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Los Jardines De Luz - Maalouf Amin - Страница 21


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Todo el mundo respiro y las lenguas se desataron; ya podian permitirse hacer preguntas que, la vispera, habrian parecido indecentes o de mal augurio. El armador tirio explicaba el motivo por el que llevaba al cuello el collar de oro.

– Cuando estoy en el mar y la muerte amenaza, me pregunto siempre con terror que sera de mi cuerpo si, por desgracia, me ahogo. Sin duda, sera arrastrado hacia la playa donde alguien lo descubrira y no sabra que hacer con el; si encuentra todas estas monedas de oro, se juzgara generosamente recompensado y, por gratitud, ofrecera a mi cadaver la sepultura mas conveniente.

Hablo tambien el joven marinero aparentemente decidido a matarse. Decia que si tenia que sobrevenirle la muerte, preferia que su alma se separara al aire libre y partiera hacia los cielos, antes que se la tragaran las olas y permaneciera prisionera de los genios maleficos que reinan en las profundidades.

Desde aquel momento, Mani tuvo derecho a todas las atenciones. Mas venerado aun que en todas las ciudades que habia atravesado, constantemente rodeado, seguido y escuchado, estaba invitado a compartir todas las comidas y todas las veladas del capitan, y sus dos companeros gozaban del mismo privilegio. Las provisiones acumuladas por Maleo permanecerian casi intactas hasta el final del viaje.

El capitan solo revelaba a veces su itinerario a Mani, a sus companeros y al armador. Por eso, cuando Maleo se dio cuenta de que el navio, en lugar de ir recto hacia el sol naciente se desviaba hacia el mediodia, el capitan consintio en informarle:

– Los que no conocen el mar, solo ven una inmensa extension de agua. Pero aqui, como en tierra firme, hay senderos, caminos tortuosos, callejones sin salida, y tambien amplias avenidas que trazan las corrientes y los vientos. Como esta, que en esta estacion, va desde la punta de Arabia hasta la India. Debemos ir hacia el sur para poder tomarla y nos internaremos por ella. Solo entonces iremos rumbo a Oriente, a toda marcha, como por la ruta mejor balizada. Llegaremos a Deb sin haber atracado ni una sola vez, sin ni siquiera haber visto tierra, solo a veces algunas islas sobre las que existen leyendas espantosas y en las que ningun marino se atreve a fondear.

?El capitan habia dicho Deb? La ciudad se elevaba en el delta del Indo y sobre un brazo que, poco a poco, los aluviones arrastrados desde las montanas mas altas habian cubierto de arena. Cada ano habia menos barcos capaces de llegar hasta alli y, una manana, el puerto se desperto rodeado de tierras, naufragado. Entonces los hombres lo abandonaron por otros lugares de los alrededores, Tatta, Sindi, Lahri y, mas tarde, Karachi.

?Que ha quedado de Deb? ?Que ha quedado de sus palacios, de sus templos sobre las colinas, de su aduana de color ladrillo, aquella construccion puntiaguda que los marinos avistaban desde lejos como un faro? Hasta el siglo xvii, los viajeros senalaban aun su existencia. Luego, todo desaparecio. Ni el menor rastro de un nombre, ni la sombra de una ruina. Nadie sabe ya nada. En el momento en que se escriben estas lineas, los arqueologos realizan excavaciones en las bocas del Indo a la busqueda de un vestigio de vestigio.

Los contemporaneos de Mani no podian ignorar a Deb. Sobre todo los mas aventureros. Ese nombre resonaba en sus oidos como una ahogada llamada y hada nacer en ellos el deseo de partir. En aquel entonces se conocia el mundo por sus murmullos, se le recorria a tientas, ya que los planisferios eran muy confusos y se inspiraban en relatos fantasticos que convertian las islas en continentes y los brazos de mar en oceanos de donde surgian monstruos que los geografos dibujaban; sobre la montana que domina Deb, un escriba meticuloso habia trazado como si indicara el nacimiento de un rio: «En este lugar se supone que nacieron los escorpiones».

En cada etapa del viaje, la gente esperaba cruzarse con la peste, las fieras, el hambre, la guerra y los saqueadores, pero tambien con los ciclopes, los dragones y toda clase de sortilegios, aunque no por ello renunciaban a el. La muerte era una ortiga familiar. La aventura se vivia asi: uno decia adios y se iba. Sin fecha ni seguridad de regreso. Y si tenia de su parte la audacia, la suerte y los vientos, conseguia llegar a Deb.

Mani escribio que, en su tiempo, el mundo se dividia en cuatro grandes imperios: el de los romanos, el de los persas sasanidas, el de los chinos y el de los axumitas del mar Rojo, herederos del reino de Saba. En ninguna otra parte como en Deb se frecuentaban tan estrechamente los subditos de esos imperios; para los juncos de Canton era la ultima escala antes de Arabia, y la puerta de la India para el que venia de Occidente, ya que a esta ultima palabra se le daba el sentido con el que el propio Mani la utilizaba, abarcando Italia, Grecia y Cartago, pero tambien Egipto, Fenicia y el conjunto del pais de Aram, esas tierras que, por un deslizamiento de la Historia, llamamos ahora el Cercano Oriente.

Entre los numerosos relatos de viajes que el hijo de Babel habia leido en la biblioteca de los Tunicas Blancas, habia uno en particular que habia excitado su imaginacion: el de Tomas, del que se decia que era el gemelo de Jesus y que habia ido a propagar por la India la palabra del Nazareno. Probablemente, Mani habia querido seguir su ejemplo al decidir efectuar esa travesia.

Ahora bien, segun la tradicion, fue en Deb donde Tomas fondeo.

Cuatro

En el siglo de Mani, todas las iglesias de la India llevaban el nombre de Tomas. Todas proclamaban haber sido fundadas por el apostol en persona y conservaban leyendas y reliquias suyas. Con frecuencia, esos santuarios eran muy modestos y algunos estaban situados en las grutas del Gandhara; bastaba con una cruz y tres antorchas para animar esa devocion aun reciente.

No sucedia lo mismo en Deb. Como es de rigor en una ciudad de comerciantes, la prosperidad iluminaba lugares y objetos de culto, ya que el oro honrado afluia por gratitud y el oro sospechoso por arrepentimiento. La iglesia se habia adornado y agrandado, y los ciudadanos se cruzaban alli con la gente de paso, como podia ser un marinero convertido de Alejandria o un catecumeno de Ostia, encantados de poder, al fin, vivir su fe a plena luz.

La ciudad, conviene decirlo, habia vivido mucho tiempo bajo la benevolente ferula de los Kushanas, herederos del gran Kaniska, uno de los reyes mas justos cuyo recuerdo haya guardado Oriente, el sublime Kaniska, quien, en la cima de su poder, se sentia honrado acogiendo bajo su techo a cualquier monje mendicante. Los principes Kushanas habian tenido siempre el cuidado de no desmentir la fama de su antepasado, revelandose en todas las circunstancias magnanimos y justos y apadrinando todas las creencias. Sus monedas llevaban en el reverso los simbolos de veintiocho cultos diferentes.

Asi, bordeando la plaza de los mercaderes extranjeros se encontraban la iglesia de Santo Tomas, los templos de Poseidon, de Anahita y de Visnu, los santuarios de Allat y de Yam, una sinagoga que, segun decian, habia sido construida en tiempos de Alejandro y, en el camino de Taxila, el stupa de los budistas con su monasterio.

Estos cultos se observaban aun, el uno junto al otro a la llegada de Mani, y su primer gesto al poner pie en tierra firme fue dirigirse a la iglesia, bien visible desde los muelles. Era domingo y la gente se apresuraba hacia el atrio. Tomas habia ensenado a los indios lo que Jesus enseno a los apostoles: observar el sabath cada semana con un fervor ejemplar y, al dia siguiente, reunirse de nuevo para sus propios ritos, sobre todo para la ensenanza, la lectura de los textos sagrados, del comentario de los ancianos y de las epistolas que llegaban de las comunidades extendidas por todo el mundo; y a veces, cuando un fiel eminente pasaba por la ciudad, ofrecerle la palabra.

Por la manera de abrirse paso entre el gentio y por su altiva cojera, Mani supo manifestarse desde el primer momento como un hombre al que habia que escuchar. El sacerdote le cedio el pulpito de buen grado, aunque de pie en el abside, permanecia vigilante. Habia tantas voces herejes, reconocidas o solapadas, que era necesario saber intervenir en el momento oportuno, imponer silencio y, a veces incluso, expulsar al corruptor de las almas solicitando la ayuda de algunos valientes descargadores del puerto que se encontraran entre los asistentes y que se sacrificarian por tan piadosa tarea.

Mani se expresaba en arameo y no eran muchos los que podian comprender todo lo que decia: el oficiante, dos o tres letrados… Y sin embargo, todo el mundo le escuchaba. ?No era la lengua de Jesus y de Tomas la que resonaba? La emocion era intensa. El contenido importaba poco. Todo residia en la entonacion, en algunos nombres benditos que flotaban en el aire, en el rostro demacrado de aquel hombre con la pierna lisiada que venia de tierras santas.

El no intentaba violentar a su auditorio. Al considerarse verdadero sucesor de Jesus, repetia fielmente sus palabras tal como las habia relatado Tomas. Su metodo no era unico. Los cristianos del Imperio Romano actuaban asi en las sinagogas de la diaspora. Se presentaban, anunciaban que llegaban directamente de Jerusalen, evocaban los acontecimientos recientes que concernian a la comunidad, informaban de la miseria y de la espera de la gente de Judea, hablaban de la Biblia citando de memoria los textos que predecian un Mesias y luego sugerian que, quiza, dado el infortunio en el que se encontraban en aquel momento los judios, las profecias se estuvieran cumpliendo. Los mas astutos conseguian hablar durante largo rato y cuando, finalmente, eran desenmascarados, habian logrado ya seducir a una parte del auditorio o, por lo menos, suscitar el deseo de saber algo mas. Algunas personas los seguian al exterior y a veces incluso los invitaban a continuar su ensenanza en su propia casa. Por lo tanto, un apostol se distinguia por su habilidad de esos exaltados que, desde su entrada en la sinagoga, gritaban su nueva creencia, por lo que, inmediatamente, se encontraban de nuevo fuera, solos y aveces apaleados, antes incluso de que los asistentes hubieran comprendido por que se les expulsaba.

Segun este criterio, Mani tenia el temple de los grandes apostoles, Pablo, Marcos o Tomas, y actuaba en las iglesias como sus predecesores en las sinagogas. Y con la misma conviccion. Del mismo modo que los primeros cristianos de Palestina se consideraban mejores judios que los judios, quiza los unicos judios verdaderos, Mani estaba persuadido de que habia venido a realizar el mensaje de Cristo, a consumarlo con una fe universal, capaz de reunir todas las creencias sinceras de los hombres.

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