar le parecia que, en el fondo, al viejo soberano de Nippur no dejaba de divertirle aquella pequena mixtificacion. Ademas, tenia fama de ser un hombre jovial, amigo de las letras y de las artes, y en su comitiva, segun se comentaba maliciosamente, habia mas bufones e histriones que diplomaticos y sacerdotes.

Mi edad y mis desdichas me inclinaban a un estado de animo mas bien grave, poco adecuado para comprender y amar a aquel hombre. La adolescencia suele tachar a la edad madura de frivolidad. La bondad de Baltasar, su generosidad y sobre todo el extraordinario encanto que sabia dar a todas las cosas, barrieron mis prevenciones. En un abrir y cerrar de ojos me vi vestido de purpuras y de seda, e incorporado a una juventud dorada que brillaba con la hermosura animal que proporciona una inmemorial riqueza. La felicidad, transmitida de generacion en generacion, confiere una aristocracia incomparable, hecha de inocencia, de gratuidad, de aceptacion espontanea de todos los dones de la vida, y tambien de una secreta dureza, que asusta cuando la descubrimos, pero que multiplica infinitamente la seduccion. Aquellos jovenes parecian formar una especie de sociedad cerrada, cuyo emblema era una flor de narciso blanca. En la corte incluso se les solia llamar los Narcisos. Algunos de ellos gozaban de un prestigio superior por haberse educado en Roma, pero el colmo de la exquisitez era haber vivido en Atenas -a pesar de la decadencia de la Helade-, hablar griego y sacrificar a los dioses del Olimpo. Al principio me parecieron muy despreocupados. No sin escandalo, comprendi poco a poco que, por el contrario, con una especie de provocacion apenas deliberada, ponian una extremada gravedad en empresas que para mi eran inconcebiblemente futiles: musica, poesia, teatro, cuando no concursos de fuerza o de belleza.

La mayor parte de ellos tenia mi misma edad. Su felicidad evidente hacia que me parecieran mucho mas jovenes que yo. Me acogieron con una afabilidad y una discrecion acerca de mis origenes que demostraban haber sido aleccionados. Nos hospedaron suntuosamente en el ala oriental del palacio. Desde las tres terrazas, dispuestas como los peldanos de una escalera inmensa, podia verse, mas alla de las herbosas colinas de la Judea, la blancura de las casas de Betania, y, mas lejos aun, la superficie de acero azulado del mar Muerto, que parecia hundido como en un hoyo. En la terraza inferior disponiamos de un jardin colgante con algarrobos de racimos encarnados, tamariscos de rosadas espigas, laureles con corimbos color granate, y variedades desconocidas para mi, que procedian de lejanas tierras de Africa o de Asia.

Mas de una vez tuve ocasion de conversar a solas con el anciano rey de Nippur, cuando sus Narcisos querian divertirse y explorar los problematicos recursos de la ciudad, y nos dejaban solos a los dos. Me interrogaba con bondad y curiosidad acerca de mi ninez, mi adolescencia, y acerca de las costumbres de las gentes de Palmira. Se asombraba de la sencillez, por no decir la rudeza, de nuestros usos, y parecia ver en ellos -estableciendo unas relaciones que yo no alcanzaba a entender del todo- el origen fatal de mi desdicha. ?Creia verdaderamente que una vida mas refinada hubiera puesto a la corte de mi padre al abrigo de las intrigas de mi tio? Comprendi poco a poco que para el el culto del lenguaje bello y de las cosas hermosas, cuando era el ejemplo que daba el soberano, debia influir en todos los estratos de la poblacion, desde luego inspirando virtudes menos nobles, pero esenciales para la conservacion del reino, como el valor, el desinteres, la lealtad, la honradez. Por desgracia, un fanatismo oscurantista suscitaba entre sus vecinos y en su propio reino un furor iconoclasta que convertia estas virtudes en todo lo contrario. Creia que, de haber podido -como lo deseaba ardientemente- formar a su alrededor una pleyade de poetas, de escultores, de pintores y de dramaturgos, la irradiacion de ese nucleo social hubiera sido beneficiosa para el mas modesto peon de albanil, para el ultimo boyero de su reino. Pero todas sus iniciativas de gran mecenas chocaban con la hostilidad vigilante de un clero ferozmente hostil para con las imagenes. Esperaba de sus Narcisos que constituyesen, al adquirir autoridad, un cuerpo aristocratico lo bastante fuerte como para oponerse a los elementos tradicionalistas de su capital. Pero aun estaba lejos de haber ganado la partida. La irradiacion de Roma y de Atenas se pierde en un horizonte lejano que obstruye el reino de Judea, aspero y hostil. Crei comprender que un motin fomentado en su ausencia por el sumo sacerdote Cheddad, habia terminado con el saqueo de sus colecciones de tesoros artisticos. Aquel atentado, que parece haberle hecho sufrir mucho, sin duda tuvo algo que ver con su partida.

Entre sus companeros hice amistad con un joven artista babilonio al que parecia amar mas aun que a sus propios hijos. Asur posee manos verdaderamente magicas. Charlamos, sentados al pie de un arbol. Entre sus dedos aparece una pella de barro. Distraidamente, la amasa sin mirarla siquiera. Y como si se hubiese hecho a si misma, de pronto surge una figurita. Es un gato dormido, enroscado, una flor de loto abierta, una mujer en cuclillas, con las rodillas a la altura del menton. De tal modo que cuando estoy con el no pierdo de vista sus manos para observar el milagro que esta produciendose. Asur no tiene ni las responsabilidades ni la filosofia del rey Baltasar. Dibuja, pinta y esculpe como una abeja fabrica su miel. Sin embargo, no es mudo, ni mucho menos. Solo que cuando habla de su arte siempre dice algo que esta directamente relacionado con una obra concreta y como si ella se lo dictase.

Asi en cierta ocasion le vi terminar un retrato de mujer. No era ni joven ni hermosa ni rica, todo lo contrario. Pero tenia un brillo en los ojos, en la debil sonrisa, en todo su rostro.

– Ayer -me conto Asur- me encontraba cerca de la fuente del Profeta, la que alimenta una pobre noria y mana de una manera parsimoniosa e intermitente, de tal forma que a menudo se aglomera la gente, cuando el agua se decide a brotar limpida y fresca. Y entre los ultimos habia un anciano tullido que no tenia la menor posibilidad de llenar el cubilete de palastro que tendia tembloroso hacia el brocal. Entonces una mujer que acababa de llenar un anfora a costa de grandes esfuerzos, se le acerco para compartir su agua con el.

»No es nada. Un gesto de amistad infima en una humanidad miserable en la que se realizan todos los dias acciones sublimes y atroces. Pero lo inolvidable fue la expresion de esa mujer a partir del momento en que vio al anciano, y hasta que se alejo de el, despues de darle el agua. Ese rostro lo lleve en mi memoria con fervor, y luego, recogiendome para conservarlo vivo en mi durante el mayor tiempo posible, hice este dibujo. Eso es todo. ?Que es? Un fugitivo reflejo de amor en una existencia muy dura. Un momento de gracia en un mundo implacable. El instante tan raro y tan precioso en el que el parecido lleva y justifica la imagen, segun la expresion de Baltasar.

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