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Los Jardines De Luz - Maalouf Amin - Страница 14


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Luego, renacer en los colores: «Mani llevaba un pantalon bombacho con las perneras tenidas de amarillo rojizo y verde puerro», cuenta una cronica muy antigua. Se habia echado sobre los hombros un chaqueton azul cielo y aunque su blusa era blanca, estaba salpicada de flores dibujadas con embeleso, como se borda un ajuar de boda, por el propio pintor en sus tristes epocas de espera. Sin embargo, cuando mas tarde los discipulos de Mani evocaran este dia de ruptura, preferirian hablar de Natividad, olvidando a Mariam y Mardino, y los apretados panales de Utakim. No -dirian-, de las entranas de una mujer a las entranas de una comunidad no se produjo un nacimiento, sino una gestacion inacabada; se necesitaba otra cosa, veinte anos de un lento viaje en torno a si mismo. La conmocion del mundo se concibe en la paciencia.

Aquel dia, cuando Mani hubo terminado de arreglarse y se presento ante los Tunicas Blancas reunidos bajo la boveda de la Santa Casa, lo hizo mirando de frente, con un baston en la mano y un libro bajo el brazo. Se percibia la seguridad de su paso, pero su barba rala dejaba traslucir aun cierta fragilidad.

Entro el ultimo, y aunque la oracion habia comenzado ya, su aparicion desencadeno murmullos. Los blancos hombros se volvian y si algun «hermano» permanecia recogido, su vecino le zarandeaba para mostrarle con la barbilla o con el codo al innombrable atrevido. Solo el sacerdote, Sittai, aparento proseguir su oficio, pero el ultimo canto, de ordinario tan ferviente, fue despachado en dos compases apresurados y luego los adeptos salieron andando hacia atras, con la cabeza inclinada y evitando pasar por la nave central en cuyo centro se encontraba Mani, envuelto en colores chillones, por lo que se retiraban rozando las paredes de las naves laterales. Parecian galeotes sin remos o pescadores sin redes.

Una vez fuera, se reunieron cerca de la puerta profiriendo imprecaciones, sintiendose agraviados tambien por su indumentaria, por su repentina locura y por su criminal impiedad. Y cuando, una hora mas tarde, Mani se aventuro por fin a salir, un clamor se elevo entre ellos. Cuando ya unas manos se tendian hacia el para agarrar sus ropas abigarradas, para hacerle pagar su provocacion, Pattig, como si se acordara subitamente que era padre y que tenia unos deberes, se interpuso, cogio por el brazo a su hijo con firmeza y le arrastro hasta la orilla del canal, donde los «hermanos» no pudieran espiarlos.

Mani se dejo conducir sin perder ni un apice de su serenidad ni de su orgullo. Era Pattig, sobre todo, quien parecia inquieto, desamparado; aunque escrutando mas de cerca su semblante, se habria podido descubrir en el una inconfesable felicidad: la de encontrarse, por primera vez en su vida, protegiendo a su hijo, apartandole de los peligros. Verdad es que, al dia siguiente de la partida de Maleo, se habia forjado entre ellos una discreta amistad, despues de tantos anos de alejamiento y de aparente indiferencia; pero en ningun momento habia tenido Pattig la ocasion de semejante familiaridad, de coger a Mani por el brazo, apartarle de la Comunidad y sermonearle como el verdadero padre que era:

– ?Que ridicula idea te ha cruzado por la mente para que lleves este disfraz!

– No puedo dar credito a mis oidos -respondio el hijo-. ?Es realmente un Tunica Blanca el que intenta ensenarme de que manera hay que vestirse para ir por el mundo?

Pattig se esperaba una respuesta mas sumisa.

– ?Por que hablas en ese tono, como si estuvieras rodeado de enemigos? Aqui solo tienes hermanos. Ven, sigueme, vamos a ver a mar Sittai. Sabes que te tiene en gran estima, estoy seguro de que estara dispuesto a olvidar este estupido incidente.

– Yo no quiero que lo olvide. Quiero que conserve para siempre esa imagen ante sus ojos y que, dentro de veinte anos, vea aun en suenos a Mani con ropas de colores.

– Dominate, Mani, recupera el sentido, ya no es momento para bravatas de chiquillo, el sinodo de los ancianos va a reunirse para ordenar tu expulsion. Quiza tenga tiempo aun de hablarles, de calmar su colera.

– Yo deseo partir y el sinodo quiere que me marche, ?por que he de temer el enfrentamiento? Ellos, que creen castigarme, no hacen mas que apresurar mi liberacion.

– Partir, partir, no tienes otra palabra en los labios, pero ?adonde irias? Has vivido siempre en esta Comunidad. Fuera de aqui, estaras perdido. Pronto te recogeran al borde de un camino como un fardo deshecho.

– ?Me estas diciendo que hay suficiente sitio para mi en este miserable palmeral y que en el vasto mundo me sentire limitado?

– Aqui al menos encuentras gente que te escucha y debate contigo, somos tu unica familia. Y respecto a mi que te estoy hablando… eres de mi carne y de mi sangre, ?lo ignorabas?

En el pasado, Pattig jamas habia pronunciado estas palabras y ahora las lanza como un mal argumento, con la esperanza de desarmar a Mani, quien, de hecho, se siente turbado. Su mirada se vuelve vacia y ausente. El corazon le martillea en las sienes y, temiendo desfallecer, busca con la mano una pared donde apoyarse. Pattig le tiende la suya abierta como para acogerle, pero en cuanto el hijo la toca, en cuanto nota su aspero sudor, se arrepiente y se yergue, para anunciar con voz inexpresiva:

– Es ya demasiado tarde para que un hombre sea mi padre.

Hasta ese momento, ninguno de los dos se habia permitido evocar, ni siquiera por alusion, el lazo de sangre que los unia; cada uno de ellos se contentaba con saber que el otro sabia, y esa muda complicidad daba a sus relaciones una emocion inalterable. Por lo tanto, las palabras pronunciadas por Pattig, no solamente acababan de traicionar un tacito y sabio acuerdo, sino que, dichas en esas circunstancias y con semejantes segundas intenciones, habian resonado en los oidos de Mani como algo agresivo y obsceno. Tuvo que hacer un esfuerzo para respirar sosegadamente antes de anadir con un tono que queria ser definitivo:

– Esta escrito desde el alba de los tiempos que tu serias el medio por el cual yo vendria a este cuerpo. Pero no seras un obstaculo en mi camino.

Los ancianos de la Comunidad se habian reunido en la sala del sinodo, contigua a la Santa Casa. Alli estaban Sittai, que presidia, su sobrino Gara, un «hermano» de Edesa, otro de Farat y otro de Kashgar. En total cinco jueces instalados a todo lo ancho de la mesa maciza y, de pie, frente a ellos, el acusado con un rostro impasible.

A Sittai le correspondia hablar el primero.

– No nos hemos reunido para castigarte, Mani, sino para invitarte a arrepentirte. Has llevado durante veinte anos el blanco de la pureza y ahora adoptas los colores del orgullo. Has vivido entre nosotros como una oveja docil, como una novia timida y decente, has guardado puro el cuerpo, no te has llevado a la boca mas que alimentos puros, ?por que locura quieres hoy perder el beneficio de semejante gracia?

Mani parecia clavar la mirada no se sabe en que punto de la pared, por encima de la cabeza de sus censores.

– Los alimentos, puros o impuros, terminan en deyecciones. ?Habria, segun vosotros, deyecciones puras e impuras?

– Te hemos convocado para escucharte con indulgencia, ?por que te muestras tan desdenoso desde las primeras palabras?

– No existe en mi ningun resentimiento, pero os jactais de haberme hecho vivir en la pureza, y yo os respondo que esa pureza que vosotros predicais no corresponde a nada. Pretendeis que los frutos que salen de las tierras de la Comunidad son «machos» y puros, ?no es eso lo que decis? ?Por que, entonces, los vendeis fuera a los aldeanos impuros que los muerden con sus dientes impuros?

– ?Adonde quieres llegar?

– Es pura supersticion hablar de alimentos puros o impuros; es pura necedad hablar de hombres puros o impuros; en todas las cosas y en cada uno de nosotros la Luz y las Tinieblas estan mezcladas.

– ?Y es para protestar contra nuestra exigencia de pureza por lo que te has quitado tu tunica blanca?

– No. Me he vestido asi porque me dispongo a partir.

Dio un paso hacia la puerta. Sittai le llamo.

– Acabas de exponernos tus ideas, pero aun no las hemos discutido contigo ni las hemos debatido entre nosotros y ya te alejas.

A decir verdad, en aquel enfrentamiento era Mani el que demostraba mas agresividad. Mas tarde, perdonaria a Sittai que le hubiera arrancado de los brazos de su madre, que le hubiera secuestrado y aterrorizado durante veinte anos. Mas tarde, hablaria sin rabia del maestro de la secta y de la mutua fascinacion que se habia establecido entre ellos, pero con todo, en aquel momento habia que saber romper, liberarse, escapar. Habia que saber partir.

– No me voy a causa de ningun desacuerdo con vosotros, sino porque tengo que entregar un mensaje al mundo.

– ?Y cual es ese mensaje?

– No es aqui donde lo debo entregar. Oireis mi grito cuando el mundo os haya enviado su eco.

– No eres razonable. Nos hemos reunido para escucharte y tu quieres partir sin ninguna explicacion. Cuando un campesino consigue una semilla nueva, primero la prueba en una pequena parcela; si agarra, puede permitirse sembrarla en todos los campos. Explicanos tu mensaje, nosotros te diremos lo que pensamos de el y te ayudaremos a discernir lo verdadero de lo falso.

– Lo que es verdadero es verdadero, lo que es falso es falso, vuestras opiniones o las mias importan poco.

La voz de Sittai se hizo mas firme sin que, no obstante, pareciera hostil.

– No se trata solamente de opiniones. Somos cinco ancianos, fieles a los libros y a nuestras tradiciones, te hemos visto crecer, te hemos ensenado todo lo que sabes, ?no puedes extremar tu orgullo hasta pretender que la opinion de un solo hombre como tu tiene mas importancia que la nuestra!

– Fuiste tu mismo quien me lo enseno, Sittai: no hay mayoria en la verdad. Bajo los cuatro climas, una infinidad de personas cultivan las mas absurdas supersticiones, ?acaso su gran numero anade algun valor a sus creencias?

– ?Pero los hermanos ante los cuales te encuentras no son la multitud informe, sino los mas eruditos, los mas sabios de los hombres!

– Las leyes del universo no han sido votadas por asambleas de sabios. Son lo que son, ?en que podrian modificarlas vuestras opiniones?

– Pareces muy seguro de ti mismo.

– Solo estoy seguro del mensaje que me ha sido revelado.

– Aun falta saber si ese mensaje te viene de Dios o del diablo. ?Te has preguntado alguna vez por que el Cielo te habria elegido a ti? ?Eres el mas santo, el mas piadoso, el mas virtuoso?

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