Выбери любимый жанр

La Joven De Las Rosas - Kretser Michelle de - Страница 36


Изменить размер шрифта:

36

– No voy a preguntarle como lo ha sabido. Pero ?no es evidente por que no?

– ?Acaso es un obstaculo hoy dia? -Morel se habia quitado los anteojos y los limpiaba. Le hacia parecer mucho mas joven… y debil como si fuera facil destruirlo, penso Stephen.

No hacia falta preguntar a Claire para saber su opinion sobre las nuevas leyes de divorcio.

– Imagino demasiado bien lo que diria. No la culpo en absoluto, uno reacciona ante tales cuestiones con el corazon. Los sentimientos no siempre estan al dia con los decretos revolucionarios.

Un hombre sentado cerca miro en su direccion.

Morel se inclino hacia delante.

– Baje la voz y tenga cuidado con lo que dice. Toda prudencia es poca para los extranjeros. Hasta para los norteamericanos.

– Suelo olvidarlo. Sophie me acusa de considerar su revolucion como una consecuencia menor de la nuestra.

– Deben de tener mucho que decirse.

– Bueno, en Sophie hay mas de lo que uno ve. Al principio no lo aprecie. Estaba… en fin, distraido.

Tenia una sonrisa boba y encantadora que desarmaba por completo. Bastaba con verla para comprender que estaba enamorado, penso Joseph. Pobre diablo. Se sirvio el resto del vino en su vaso. Le produjo una macabra satisfaccion oir a Fletcher admitir que Sophie se consideraba demasiado buena para el. Resentido, la imagino viviendo el resto de sus dias sola, una polvorienta reliquia de un mundo que ya no contaba. Se imagino visitandola: el se mostraria cortes, ella se quedaria junto a la ventana y lo observaria marchar pensativa. Ojala…

– Nunca la hubiera creido capaz de sacrificar la felicidad de dos personas por un principio anticuado. Aunque supongo que no cabe sorprenderse de que una aristocrata se aferre a las diferencias sociales. Es de esperar.

Ligeramente sorprendido, Stephen se dio cuenta de que Morel estaba muy borracho.

– Antes que una preocupacion por las distinciones, revela delicadeza de sentimientos -protesto el. ?Que sabia ese hombre de Claire, de todos modos?

Pero Morel, tratando de llamar la atencion de un camarero, parecia haber perdido todo interes en el tema.

– ?Otra botella?

Stephen puso una mano sobre su vaso medio lleno.

El camarero retiro la botella vacia y trajo a Morel su armagnac. Habia dejado de llover.

El hombre del gorro rojo que los habia saludado al entrar levanto una mano hacia ellos al marcharse.

– ?Un paciente? -De buena gana Stephen hubiera seguido el gorro rojo, pero no le parecio bien dejar solo a Morel.

– ?No ha estado en la ejecucion de esta manana? -Y ante la mirada perpleja de Stephen anadio-: Ese era el verdugo. Un tipo bastante agradable.

– ?Asiste a menudo a ejecuciones?

– Lo hacia de joven. Hubo un tiempo en que fue una especie de moda entre los estudiantes de medicina. Pero, en este caso, me pidieron que fuera. Para que diera mi opinion profesional sobre la nueva guillotina. Tengo que redactar un informe.

– Entiendo. ?Y que le ha parecido?

– Eficiente.

– ?Mas humana que la horca?

– Oh, si. Solo un silbido y un ruido sordo.

– ?A quien…?

– Un molinero condenado por acaparar harina. Giraud, el verdugo, se olvido de ensenar la cabeza. Despues estuvo hablando mucho rato conmigo sobre el asunto. Se pregunta si la guillotina no le quita su dignidad: un profesional como el reducido a tirar de una cuerda como un campanero de pueblo. Trate de hacerle ver que podia enorgullecerse de tener la hoja perfectamente afilada a todas horas.

– ?Mucha gente?

– Bastante, teniendo en cuenta el tiempo. La curiosidad por la nueva maquina, ya sabe. Y los acaparadores siempre atraen a la gente, por supuesto. Aunque ya no es lo mismo, ya no los ves retorciendose y pataleando en la horca.

– Dicen que el rey tuvo una buena muerte.

– Deje que le diga algo, Fletcher -los anteojos destellaron-: No existe ninguna buena muerte. Existe la muerte y punto.

– Le entiendo.

Joseph apuro el armagnac.

– Un silbido y… -dejo el vaso en la mesa con un golpe seco- ?zas! -Stephen lo observo algo consternado-. ?Sabe en lo que no puedo dejar de pensar, Fletcher? -Los anteojos avanzaron bruscamente-. En lo rapida que es. Les permitira matar a muchisima gente.

4

– ?Has leido Le Citoyen de esta semana?

– No lo recibimos. Louis lo desaprueba. ?Por que?

– Hay un nuevo club para mujeres. Quieren que los dos sexos participen en igualdad de condiciones en la vida politica. Puede inscribirse cualquier mujer mayor de dieciocho anos. No hay que pagar nada para hacerse socia.

– Veras, he de tener en cuenta las opiniones de Louis.

– ?Las palidas y adustas hijas de la republica cosiendo para los soldados?

– Ese seria sin duda el enfoque adecuado. ?Aprueban el vestido de amazona?

– Creo que esa clase de cosas solo se da en Paris.

– Nuestros modistos estan tan al dia como cualquiera. ?Mas te?

Sophie rehuso con la cabeza.

– Me gustaria… no se, hacer algo util. -Con tres de sus largas zancadas se planto junto a la ventana por la que entraba furtivamente la primavera en el salon de Isabelle. En la calle de abajo, un hombre salia de la farmacia-. Alli esta ese abogado, Chalabre. Debe de ser el unico hombre de Castelnau con menos de cuarenta anos que todavia lleva peluca. Mi padre dice que no es de fiar.

– El mio dice que el tuyo exagera las cosas.

– El tiene que saberlo, ya que padre se queda casi todas las noches en casa de el para ahorrarse ir hasta Montsignac. Y cuando viene a casa, se encierra con carpetas llenas de declaraciones. Apenas lo hemos visto las ultimas semanas.

– ?Por que es tan complicado?

– Un sospechoso a quien esperaba interrogar se ha alistado como voluntario y ahora se encuentra en alguna parte de los Paises Bajos. A otro lo han encontrado en el fondo del rio. Dos testigos dicen que estaba borracho y tropezo, pero una carta anonima afirma que lo atacaron y lo arrojaron al agua. Tiene un cardenal en la frente, pero los medicos no estan seguros de si se produjo antes o despues de que se ahogara.

– ?Medicos! -exclamo Isabelle con el aire de quien podria decir mucho mas.

– Y al sacerdote que sobrevivio a la matanza lo encontraron muerto en la prision el mes pasado. Al parecer lo envenenaron. Todavia estan tomando declaracion a los celadores y demas prisioneros. -Sophie volvio al sofa y cogio su taza-. Pero ?sabes?, mi padre esta en su elemento. Ha recuperado esa mirada exaltada que creiamos que solo ciertos budines podian todavia suscitar.

– Come otra galleta.

– ?Como haces para tener azucar? -pregunto Sophie con envidia-. Ha escaseado desde las rebeliones de los esclavos en las colonias. -«La mitad de las injusticias del mundo tienen sus origenes en el azucar», decia a menudo su padre. Eso no impedia que se quejara cuando no habia.

– El hijo menor de Louis tiene un contacto. No hacemos preguntas.

Sophie tomo otra galleta. Despues de la tercera, pregunto:

– ?Ves mucho a Joseph Morel?

– No. ?Por que? -Isabelle parecia alerta.

– Le envie un geranio una vez. Me preguntaba que habia sido de el.

– Los hombres siempre los riegan demasiado. -Isabelle siguio observandola-. Las relaciones entre el y mi padre han sido bastante tensas desde su nombramiento. Lleva anos dandole la lata con sus proyectos de ventilacion y Dios sabe que mas, y ahora es dificil persuadirlo de que los abandone. Mi padre dice que son una sarta de tonterias, y que por lo mismo podrias sacarlos a todos fuera para que murieran del frio y terminar de una vez. Pero claro, el no aprueba las innovaciones de ninguna clase.

Sophie se toqueteo la manga, en la que se habia soltado un hilo.

Isabelle la observo y bebio te. Aquellas habitaciones encima de la farmacia, oscuras y atestadas, no eran a lo que estaba acostumbrada. Pero olian a resinas, balsamos, hierbas, flores, frutas, cortezas, hongos, raices, aceites, bebidas alcoholicas, antimonio, vinagres, purgantes, opiatos, miel, mercurio, elixires, sales, jarabes sencillos y compuestos. En Navidad Louis se le habia aparecido con un bezoar, una calcificacion que se encontraba en el aparato digestivo de los rumiantes y la gente ignorante le atribuia propiedades de antidoto; lo habia hecho engastar y colgar de una cadena de oro para que lo llevase alrededor del cuello. Su vida conyugal era como los cajones con marqueteria de nogal que cubrian una pared de la farmacia: se abrian uno por uno, introduciendo el dedo en el hueco de debajo del tirador de laton, hasta que se aprendia cuales era mejor dejar cerrados.

Sophie se levanto de un brinco y rodeo dos veces el sofa. Luego volvio a sentarse.

– Siempre tienes tus rosas -dijo Isabelle.

– A veces las rosas no bastan -repuso la hereje.

– Es el cambio de estacion. Yo tambien me sentia asi.

– ?Y ahora? ?Eres feliz?

– Por supuesto. Todo sera distinto cuando tengamos hijos -dijo Isabelle.

– Si me meto en politica -dijo Sophie- tal vez no pase tanto tiempo pensando en… otras cosas.

– Hablare esta noche con Louis -dijo Isabelle, pensando: Pobre Sophie, primero el americano y ahora Joseph-. Pero ?sabes?, el unico remedio efectivo es beber muchos refrescos y esperar que pase.

5

Mientras hacia cola para ensenar sus papeles en el puesto de control del este, Joseph vio un cabello castano ensortijado que le resulto familiar y llamo a Lisette. Esta llevaba una cesta cubierta con un trapo y le explico que habia ido a ver a su madre, que estaba achacosa.

– No le pasa nada serio, solo esta cansada de vivir.

Un hombre con una mugrienta chaqueta otrora azul y la cara medio oculta bajo una barba poblada, se abria paso hacia ellos apoyandose en muletas. Tenia una pierna amputada por encima de la rodilla y tendia con torpeza un sombrero a la gente de la cola.

– Limosna para un viejo soldado.

Joseph meneo la cabeza; pero Lisette saco el monedero y echo una moneda en el sombrero.

– Vive la republique! -dijo el mendigo y les clavo sus ojos sin brillo e inyectados en sangre-. Vive la Revolution! -Siguio arrastrandose.

Una mujer con un gorro adornado con lazos verdes empezo a reprender a Lisette.

– Con eso solo los alienta. Mi marido dice que la mayoria de los mendigos que vemos por aqui haciendose pasar por veteranos se han cortado ellos mismos las piernas y los brazos para venderselos a los carniceros.

36
Перейти на страницу:

Вы читаете книгу


Kretser Michelle de - La Joven De Las Rosas La Joven De Las Rosas
Мир литературы

Жанры

Фантастика и фэнтези

Детективы и триллеры

Проза

Любовные романы

Приключения

Детские

Поэзия и драматургия

Старинная литература

Научно-образовательная

Компьютеры и интернет

Справочная литература

Документальная литература

Религия и духовность

Юмор

Дом и семья

Деловая литература

Жанр не определен

Техника

Прочее

Драматургия

Фольклор

Военное дело