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El Abisinio - Rufin Jean-christophe - Страница 69


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– No sea tan orgulloso, amigo mio. Usted no sera el unico parapeto contra la voluntad de una orden que tiene en su confesionario al rey cristiano mas poderoso de la Tierra. Dejese de juramentos. Ya no estamos en la epoca de los refinados del honor. Algunos lo lamentan, pero no sere yo. Ademas, hay que ver las cosas como son. ?Ha visto abajo los comederos y los toneles vacios? Se lo suplico, no se equivoque de epoca.

Jean-Baptiste se volvio hacia el fuego y se cruzo de brazos.

– Ya veremos -murmuro entre dientes.

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No obstante, en El Cairo, el senor Le Noir du Roule se hacia esperar. El consul volvia a temer un terrible naufragio. Veia a su futuro yerno en suenos, arrojado en una playa, como el pobre padre Versau, aferrandose con los brazos a un tronco de arbol. Sin embargo, la verdad era menos tragica; el diplomatico llegaba sin prisas, sencillamente. Mando que lo desembarcaran en Civitavecchia, se desplazo hasta Roma en coche de caballos, se tomo el tiempo necesario para visitar con calma la ciudad y hasta para urdir alli ciertas intrigas con las cortesanas. Luego se desplazo hacia el sur, hasta Bari, desde donde emprendio la travesia hasta Corinto. Se advirtio su presencia en Alejandria y por fin llego a El Cairo.

El senor De Maillet habia decidido alojar a Du Roule en el consulado, aunque se tratara de un subordinado. Pero se proponia honrar su noble alcurnia y sobre todo hacerle notar que ya era de la familia. Una vez tranquilo por lo que se referia al consentimiento de su hija, ahora el mayor motivo de inquietud del consul era saber que pensaba el prometido. ?Seria Alix de su agrado? El consul no era de esos padres cegados por el amor a su prole. No juzgaba a su hija por la apariencia sino por las conveniencias y, en cuanto a eso, tenia mucho que objetar. ?Acaso la semana anterior no habia vuelto de Gizeh, por orden suya, con la piel tostada por el sol de tanto pasear sin sombrero y hecha un marimacho? Un hombre de maneras delicadas y habituado a frecuentar los salones de la capital siempre podia negarse a contraer un compromiso con una mujer asi.

El dia que llego Du Roule, Alix aparecio en el vestibulo en el momento en que la carroza del viajero entraba en el patio y cuando ya era demasiado tarde para que su padre la mandara ir a acicalarse. El senor De Maillet reparo estupefacto en que no se habia puesto albayalde en las mejillas, que se habia peinado como la mas humilde de todas las sirvientas, con los cabellos estirados y partidos por una raya. Llevaba un vestido de su madre que ademas de resultar ridiculo porque era demasiado ancho, para colmo estaba usado. El atuendo era de un color de heces de vino que no se veia desde hacia quince anos, ni siquiera en El Cairo. Todo el personal del consulado se alineaba en el rellano de la escalinata, detras de la familia De Maillet. Era dificil hacer una escena ante tantos testigos. Por otra parte, el recien llegado abria ya la portezuela de la carroza y un lacayo arabe le colocaba el estribo. El consul habia decidido esperar en el rellano. El dia anterior hablo sobre ese punto del protocolo con el senor Mace y llego a esa conclusion. Pero la emocion le hizo ceder a su impulso, asi que bajo con paso apresurado hacia el viajero y lo saludo al pie del coche.

El senor Le Noir du Roule era un hombre de gran estatura, fuerte, de agradable estampa, estrecho de cintura y de finos tobillos. Por lo demas, a primera vista se advertia que solo pensaba en el efecto de la pose. Esto es, no movia un brazo sin haber calibrado de antemano en que agraciada posicion lo colocaria despues. Ponia todo su esmero en conservar -con toda naturalidad- el menton alto, los pies ligeramente en escuadra y la espalda arqueada. De haber sido mas flexible, se habria dicho que tenia la silueta de un bailarin, pero habia demasiada fuerza contenida en aquellas maneras para que no tuviera mas bien el aire de un felino o de un carnivoro, cuya suprema elegancia esconde una increible crueldad. Cuando el se acerco, Alix pudo distinguir su rostro alargado como la hoja de un cuchillo. La nariz larga y fina prolongaba una frente plegada como las cubiertas de un libro abierto; a esto habia que anadir unas mejillas hundidas, unos labios finos y un menton prominente y puntiagudo. Mientras respondia a las palabras de cortesia del consul, Le Noir du Roule paseo la vista por los asistentes, con una ceja mas alta que otra, en forma de acento circunflejo; debajo, los parpados, inmoviles como una chapa metalica, protegian unos ojos negros. La unica que merecio su atencion fue la joven a quien dirigio una mirada tan intensa y pertinaz que esta comprendio enseguida que, a pesar de su aspecto descuidado, no podria disimular sus encantos a un hombre como aquel. El recien llegado saludo a las damas con un estilo cortesano que causo extraneza, aunque todos lo admitieron como la forma de pleitesia mas reciente. Luego entro con el consul y el senor Mace para reunirse en conciliabulo; despues el viajero subio a su habitacion y volvio a bajar para la cena, mas elegante aun que a su llegada. Lucia una levita de fino terciopelo azul celeste con el reverso de ultramar y bordados en oro, y un chaleco rosa claro a juego con las calzas. Aunque en el comedor era el unico de su especie, el hecho de llegar de Vcrsalles conferia cierta normalidad a su apariencia. En cambio todos los demas daban de repente la impresion de haberse vestido con viejos harapos, empezando por el consul. Tras comprender que el otro vestido solo habia servido para incomodar a su padre, Alix, situada a su izquierda, se habia ataviado con uno mas favorecedor. Ademas sabia perfectamente que nada alejaria de ella la mirada de aquel hombre que habia sabido captar su belleza, al igual que el leopardo repara en un antilope oculto entre los matorrales. Todo daba a entender, en la actitud de aquel Le Noir du Roule, que se sentia con derechos sobre la joven, pero no era como ella se lo habia imaginado. Probablemente su padre y Pontchartrain le habrian notificado sus planes de matrimonio. Sin embargo, lo que no habia previsto era encontrarse con alguien que hiciera alarde de aquella seguridad calmosa y casi salvaje, con alguien que tuviera aquel aire de libertino seguro de si mismo, de sus encantos y de sus ardides, con alguien que la habria forzado pasara lo que pasara, aunque no se la hubieran entregado casi de antemano, y tal vez con mas placer aun en el caso que hubiera sido asi.

El senor Le Noir du Roule animo a los comensales con su brillante conversacion. Le gustaban las artes y describio los monumentos de Egipto que todavia no habia visto con la sabiduria del lector bien informado. Mientras hablaba, su cara cambiaba de expresion por impulsos, como un automata. Era imposible apreciar algun punto de transicion entre sus gestos, que en ocasiones se sucedian con tanta rapidez como la mano derecha que, en la guitarra, salta imperceptiblemente de un acorde a otro. Lo unico que no movia era el parpado. En digna recompensa, miro directamente a Alix.

– ?Y usted, senorita -pregunto-, ha visto ya la Esfinge?

– No -respondio ella resueltamente.

El padre de la joven iba a protestar, para decir que precisamente acababa de regresar de Gizeh, cuando oyo una exclamacion. Alix se habia levantado y, tras dar un paso, cayo al suelo desmayada. Alertadas por la senora De Maillet, Francoise y la cocinera subieron a la joven a su habitacion. Sus padres iban detras, llenos de un gran nerviosismo.

– Ves -le decia el consul a su mujer en la escalera-, estaba seguro de que enfermaria de fiebres en aquella casa.-No esta acalorada -respondio la senora De Maillet.

– Eso da igual. Sin duda se habra pasado todo el dia sentada, alentando la imaginacion con novelas. Era inevitable que todo esto terminara en vahidos.

Entretanto, en el salon principal, el senor Mace intentaba distraer al diplomatico, mientras le rogaba disculpase el incidente.

– Supongo que no sera contagioso -comento Le Noir du Roule, llevandose un panuelo de encaje a la nariz.

Versalles, en diciembre y despues de todo aquel trastorno de fiestas relacionadas con el viaje del futuro Rey, parecia un gran cuerpo abatido, desesperado y languido. Los jardines cubiertos de hojas amarillentas y envueltos en brumas eran como un abanico de sangrias abiertas en los bosques negros. Solo se veian sombras transidas de frio y algunos jardineros atareados junto a un tocon o barriendo los parterres con sus siluetas de labradores. El Palais, bajo los tejados de pizarra gris, entregaba a los vientos humedos sus lugubres fachadas donde se veia resplandecer la tenue luz de los candelabros que permanecian encendidos todo el dia a traves de los ventanales. Ni una sola carroza cruzaba el patio de honor sin que el horrible gemido de los ejes sobre los adoquines de asperon no hiciera creer que se trataba de un carro con condenados. Y en todas partes, detras de las empalizadas de madera, resonaban, lejanos pero multiplicados por el eco, los golpes de mazo que daban unos obreros invisibles perdidos en las alturas de andamios de estacas.

Jean-Baptiste, el padre Plantain y el padre Fleuriau llegaron la noche previa a la audiencia y se alojaron en un hotel que la Compania habia mandado construir en la ciudad, en el Cours de la Reine. Al final, Flehaut no se reunio con ellos en Paris pero les hizo saber que se encontraria con ellos en la audiencia.

– Eso significa que tiene ordenes y que Pontchartrain quiere tenerlo de su lado -observo el padre Plantain.

La cena se zanjo con una conversacion trivial sobre capones asados y empanadas, especialidades a las que Jean-Baptiste se habia acostumbrado en Le Beau Noir, aunque tuvo que contentarse con un caldo insulso, col rallada y un trozo de queso. Fleuriau, demacrado y con la tez amarillenta, se empenaba en masticar tenazmente aquellas miserias, y al terminar lanzo las exclamaciones de saciedad propias de un hombre que acaba de entregarse a un festin. En la chimenea, una lumbre tisica se debatia entre la vida y la muerte. Poncet habia cenado envuelto en su capa de pano, pero a pesar de todo tiritaba, asi que pidio permiso para ir a cobijarse en su cama, no sin antes haber tomado la precaucion de mandar que la calentaran. Estaba tan ocupado tiritando que solo podia pensar en las particulas de calor que podria ahorrar en una u otra posicion. El sueno paralizo su cuerpo, como un animal que hubiera caido en el agua helada.

A las ocho de la manana, un lacayo descorrio las cortinas, encendio el fuego y le indico que los curas le esperaban para desayunar. Valga decir que la comida fue tan desesperante como la cena. A Poncet, que no le gustaba el caldo de gallina a esas horas, le contrario saber que la casa no compraba ni te, ni cafe, ni chocolate, de modo que pidio un gran vaso de malvasia y se lo bebio de un trago.

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