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El Abisinio - Rufin Jean-christophe - Страница 56


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Desde la oscuridad del guardarropa, Francoise dijo en voz baja que era la hora y que alguien podia subir en cualquier momento. Se despidieron con lagrimas en los ojos.

Alix oyo alejarse los ultimos ruidos de pasos en la escalera de servicio, descorrio el pestillo de su habitacion y se estiro lentamente en la cama, sin quitarse la ropa.Al llegar a casa, Poncct encontro al maestro Juremi sentado en la terraza, con un candil a sus pies. Bebia en un vaso licor de mandarina que habia destilado en el alambique, mucho tiempo atras, en las horas muertas.

– Vaya -dijo el protestante-, aqui llega el enamorado.

Jean-Baptiste se sento frente a su amigo, sin pronunciar palabra.

– Oh, parece que hay malas noticias. Bebe un poco, te reconfortara.

El maestro Juremi le tendio a Poncet un vaso, pero este lo dejo encima de la balustrada, sin tocarlo.

– Querido amigo, te estas abandonando -dijo el maestro Juremi, levantandose.

A pesar de que era tarde parecia muy despierto. Se veia que habia pasado una velada muy tranquila y que esperaba a su amigo para animarse un poco. Mientras andaba a grandes zancadas por la terraza, pregunto:

– Bueno, ?que ocurre? ?Ya no te quiere?

– Si -contesto estupidamente Poncet, con la mente en otra parte.

El maestro Juremi se aferro a esa escueta afirmacion y empezo a tirar de la madeja con una voz poderosa. Le dijo a Jean-Baptiste que eso era lo esencial y que todos los obstaculos desaparecerian en el momento en que el amor fuera compartido.

– ?Pelea! Eso es todo. Mira como estas.

– No vamos a ir a Versalles -dijo Jean-Baptiste con un tono afligido-. El Rey no me dara un titulo nobiliario y no podre casarme con ella.

– Y la noche no terminara nunca, el agua no correra mas por las fuentes, y las hienas terminaran devorandonos a todos. Vamos, vamos… Animo, senor pesimista.

El maestro Juremi cruzo la terraza con su andar cansino, subio a los aposentos de Poncet, descolgo dos floretes y los petos y volvio con su amigo.

– Venga, en guardia, como en los viejos tiempos. Veras como vuelves a tus cabales en cinco minutos.

Jean-Baptiste no tenia ningunas ganas de levantarse de la silla. El aire inmovil a su alrededor acumulaba gota a gota el perfume que Alix habia impregnado en su piel y en sus ropas. Sin embargo, en alguna parte recondita de su corazon se sentia disgustado por haber abandonado a su amigo aquella noche, y al menos deseaba darle una pequena alegria. Asi que se levanto, se enfundo el peto de cuero y se puso en guardia. Al cabo de unos segundos, el maestro Juremi le toco con elflorete. Volvieron a ponerse en guardia. Poncet seguia sin concentrarse, hizo algunas leves paradas de quinta y de septima; el maestro Juremi se echo hacia atras y le toco de nuevo.

– ?Venga, venga! ?Voy a tener que atravesarte de parte a parte para que un chorro de sangre te alivie el malhumor?

El sonido metalico de los floretes excita al hombre en un lugar profundo donde dormita el ardor guerrero; no se conoce a nadie a quien los primeros cosquilieos de los floretes no despierte, en la mente antes ocupada por otro pensamiento, un ardor de combate que tensa los musculos e ilumina la mirada. Al tercer embate, Poncet estaba alli casi por completo. El maestro Juremi volvio a tocarlo, pero esta vez solo de refilon. Luego hubo un periodo de fuerzas igualadas, con muchos movimientos, imprevistos, gritos sordos y giros. Por fin, al tiempo que Jean-Baptiste tocaba a su amigo, lanzo un grito terrible:

– ?Los jesuitas!

El maestro Juremi se quedo quieto, bajo el florete y miro extranado a su alrededor.

– ?Que dices de los jesuitas? ?Donde?

Jcan-Baptiste se alejo y fue a sentarse en la barandilla, y mientras acompasaba el pensamiento con la mano que sujetaba el arma, empezo a trazar con el florete en el aire algo asi como las letras de una proclama.

– Los je-su-i-tas. ?Los jesuitas! Eso es -dijo-. Solo ellos pueden arreglar esta cuestion.

– ?Pero se puede saber de que diablos estas hablando?

– Del viaje a Versalles. Creeme, son los unicos. No se como no se me habra ocurrido antes. Claro, son los unicos que pueden doblegar al consul y conseguir acercarnos hasta el Rey, puesto que son ellos quienes han transmitido sus ordenes. No debemos menospreciar el poder de esos curas por el hecho de haber aprendido a desconfiar de ellos.

– Pero olvidas que prometimos solemnemente que los jesuitas no volverian a Abisinia -dijo el maestro Juremi con expresion grave-. Si queremos ir a Versalles es para que el Rey oiga una version totalmente opuesta a la de esos curas. No son las personas mas adecuadas para que nos acompanen.

– Tienes razon. Pero si no transigimos, no podremos ir a Versalles de ninguna de las maneras, y los jesuitas seguiran haciendo valer su opinion en la corte.

– Vale mas que la hagan valer solos que con la ayuda de nuestro testimonio.-?No! -dijo Poncet-. Piensa. Si nos aliamos con ellos para ir a Versalles, no sera para ofrecerles nuestro apoyo sino para contradecirles solemnemente cuando estemos ante el Rey. Se trata de utilizarlos. Nada mas.

– Aun no piensas como ellos, pero por lo que veo ya has asimilado sus metodos.

– ?Acaso no peleas tu con las mismas armas que el adversario que tienes delante? No me digas que si te ataco con la espada te vas a defender con una cuchara…

– Adoptar los defectos de los adversarios significa concederles la victoria.

– Entonces habra que conservar intacta nuestra pureza y morir.

– Si, es preferible morir que traicionarse a si mismo -dijo el maestro Juremi desde lo alto de su mole-, pero se puede ser puro y vencer.

– Nos estamos alejando del tema -dijo Jcan-Baptiste malhumorado-. Solo se trata de saber como podremos hacer llegar a Versalles el mensaje del Negus. Esa es la cuestion, la cuestion que interesa. Y yo te digo que solo los jesuitas pueden hacer realidad ese milagro.

El maestro Juremi se dio la vuelta, avanzo tres pasos hacia la pared y salto de nuevo hacia su amigo.

– Jean-Baptiste, estas confundiendo las cosas. Solo esperas hacer ese viaje por tu propio interes. Y ahi estas, a punto de traicionar tu palabra con tal de satisfacer unos deseos egoistas.

– No te consiento… -exclamo Poncet mientras golpeaba los barrotes de hierro de la barandilla con la empunadura de su espada.

– ?Acaso me equivoco? -dijo el maestro Juremi, que seguia en la linde de las sombras.

– Tienes razon y te equivocas. Si, quiero defender mi causa en Versalles. Y no traicionare al Rey de los abisinios. No abordare las dos misiones con la misma energia, pero conseguire culminar las dos.

El maestro Juremi dio un paso atras para seguir oculto en la oscuridad. Poncet sabia bien que preludiaba aquella desaparicion.

– Dejame hacer a mi -dijo Jean-Baptiste con voz serena-. Solo te pido que seas neutral y que confies en mi. Solo yo hablare con los jesuitas, solo yo asumire el riesgo de que jueguen con nuestras cartas, y al final solo sera mia tambien la responsabilidad de desacreditarlos ante el Rey.

– En mi religion -dijo la voz del maestro Juremi, que salia de la noche-, solo se predica con el ejemplo. No voy a intentar convencerte por la fuerza, m siquiera por el metodo de la persuasion. No pienso ir a ver a los jesuitas, me inspiran tanta desconfianza que no creo que puedas enganarlos. Pero no te impedire que sigas tu camino… Espero que consigas tu objetivo.

Jean-Baptiste, contento con su idea y satisfecho de ver que su amigo no se oponia, avanzo hasta el maestro Juremi, que tambien dio un paso. Ambos tomaron los vasos y brindaron por su cordial desacuerdo bajo la mirada de Vega y las aprobaciones ruidosas de los perros de El Cairo.

Murad tenia un fuerte dolor de cabeza que habia achacado a la comida del consulado, aunque mas bien se debia a la bebida pues habia probado de todo y en cantidades considerables. Tampoco habia tenido reparos en tomar mezclas que habian escandalizado a sus vecinos, como champan, vino de Borgona y absenta en un vaso…

Para colmo de males, al dia siguiente por la manana, el esclavo etiope que le rasuraba el craneo diariamente con un vidrio de botella -puesto que Murad aborrecia el metal de las navajas de afeitar- le habia cortado, y bajo su turbante asomaba una gota de sangre seca. Hacia las nueve recibio a Poncet. Este le anuncio que habia enviado a alguien en busca del representante de los jesuitas y que el cura no tardaria mucho en aparecer. Murad, que se habia aprendido bien las lecciones del Emperador, se indigno al principio, pero cuando Poncet le expuso su plan, se tranquilizo y continuo lamentandose de su estomago.

El padre Plantain llego un poco antes de la hora fijada. Se planto ante Murad y Poncet, y a una senal del embajador se sento en una alfombra dispuesta en el suelo con la gracia de un toro que se derrumba con el primer golpe de rejon. Murad tuvo la cortesia de ofrecerle cafe y pasteles, que fueron llevados en procesion por los tres esclavos etiopes.

En cuanto los vio, el padre Plantain se reincorporo de rodillas.

– ?Dios mio ?Que hermosos son! -exclamo.

En primer lugar caminaba el de mas edad, con su pie zopo; detras de el iba el mayor de los ninos, bizqueando horrorosamente, y despues el otro que no tenia pelo por culpa de una tina que le dejaba al descubierto hasta los sesos.

– ?Usted cree? -pregunto Murad, mirando al triste cortejo.

– Veo sus almas -dijo el clerigo con los ojos humedos.

En efecto, consideraba a aquellos tres personajes con esa mezcla de respeto y beatitud con que los campesinos aseguran que la Virgen les ha dado una prueba de su amistad y se les ha aparecido en una gruta.-Pues bien -dijo Poncet-, mire usted que afortunada deferencia de parte del Negus: estos tres servidores son parte de los presentes destinados al rey Luis XIV.

El padre Plantain no les quito los ojos de encima a los abisinios hasta que no se dieron la vuelta y se fueron renqueando a la cocina.

– Acaba de decirme -prosiguio cuando los esclavos hubieron salido- que son algunos de los regalos que el Emperador ha destinado al Rey. ?Acaso hay mas?

– Ciertamente, padre -respondio Jean-Baptiste-, y mas valiosos aun.

El jesuita no podia imaginarse que presente podia superar el que acababa de ver. Poncet se metio lentamente la mano en el bolsillo, con el animo de incitar su curiosidad, y saco una carta.

– Afortunadamente, este mensaje ha escapado a la policia del pacha -dijo.

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