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El Abisinio - Rufin Jean-christophe - Страница 14


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Desde lo alto de la escalinata del consulado, Jean-Baptiste respiro profundamente las fragancias de pino que transportaba el aire caliente desde el gran jardin de Esbequieh situado muy cerca de alli. Pero mas alla del perfume del oasis, mas alla del olor del desierto, le parecio distinguir, en esos vientos llegados de la altiplanicie que jalonaba el rio, el aroma a especias e incienso del pais de Pount, de aquella costa repleta de hierbas aromaticas que le enviaban a descubrir. Abisinia… Esa tierra que habia poblado sus suenos en Venecia, cuando su amigo Barbarigo le contaba las aventuras de Joao Bermundez, companero de Cristobal de Gama, el hijo del gran Vasco, que habia corrido en auxilio de los etiopes y salvado a su reino de la invasion musulmana, un siglo atras. Entonces solo era un sueno y Jean-Baptiste nunca habria osado hacerlo realidad. Y de repente su buena suerte, en la que creia con tanta firmeza, le proporcionaba el medio para llegar hasta alli. Sonaba con un nuevo mundo. Pero ?que mundo podia ser mas nuevo que aquel pais inaccesible y legendario, no ignorado ni vacio sino muy a! contrario, codiciado y rico por su oro y por su historia?

A Jean-Baptiste, nacido en una epoca de miserias, en la Francia de la Fronda, sin fortuna y sin estado, no le habian faltado ocasiones para sentir la desgracia y la desesperanza en su propia piel. Sin embargo habia decidido de una vez por todas y desde hacia mucho tiempo no ceder jamas ante el infortunio. Tal vez por eso no habia imaginado una existencia mas alegre ni mas apartada de la rutina y las obligaciones que la suya. Pero en el momento en que empezaba a aburrirse en una ciudad que le resultaba demasiado familiar, el destino lo llevaba al pais de sus suenos como en un cuento oriental.

Jean-Baptiste descendio lentamente los peldanos de la escalinata, con la cabeza ausente en su nube de suenos. Habia pasado muchas veces por delante del jardincito del consulado pero nunca habia tenido tiempo suficiente para entrar. Asi que se demoro un instante. A la derecha de la corta alameda de gravilla habia un parterre de cesped con una fuente de piedra en el medio. Se acerco. Observo que detras del estanque habia un arbusto que no conocia. Jean-Baptiste tenia ojos de botanico, incluso cuando estaba absorto en sus pensamientos. Se arrodillo junto al arbusto, examino su follaje y, arrastrado por el impulso de buscar el nombre en sus libros, y por el de guardar un recuerdo de ese dia, saco de su bolsillo una navaja con mango de madera y empezo a cortar una rama de la planta, no sin antes echar una ojeada a su alrededor para cerciorarse de que nadie lo veia. De pronto su mirada se encontro en el primer piso del consulado con la de la senorita De Maillet. Estaba acodada en el alfeizar de la ventana y se quedo tan sorprendida como el joven, pues no imagino que el levantara la vista hacia ella.

Su buen humor le hizo pensar a Jean-Baptiste que un segundo encuentro en dos dias era un buen augurio. Le sonrio. La muchacha aun conservaba las cintas azules, y esa senal familiar le permitio percibir algo mas: los rasgos tan delicados de la joven, su nariz regular, pequena y muy recta, y sobre todo su mirada dulce, limpida, que respondio a su sonrisa sin muestra alguna de seriedad. Sin embargo, tan pronto como dejo al descubierto su dentadura blanca y se encendio su mirada, la joven se retiro de la ventana. Jean-Baptiste se quedo un momento con una rodilla en la hierba, y luego, una vez de pie, espero a que reapareciera. Pero la ventana seguia vacia, asi que volvio poco a poco a la alameda, salio a la calle y regreso a su casa sin darse prisa.

El maravilloso viaje que le habian propuesto se apoderaba otra vez de sus suenos. La aparicion de la senorita De Maillet, que el dia anterior habia sido un motivo de tanta tristeza, ahora le colmaba de alegria. De nuevo todo era posible, pronto volveria a ser un viajero libre y sin ataduras, como en Venecia, Parma o Lisboa. El mero hecho de concebir tal pensamiento le producia placer. No pedia nada mas.

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Alix de Maillet habia sido una nina muy fea hasta los catorce anos. La criatura, educada en un convento cercano a Chinon desde que sus padres abandonaron Francia, se habia acostumbrado a oir desde nina los crueles calificativos que hacian referencia a sus mejillas gordas y coloradas. La habian llamado tapon, retaco mofletudo y otras cosas que habia preferido olvidar. Para su consuelo, estos ingratos epitetos contrastaban con un trato indulgente. Era completamente inofensiva y no despertaba celos, de modo que atesoraba carino a costa de la aversion que despertaba su aspecto. Las primeras etapas de su adolescencia confirmaron aun mas esta evidencia, y parecia que su cuerpo se transformaba sin atenuar en absoluto sus desmesuradas proporciones. A los seis anos, cuando llego al colegio era fea. A los catorce, cuando marcho a Egipto, seguia tan fea como siempre. Pero de repente, de forma inexplicable y bastante tarde, la belleza prendio en ella como la erupcion que estalla en un rostro inflamado por la fiebre. Las grasas tan poco agraciadas que habia acumulado se convirtieron en flujo vital y se estiro. Sus mejillas se volvieron mas palidas; y tanto blanco se mezclo con el tono sonrosado de su piel que su rostro adquirio una tez luminosa y un tacto de saten. Solto su espeso cabello rubio al que la opacidad de los monos y las trenzas habia infundido los reflejos sombreados de la madera de roble. Pero la desgracia quiso que la belleza surgiera cuando la muchacha estaba sola, sin nadie que pudiera apreciarla. Por otra parte, la mirada de sus padres tampoco servia; no tenia ninguna amiga en quien reflejar su imagen, y el espejo por si solo no decia nada. Sentia que algo estaba cambiando, y poco a poco veia confirmarse su presentimiento. Con todo, dudaba de que aquello no fuera simplemente producto de la terrible soledad en la que estaba inmersa, pues en aquella hermosa casa de El Cairo no veia a nadie; es mas, nadie la veia a ella.

Al principio habia mantenido correspondencia con algunas amigas de la escuela, pero las cartas no llegaban, o se demoraban tanto que no las esperaba, y al final dejo de escribirlas. Recibio lecciones de piano, pero su vieja profesora se desplomo un dia en la calle despues de la clase; estuvo otros diez dias sin conocimiento y finalmente murio. El padre Gaboriau intento ensenarle latin, materia que ella conocia mejor que su progenitor pues habia sido buena alumna en el convento de las monjas. Tambien intento ensenarle matematicas, pero los numeros no le interesaban, y suplico a su padre que la dispensara de aquello. A partir de entonces la lectura fue su unico refugio. Y afortunadamente la biblioteca del consulado estaba bastante bien surtida. Le gustaban las ciencias naturales, ademas de las tragedias. Como era de esperar le dieron Telemaco, y las Fabulas de La Fontaine. No obstante descubrio por si misma novelas que su padre reprobaba, pese a no haberlas leido, asi como otras que no escondia demasiado. La princesa de Cleves le abrio las puertas a un mundo que ya no abandonaria jamas. Aunque durante toda su infancia se habia empenado en poner en practica la experiencia contraria, ahora sabia que no es preciso ser bella para sonar. El angustioso pensamiento que una vez la habia llevado a barajar la posibilidad de merecer la felicidad en la vida real solo le habia causado incertidumbre y sufrimiento, asi que opto por aferrarse con todas sus fuerzas al mundo de su imaginacion, donde siempre habia sido la mas bella y donde todo enaltecia su persona.

Despues de almorzar en compania de los jesuitas, Alix se asomo a la ventana de su habitacion que daba al jardin del consulado para contemplar el verdor de los tilos. Pensaba en Abisinia, el pais del que acababan de hablarle, en esos mundos tan cercanos e inaccesibles donde sin duda habia jovenes sonadoras como ella, y donde tambien ella habria podido nacer. Se imaginaba con la piel negra y, mientras observaba como destacaba el brazalete de oro sobre la tez lechosa de la muneca, se preguntaba que efecto haria el fulgor dorado sobre un fondo oscuro. Saltando de un pensamiento a otro, la muchacha se evadio por completo de las cosas que la rodeaban, y con los codos apoyados en la ventana entro en ese estado de ensimismamiento tan propio de ella y en el que las horas pasaban de forma imperceptible.

De pronto un ruido en la escalinata, justo debajo de ella, la devolvio a la realidad. Su padre despedia a un individuo, que bajo solo las escaleras. El hombre estaba de espaldas; era delgado, no llevaba sombrero, tenia una pelambrera rizada y calzaba unas botas flexibles. Observo como se paraba ante la alameda. Lo vio abandonar el camino, pisar la hierba y arrodillarse junto al extrano arbusto que ya habia advertido antes porque no se parecia a ningun otro.

Ahora contemplaba al visitante de perfil. Se trataba del joven que la habia mirado de aquella forma tan rara en el puente de Kalish el dia anterior. Sus gestos eran de una singular elegancia y sencillez. Ahx reparo en su agilidad al arrodillarse, observo como habia sacado una navaja del bolsillo, como cogia la rama… En el consulado, los pocos individuos que se cruzaban con ella pertenecian a mundos aparentemente incompatibles. Por un lado los aristocratas, instruidos, educados, pretenciosos, tiesos, afectados e incapaces de hacer un ademan espontaneo, sobre todo si era util. Y por el otro la gente del pueblo llano, que hacia todo aunque no era nada: cocineros, cocheros, guardias, personas tan rudas que era preferible que estuvieran calladas y que vivieran como sombras. El joven que tenia ante sus ojos aunaba los rasgos de las dos castas de un modo casi turbador: tenia la silueta de un senor y la desenvoltura de un criado.

Mientras lo estuvo mirando, ni por un instante sintio el temor de ser vista. Alix creia estar aun en los confines de sus suenos, en un lugar inaccesible donde el durmiente se hallaba al abrigo de sus quimeras. Sin embargo, para su sorpresa, el joven volvio los ojos hacia ella. ?Cuanto tiempo hacia que no habia experimentado esa sensacion tan natural entre la gente que vive en sociedad, de ser mirada a la cara por un desconocido? De hecho, ?la habia sentido alguna vez desde que abandono la infancia? Quiza con algunos de esos viejos curas que su padre le permitia ver a la hora de la cena… Pero esta subita irrupcion de aquel hombre entregado con entusiasmo a la observacion, que le mostraba su silueta y su rostro rendido a la extraneza, no la habia experimentado antes, sin duda alguna. Estaba aturdida y respondio sonriendo a su sonrisa. Enseguida, movida por un impulso de pavor que se reprocho inmediatamente, se alejo tres pasos de la ventana. Presa de una violenta conmocion y sin apenas aliento, se quedo un momento de pie con las manos cruzadas a la espalda, tocando la puerta de su habitacion. Y desde ese preciso instante anoro la calidez de su mirada. Habia reaccionado como una nina a la que el temor de un peligro hace huir en el momento en que esta probando una golosina.

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