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El Abisinio - Rufin Jean-christophe - Страница 74


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– ?Cuando partire? -pregunto.

– ?Ah, que fogosidad, que impaciencia! -exclamo el consul ofuscado-. Un momento se lo ruego. El dinero llega en la proxima caja, y entretanto debemos preparar todo con esmero.

– ?Dentro de unos dias?

– Mas. Unas semanas. Si todo va bien, digamos dentro de diez semanas. Tal vez ocho.

– ?Perfecto! -dijo Du Roule.

– No se trata de que vaya a la buena de Dios. Confiamos en usted, senor. La improvisacion favorecia a los aventureros que abrieron la via. Para una verdadera embajada, seran necesarios medios mas considerables, ricos presentes, una guardia…

Detallaron en cierta medida la expedicion. Era practicamente la hora de cenar, que en el consulado se servia pronto. El senor De Maillet rogo al secretario que les dejara a solas un momento.

– ?No hay ninguna disposicion personal que quisiera tomar antes de su viaje? -pregunto el consul cuando estuvo a solas con Du Roule.

Esperaba que en tales circunstancias el diplomatico le comunicara sus intenciones con respecto a su hija. El consul habia aprovechado todas las ocasiones que se le habian presentado para hacerle multiples y reiteradas alusiones. Pero ya fuera porque el hombre se viera excesivamente intimidado por la educacion, o porque la joven le hubiera disgustado a fuerza-de no hacer ningun esfuerzo para ser amable, como temia su padre, el caso es que no sucedia nada.

– No, Excelencia, no se me ocurre -dijo tranquilamente Du Roule con expresion de extraneza.

El caballero Hector le Noir du Roule era el tercer hijo de una familia que practicaba escrupulosamente el derecho de progenitura, sobre todo desde que no tenian nada que repartir, y de eso hacia ya mucho tiempo. Fue educado descuidadamente en el castillo familiar, cerca de Senlis. Todo alli eran referencias a los antepasados que miraban con maldad a los vivos, colgados en las paredes. Las armas, las artes, la nobleza, todo cuanto era celebre en aquel castillo se presentaba al nino con su desmentido, puesto que aquellas cualidades, cultivadas con esmero durante muchos anos, solo habian conducido a la ruina.

El jovenDu Roule se acostumbro a ver cada obra de arte, cada ornamento -ya fuera una tela de un artista, un aplique de bronce, un tapiz o una espada de caballeria- unicamente como un objeto de utilidad que, dispuesta contra una pared o encima de un mueble, escondia una grieta, el agujero de un roedor o una mancha de moho. Como la familia no tenia titulos suficientes para los otros hijos, salvo para el primogenito, el caballero, pues asi era como le llamaban los campesinos, siempre le dejaron correr libremente por los cotos con los lugarenos. De ese modo, el joven noble descubrio muy deprisa que aquellos pillos a menudo comian mas que el, y rapidamente adquirio la habilidad de saber acomodarse a los dos mundos. Puertas afuera, se convirtio en una persona astuta y brutal, e hizo de su maldad un arma y casi un medio de sustento. En el castillo en cambio rivalizaba en elegancia y educacion para agenciarse a las mujeres de la familia, y asi ganarse algo mas que su derecho en materia de alimentacion y de indumentaria, ademas de caricias, pues muy pronto sintio una clara necesidad sensual de curvas y perfumes.

Copiando de las lecciones de su hermano mayor, el unico que tuvo un preceptor, aprendio lo bastante para ser secretario en la residencia del duque de Vendome, a quien le recomendo un primo de su padre. Entro en el mundo por esta puerta pequena, y de cara afuera continuo desmintiendo el encanto con el que se le distinguia al momento en sociedad gracias al juego y a todo tipo de orgias. Mas vale ignorar cual seria la cadena de seduccion y de bajeza, de aplicacion en el trabajo y de perseverancia en el vicio con la que llego a obtener un puesto en los despachos de Asuntos Exteriores del ministro Torcy. Durante mucho tiempo, Du,Roule ambiciono entrar en la diplomacia por considerar que era una carrera donde su refinamiento obraria en su favor y donde la distancia le permitiria dar rienda suelta a su violenta pasion por el lucro. Le propusieron el consulado de Rosetta. De todas las Escalas del Levante, era la que se retribuia con un sueldo mas mediocre. Pero en Rosetta se traficaba, puesto que era un puerto, y penso que facilmente podria completar sus ingresos. Asi pues se marcho. Y he aqui que cuando apenas acababa de llegar ya le estaban proponiendo una mujer y una embajada gracias a su excelente reputacion. Un par de gangas, a! parecer, aunque convenia reflexionar para no equivocarse. La senorita De Maillet era un partido que le convenia, y ademas sin duda podria negociar la dote, pero Du Roule no tenia ninguna prisa por atarse. Abisinia le interesaba mas. No sabia gran cosa de aquel pais, salvo que se hablaba de oro, gemas y especias. El senor De Maillet le habia expuesto vagos proyectos de expansion de la Compania de las Indias. El pobre consul posiblemente imaginaba que Du Roule iba a trabajar para otros… El caballero se reia de buena gana de aquello, pues lo unico que el buscaba con ahinco era su propia fortuna, y estaba decidido a adquirirla sin que le detuviera escrupulo alguno. Reconocia su cinismo y estaba orgulloso de poseerlo. No obstante, a su manera -y se hubiera sorprendido mucho que se lo hubieran dicho-, era un sonador. La fortuna a la que aspiraba no era en absoluto verosimil, pues lo que se proponia adquirir era un reino, tal como se lo habian imaginado los espanoles en America o el frances Pronis en las Mascarenas. Ya se veia convertido en un rey de cualquier sitio y a la cabeza de una cuantiosa fortuna. No obstante tambien temia que, dada esa eventualidad, la senorita De Maillet ya no le bastara. Sonaba con princesas y con reinas. Rapidamente hizo su eleccion: primero el viaje; y luego, solo si aun resultaba conveniente, la boda.

Pero no habia contado con que la senorita De Maillet excitaria violentamente sus sentidos. Al cabo de una semana ya pensaba: «Me preocupa poco la boda, desde luego, pero daria lo que fuera para someter a mi antojo a esa nina arisca.» Sin embargo ya no estaba en el campo, ni en los cotos, y la hija del consul no era una joven campesina con quien darse un revolcon. Primero tendria que casarse, y el no queria. Con todo, valiendose de rodeos para eludir las proposiciones mudas del padre, Du Roule no renuncio a encontrar un medio para pasar algunos voluptuosos momentos con la joven antes de marchar, y sin prometer nada. El caballero la observo, y poco a poco se hizo su idea. De modo que cuando el senor De Maillet le confirmo la embajada, Du Roule tenia ya la certeza de que la damisela escondia una pasion y que el matrimonio era tan poco deseable para ella como para el. El libertino se cercioro al respecto y se dijo que ese amor que iba destinado a otro -el senor Mace, a quien habia convertido en un aliado, pronto le dijo a quien- podia incitarla a ceder a unos deseos que creia irrefrenables y que, un hombre con experiencia como el, sabria ingeniarselas para orientarlos hacia su persona.

Despues de unos dias de reclusion que siguieron a su desmayo, Alix reaparecio de nuevo, y Du Roule se contento con acosarla con la mirada. El senor De Maillet, encantado por su interes, hizo como si no notara nada, y por otra parte no ceso de reprender a su hija por su frialdad y su falta de atenciones hacia el recien llegado. ?Se dejaria enganar Alix por esos reproches, o sabia hasta que punto su belleza natural, sus cabellos ondulados apenas sujetos, su sencillo atuendo, la salud que irradiaba su cuerpo a pesar de todas sus pretensiones de enfermedad, excitaban los sentidos del galan? ?Sabia hasta que punto su comedimiento y su temor traicionaban una emocion que Du Roule ardia por llevar a su fuente, es decir, por convertir en deseo y en voluptuosidad?

Al salir del gabinete del consul, el caballero recien investido de su embajada, vio a Alix bajar la escalera y la siguio hasta el salon de musica, mientras ella hacia el ademan de coger apresuradamente una partitura de la espineta.

Du Roule ni siquiera se tomo la molestia de considerar aquella ocupacion, y se acerco a la joven y se planto delante.

– Tengo que darle una buena noticia -le dijo acercando tanto su boca que ella sintio su aliento en la frente-. Me marcho.

– Vaya… que contrariedad.

Nunca se habian dicho dos palabras cara a cara.

– ?De verdad lo lamenta?

Alix no respondio, y durante ese instante de silencio sintio que se producia en ella una rapida y profunda transformacion. Aquel hombre cerca de ella, en aquel salon con la puerta tan lejos, la debilidad de su respiracion, su rubor… Alix volvio a verse de repente acosada, en la noche, perseguida, con el tacon roto, entre ladridos de perros. Luego, tambien subitamente, volvio a sus horas de libertad, a Gizeh, y sintio la soltura del florete, el poder del caballo y el sonido de las pistolas. Entonces se enderezo y le planto cara.

– ?Que quiere usted? -dijo mirandole con sus ojos azules.

– Alguien quiere por mi-dijo Du Roule-. Y yo no quiero. Igual que usted. No nos casaremos.

– A usted parece que le gusta decidir eso.

El se acerco mas. Ella no se echo hacia atras, aunque su cercana presencia la aturdia, pero no por temor.

– Yo no decido -dijo-, lo se.

– ?Que sabe?

– Que yo deseo estar libre y que usted no lo es.

– ?Y bien?

– Bueno, pues olvidemonos del matrimonio. Siga amando y conservemos…

Ella no bajaba los ojos.

– … el placer -dijo tomando su boca, que ella no retiro tan rapidamente como hubiera podido hacer.

Alguien llegaba por el vestibulo. Alix, muy duena de si misma, tomo asiento al teclado con mucha naturalidad, y Du Roule se sento en el extremo opuesto del saloncito. Al entrar la senora De Maillet se mostro encantada de encontrar juntos a los dos prometidos, pues la buena mujer compartia completamente la opinion de su marido, y les rogo que la acompanaran a la mesa.

Durante la cena, el consul amenizo la conversacion con un resumen de las habladurias.

– En cuanto a Poncet -dijo dirigiendose a su mujer-, seguramente recordaras a aquel boticario…

Los senores Mace y Du Roule miraron a Alix por encima de sus cucharas.

– … el muy pretencioso quiso ir a ver al Rey. Pues bien, lo ha visto. Pero Su Majestad es demasiado perspicaz para dejar que abusen de el. El insolente ha sido detenido y espera un juicio.

No hubo ningun movimiento, ni un suspiro, ni una palabra que traicionara la situacion. Alix estaba en la orilla del rio, en Gizeh, y se ponia en guardia en la linde de los canizales. Sabia disimular la fuerza que habia adquirido en aquellos pocos dias. Tras su regreso, las cosas habian ocurrido exactamente igual que si ella no hubiera vivido esas horas de libertad. Habia huido de Du Roule, se habia humillado en ese papel de muchacha enfermiza primero y asustadiza despues, porque esperaba a Jean-Baptiste y porque le habia jurado que no se arriesgaria. Y de pronto se enteraba de que estaba prisionero. Asi pues, le tocaba a ella actuar primero para transformar su libertad en transgresion, su voluntad en poder para no temer nada, ni a ella misma ni a los demas, y salvar todos los obstaculos.

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