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Samarcanda - Maalouf Amin - Страница 28


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– No necesito oirte. ?No es a ti a quien se atribuye este verso: «Si castigas con el mal el mal que he hecho, dime ?cual es la diferencia entre tu y yo?» El hombre que profiere semejantes palabras ?no es un ateo?

Omar se encoge de hombros.

– Si no creyera que Dios existe, no me dirigiria a El.

– ?En ese tono? -rie el cadi sarcasticamente.

– Solo a los sultanes y a los cadies hay que hablarles con circunloquios. No al Creador. Dios es grande, no necesita para nada nuestros melindres y nuestras pobres zalemas. Me ha hecho pensante y por lo tanto pienso y le entrego sin disimulos el fruto de mi pensamiento.

En medio de los murmullos de aprobacion de la asistencia, el cadi se retira mascullando amenazas. El soberano, despues de reirse, se siente inquieto, teme las consecuencias en algunos barrios. Su semblante se ensombrece y sus visitantes se apresuran a despedirse.

Al volver a su casa en compania de Vartan, Omar reniega contra la vida de la corte, sus trampas y sus futilidades, prometiendose abandonar Merv lo antes posible; su discipulo no se altera demasiado, es la septima vez que su maestro amenaza con partir; por lo general, al dia siguiente, ya mas resignado, reanuda sus investigaciones mientras vienen a consolarlo.

Esa noche, una vez en su habitacion, Omar escribe en su libro una cuarteta llena de despecho que termina asi:

Cambia tu turbante por vino

?y sin pena, ponte un gorro de lana!

Luego mete el manuscrito en su escondite habitual, entre el lecho y la pared. Al despertarse, siente deseos de releer su cuarteta porque le parece que hay una palabra mal colocada. Su mano rebusca a ciegas y coge el libro, y es el abrirlo cuando descubre la carta de Hassan Sabbah, deslizada entre dos paginas mientras dormia.

Inmediatamente Omar reconoce la letra y esa firma convenida entre ellos desde hace ya cuarenta anos: «El amigo que conociste en el caravasar de Qaxan.» Mientras lee no puede reprimir una carcajada. Vartan, que se acaba de despertar en la habitacion contigua, viene a ver lo que divierte tanto a su maestro despues del disgusto de la vispera.

Acabamos de recibir una generosa invitacion: alojados, alimentados, protegidos hasta el fin de nuestra vida.

– ?Por que gran principe?

– El de Alamut.

Vartan da un respingo. Se siente culpable.

– ?Como ha podido llegar esa carta hasta aqui? ?Antes de acostarme comprobe todas las puertas!

– No trates de saberlo. Hasta los sultanes y los califas han renunciado a protegerse. Cuando Hassan decide enviarte una misiva o un punal es seguro que los recibiras, ya esten tus puertas abiertas de par en par o cerradas con candado.

El discipulo se acerca la carta al bigote y la olfatea ruidosamente, luego la lee y la relee.

– Quiza tenga razon ese demonio -concluye-. Es en Alamut donde tu seguridad estaria mejor garantizada. Despues de todo Hassan es tu mas viejo amigo.

– ?Por el momento, mi mas viejo amigo es el vino nuevo de Merv!

Con un placer infantil, Omar comienza a desgarrar la hoja en una infinidad de trozos que lanza al aire; y mientras los observa flotar y revolotear en su caida, continua hablando:

– ?Que tenemos en comun ese hombre y yo? Yo soy un adorador de la vida y el un idolatra de la muerte. Yo escribo: «Si no sabes amar ?para que te sirve que el sol salga y se ponga?» Hassan exige de sus hombres que ignoren el amor, la musica, la poesia, el vino, el sol. Desprecia lo mas bello de la creacion y se atreve a pronunciar el nombre del Creador. ?Se atreve a prometer el paraiso! ?Creeme, si su fortaleza fuera la puerta del paraiso, renunciaria al paraiso! ?Jamas pondre los pies en esa cueva de falsos devotos!

Vartan se sienta, se rasca con fruicion la nuca antes de decir con el mas abatido de los tonos:

– Puesto que esa es tu respuesta, ya es hora de que te revele un secreto demasiado viejo. ?Nunca te has preguntado por que cuando huimos de Ispahan los soldados nos dejaron largarnos tan candidamente?

– Eso me ha intrigado siempre, pero como desde hace anos solo he comprobado fidelidad por tu parte, abnegacion y filial afecto, nunca he querido remover el pasado.

– Ese dia los oficiales de la Nizamiyya sabian que iba a salvarte y partir contigo. Eso formaba parte de una estrategia que yo habia imaginado.

Antes de proseguir, sirve oportunamente a su maestro y a si mismo un buen vaso de vino granate.

– No ignoras que en la lista de los proscritos establecida por el propio Nizam el-Molk habia un hombre al que nunca hemos logrado atrapar, Hassan Sabbah. ?No fue el el principal responsable del asesinato? Mi plan era simple: partir contigo con la esperanza de que buscaras refugio en Alamut. Yo te acompanaria hasta alli rogandote que no revelaras mi identidad y encontraria la ocasion de librar a los musulmanes y al mundo entero de ese demonio. Pero tu te obstinaste en no poner jamas los pies en la sombria fortaleza.

– Sin embargo, te has quedado a mi lado todo este tiempo.

– Al principio pensaba que me bastaria ser paciente, que cuando te hubieran expulsado de quince ciudades sucesivas te resignarias a tomar el camino de Alamut. Luego pasaron los anos y te tome carino, mis companeros se dispersaron por todos los rincones del Imperio y mi determinacion se debilito. Y asi fue como Omar Jayyam salvo la vida por segunda vez a Hassan Sabbah.

– Deja de lamentarte, quiza fue a ti a quien salve la vida.

– La verdad es que debe de estar bien protegido en su guarida.

Vartan no puede disimular un resto de amargura, que divierte a Jayyam.

– Dicho esto, anadire que si me hubieras revelado tu plan, sin duda te habria conducido a Alamut.

El discipulo salta de su asiento.

– ?Es verdad eso?

– No. ?Sientate! Solo lo decia para mortificarte. A pesar de todo lo que Hassan haya podido cometer, si lo viera en este momento ahogandose en el rio Mungab le tenderia la mano para ayudarle.

– ?Yo le hundiria violentamente la cabeza bajo el agua! Sin embargo, tu actitud me reconforta. Escogi permanecer a tu lado porque eres capaz de semejantes palabras y de semejantes actos. Y de eso no me arrepiento.

Jayyam estrecha con fuerza a su discipulo entre sus brazos.

– Me alegro de que mis dudas con respecto a ti se hayan disipado. Ya soy viejo y necesito saber que tengo junto a mi a un hombre de confianza. A causa de este manuscrito. Es lo mas valioso que poseo. Para enfrentarse al mundo, Hassan Sabbah construyo Alamut; yo solo he construido este minusculo castillo de papel, pero pretendo que sobreviva a Alamut. Esta es mi apuesta y este es mi orgullo. Y nada me asusta tanto como pensar que a mi muerte mi manuscrito pueda caer en unas manos frias o malintencionadas.

Con un gesto un poco ceremonioso, tiende el libro secreto a Vartan:

– Puedes abrirlo, puesto que seras su guardian.

El discipulo esta emocionado.

– ?Alguien mas ha tenido este privilegio antes que yo?

– Dos personas. Yahan, despues de una disputa en Samarcanda, y Hassan cuando viviamos en la misma habitacion, a nuestra llegada a Ispahan.

– ?Hasta ese punto confiabas en el?

– A decir verdad, no. Pero tenia a menudo ganas de escribir y el termino por reparar en el manuscrito. Por lo tanto preferi ensenarselo yo mismo, puesto que de todas formas el podia leerlo a mis espaldas. Y ademas le creia capaz de guardar un secreto.

– Sabe muy bien guardar un secreto, pero para utilizarlo mejor contra ti.

Desde ese momento, el manuscrito pasaria las noches en la habitacion de Vartan. Al menor ruido, el antiguo oficial ya esta de pie, empunando la espada y aguzando el oido; inspecciona cada habitacion de la casa y luego sale a hacer una ronda por el jardin. A su regreso, no siempre consigue conciliar el sueno de nuevo y entonces enciende una lampara sobre su mesa, lee una cuarteta que memoriza y luego, incansablemente, la repite en su cabeza para captar su mas profundo significado y para tratar de adivinar en que circunstancia pudo escribirla su maestro.

A lo largo de unas cuantas noches inquietas, una idea toma forma en su mente, que Omar acoge complacido inmediatamente: redactar, en el margen dejado por las ruba'iyyat , la historia del manuscrito e indirectamente la del propio Jayyam, su infancia en Nisapur, su juventud en Samarcanda, su fama en Ispahan, sus encuentros con Abu Taher, Yahan, Hassan, Nizam y muchos otros mas. Es, pues, bajo la supervision de Jayyam, a veces incluso dictadas por el, como se escriben las primeras paginas de la cronica. Vartan se consagra a ello y comienza diez, quince veces cada frase en un borrador antes de transcribirla con una caligrafia angulosa, fina, laboriosa, que un dia se interrumpe brutalmente en mitad de una frase.

Omar se despierta pronto esa manana. Llama a Vartan, que no responde. Una noche mas que ha pasado escribiendo, se dice Jayyarri paternal. Le deja descansar, se sirve la copa de la manana, primero el fondo que se bebe de un trago y luego la copa llena que se lleva con el al jardin para dar un paseo. Se da una vuelta, se divierte soplando el rocio depositado en las flores y luego se va a coger moras blancas y jugosas que se pone sobre la lengua y revienta contra su paladar con cada trago de vino.

De suerte que cuando se decide a entrar de nuevo en la casa ha transcurrido mas de una hora. Es el momento de que Vartan se levante. No lo llama, entra directamente en su habitacion y se lo encuentra tendido en el suelo con la garganta negra de sangre y la boca y los ojos abiertos y petrificados como en una ultima y ahogada llamada.

Y sobre su mesa, entre la lampara y la escribania, el punal del crimen clavado en una hoja abarquillada cuyos bordes Omar separa para leer: «Tu manuscrito te ha precedido en el camino de Alamut.»

XXIV

O mar Jayyam llora a su discipulo como habia llorado a otros amigos, con la misma dignidad, la misma resignacion, la misma pudica afliccion. «Habiamos bebido el mismo vino, pero ellos se embriagaron dos o tres rondas antes que yo.» Sin embargo, ?por que negarlo? Fue la perdida de su manuscrito lo que mas le afecto durante largo tiempo. Ciertamente, hubiera podido reconstituirlo; habria recordado hasta el menor acento. Aparentemente no quiso hacerlo; en todo caso no queda ni el menor rastro de esa transcripcion. Parece como si Jayyam hubiera aprendido una sabia leccion del robo de su manuscrito: nunca mas trataria de influir en el futuro, ni en el suyo ni en el de sus poemas.

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