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Samarcanda - Maalouf Amin - Страница 42


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Y en esa atmosfera intervino el mas trivial de los acontecimientos: un baile de disfraces en casa de un alto funcionario belga, donde Naus tuvo la idea de acudir disfrazado de mollah . Risitas contenidas, alguna carcajada, aplausos. La gente se arremolino en torno al ministro, felicitandole y pidiendole que posara para una fotografia, de la que algunos dias mas tarde se distribuyeron cientos de ejemplares en el bazar de Teheran.

Xirin me envio una copia de ese documento. La tengo aun y a veces le echo una ojeada nostalgica y divertida. En ella se ven, sentados en una alfombra extendida entre los arboles de un jardin, unos cuarenta hombres y mujeres vestidos de turcos, japoneses o austriacos; en el centro, en el primer plano, Naus, tan bien disfrazado que con su barba blanca y su bigote entrecano se le tomaria facilmente por un piadoso patriarca. Comentario de Xirin al dorso de la fotografia: «Impune de tantos crimenes y castigado por un pecadillo.»

Seguramente la intencion de Naus no era burlarse de los religiosos. Si acaso, podria reprocharsele una culpable inconsciencia, una ausencia de tacto, una onza de mal gusto. Su verdadera culpa, puesto que servia de caballo de Troya del zar, fue no haber comprendido que debia dejar que lo olvidaran por un tiempo.

Aglomeraciones rabiosas en torno a la fotografia difundida, algunos incidentes y el bazar cerro sus puertas. Al principio se reclamo la dimision de Naus, luego la de todo el gobierno. Se repartieron octavillas que pedian que se instituyera un Parlamento como en Rusia. Desde hacia anos existian sociedades secretas que actuaban en el seno de la poblacion valiendose de Yamaleddin, a veces incluso de Mirza Reza, erigido por las circunstancias en el simbolo de la lucha contra el absolutismo.

Los cosacos cercaron los barrios del centro. Ciertos rumores, propagados por las autoridades, anunciaban que iba a caer sobre los que protestaban una represion sin precedentes, que el bazar seria abierto por la fuerza armada y abandonado al saqueo de la tropa, una amenaza que aterraba a los comerciantes desde hacia milenios.

Por eso, el 19 de julio de 1906, una delegacion de comerciantes y cambistas del bazar acudio ante el encargado de negocios britanico para una pregunta de urgencia: si unas personas en peligro de ser detenidas venian a refugiarse a la Legacion ?serian protegidas? La respuesta fue positiva. Los visitantes se retiraron con palabras de agradecimiento y dignas zalemas.

Aquella misma noche, mi amigo Fazel se presentaba en la Legacion con un grupo de amigos y se le recibio con solicitud. Aunque apenas tenia treinta anos, era ya, como heredero de su padre, uno de los comerciantes mas ricos del bazar. Pero su amplia cultura elevaba aun mas su rango y su influencia era grande entre sus iguales. A un hombre de su condicion, los diplomaticos britanicos solo podian proponer una de las habitaciones reservadas a los invitados relevantes. Sin embargo, el declino el ofrecimiento y, pretextando el calor, expreso su deseo de instalarse en los grandes jardines de la Legacion. Con este fin, dijo, habia traido una tienda, una pequena alfombra y algunos libros. Con el entrecejo fruncido y los labios apretados, sus anfitriones observaron el desembalaje.

Al dia siguiente, otros treinta comerciantes se acogieron de la misma manera al derecho de asilo. Tres dias despues, el 23 de julio, habia ochocientos sesenta. El 26 ya eran cinco mil y doce mil el 1 de agosto.

Insolito espectaculo, esa ciudad persa plantada en un jardin ingles. Tiendas por todas partes, agrupadas por corporaciones. La vida se organizo rapidamente, se instalo una cocina detras del pabellon de los guardas y unos enormes calderos circulaban entre los diferentes «barrios». Cada servicio duraba tres horas.

Ningun desorden y poco ruido. Se buscaba refugio, se buscaba «bast», como dicen los persas; dicho de otro modo, se practicaba una resistencia estrictamente pasiva al amparo de un santuario. Habia varios en la region de Teheran: el mausoleo de Shah-Abdol-Azirn, las cuadras reales y el «bast» mas pequeno de todos, el canon sobre ruedas de la plaza Topjane; si un fugitivo se agarra a el, las fuerzas del orden no tienen derecho a tocarlo. Pero la experiencia de Yamaleddin habia demostrado que el poder no toleraba por mucho tiempo esa forma de protesta. La unica inmunidad que reconocia era la de las legaciones extranjeras.

A la de los ingleses, cada refugiado habia llevado su kalyan y sus suenos. De una tienda a otra, un oceano de diferencia. En torno a Fazel, la elite modernista; no eran un punado, sino cientos, jovenes o viejos, organizados en anyuman , sociedades mas o menos secretas. Sus conversaciones recaian sin cesar sobre Japon, Rusia y, sobre todo, Francia, cuya lengua hablaban y cuyos libros y periodicos leian asiduamente, la Francia de Sain-Simon, de Robespierre, de Rousseau y de Waldeck-Rousseau. Fazel habia recortado cuidadosamente el texto de la ley sobre la separacion de la Iglesia y el Estado, votada un ano antes en Paris; lo habia traducido y distribuido entre sus amigos y lo comentaban con entusiasmo, pero en voz baja, ya que no lejos de su circulo se reunia una asamblea de mollahs .

El clero estaba dividido. Una parte rechazaba todo lo que venia de Europa, incluso la idea de democracia, de parlamento y de modernidad. «?Para que necesitamos una Constitucion», decian, «si tenemos el Coran?» A lo que los modernistas respondian que el Libro habia encomendado a los hombres que se gobernaran democraticamente, puesto que estaba dicho: «Que vuestros asuntos se resuelvan por acuerdo entre vosotros.» Sagazmente, anadian que si a la muerte del Profeta los musulmanes hubieran tenido una Constitucion que organizara las instituciones de su naciente Estado, no habrian conocido las sangrientas luchas de sucesion que condujeron a la eviccion del iman Ali.

Sin embargo, por encima del debate doctrinal, la mayoria de los mollahs aceptaba la idea de la Constitucion para poner fin a la arbitrariedad real. Llegados a cientos para buscar «bast», se complacian en comparar su acto con la emigracion del Profeta hacia Medina, y los sufrimientos del pueblo con los de Hussein, hijo del iman Ali, cuya pasion es el mas parecido equivalente musulman de la pasion de Cristo. En los jardines de la Legacion, los planideros profesionales, los roze-jwan, contaban a su auditorio los sufrimientos de Hussein. Todo el mundo lloraba, se flagelaba y se lamentaba sin moderacion, por Hussein, por si mismo y por Persia, perdida en un mundo hostil, precipitada, siglo tras siglo a una decadencia sin fondo.

Los amigos de Fazel permanecian alejados de e manifestaciones. Yamaleddin les habia ensenado a de confiar de los roze-jwan y solo los escuchaban con una condescendencia inquieta.

Me sorprendio una fria reflexion de Xirin en una de sus cartas: «Persia esta enferma», escribia, «y a su cabecera hay varios medicos, modernos y tradicionales y cada uno de ellos propone sus remedios. El futuro sera de aquel que consiga la curacion. Si esta revolucion triunfa, los mollahs deberan transformarse en democratas; si fracasa, los democratas deberan transformarse en mollahs.»

Por el momento se encontraban todos en la misma trinchera y en el mismo jardin. El 7 de agosto habia en la Legacion dieciseis mil bastis , las calles de la ciudad estaban desiertas y todo comerciante de importancia habia «emigrado». El shah no tuvo mas opcion que ceder. El 15 de agosto, menos de un mes despues del principio del bast , anuncio que se organizarian elecciones para elegir, por sufragio directo en Teheran e indirecto en las provincias, una Asamblea Nacional consultiva.

El primer Parlamento de la historia de Persia se reunio el 7 de octubre. Para pronunciar el discurso del Trono, el shah tuvo el acierto de enviar a un miembro de la oposicion de los primeros tiempos, el principe Malkom Kan, un armenio de Ispahan, companero de Yamaleddin, el mismo que lo habia alojado durante su ultima estancia en Londres. Un soberbio anciano de aspecto britanico, que toda su vida habia sonado con encontrarse de pie en el Parlamento leyendo a los representantes del pueblo el discurso de un soberano constitucional.

Que aquellos que quieran inclinarse con mas atencion sobre esta pagina de la historia no busquen a Malkom Kan en los documentos de la epoca. Hoy, como en los tiempos de Jayyam, Persia no conoce a sus dirigentes por sus nombres, sino por sus titulos: «Sol de la Realeza», «Pilar de la religion», «Sombra del Sultan». Al hombre que tuvo el honor de inaugurar la era de la democracia, le fue atribuido el titulo mas prestigioso de todos: Nizam el-Molk. ?Desconcertante Persia, tan inmutable en sus convulsiones, tan ella misma a traves de tantas metamorfosis!

XXXV

E ra un privilegio asistir al despertar de Oriente; fue un momento de intensa emocion, de entusiasmo y deuda. ?Que radiantes o monstruosas ideas habrian podido germinar en su cerebro dormido? ?Que haria al levantarse? ?Se abalanzaria, ciego, sobre aquellos que lo habian zarandeado? Yo recibia cartas de lectores que me interrogaban con angustia pidiendome que fuera adivino. Aun recordaban la rebelion de los boxers chinos en Pekin en 1900, la captura de los diplomaticos extranjeros para utilizarlos como rehenes, las dificultades del cuerpo expedicionario que se enfrento a la vieja emperatriz, temible Hija del Cielo, y tenian miedo de Asia. ?Seria Persia diferente? Yo respondi categoricamente «si», confiando en la naciente democracia. En efecto, acababa de promulgarse una Constitucion, asi como una Carta de los Derechos del Ciudadano. Todos los dias se creaban nuevos clubes y tambien periodicos. Noventa diarios y semanarios en algunos meses. Se titulaban Civilizacion, Igualdad, Libertad o mas pomposamente Trompetas de la Resurreccion . La prensa britanica o los periodicos rusos de la oposicion los citaban con frecuencia, el Riech liberal y Sovremenny Mir , cercano a los social-democratas, Un periodico satirico de Teheran obtuvo desde su primer numero un exito fulminante; los trazos de sus dibujantes tenian como blanco preferido a los cortesanos deshonestos, a los agentes del zar y mas que nada a los falsos devotos.

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Maalouf Amin - Samarcanda Samarcanda
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