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La Joven De Las Rosas - Kretser Michelle de - Страница 33


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– Pero… -El capullo de rosa que era la boca de Luzac se abrio y se cerro, se abrio y se cerro…-. Pero…

– No se preocupe. Como he dicho, a Saint-Pierre le llevara meses examinar todas las pruebas. Y con el tiempo estas cosas acaban perdiendo importancia. -Chalabre, impaciente por marcharse, fue al grano.

A Joseph le parecio que el comentario del alcalde equivalia a admitir su complicidad y asi lo dijo.

– Si los asesinatos fueron aprobados por alguna autoridad, la gente tiene derecho a conocer los hechos antes y no despues de las elecciones.

– No sea necio -replico Chalabre-. ?Cree que denunciando a Lu… a uno de nosotros lograremos algo aparte de echar por tierra todo aquello por lo que hemos luchado? ?Quiere realmente que Castelnau se pase al bando de los monarquicos?

La habitacion se habia llenado de sombras, pero Luzac, que hacia debiles ruidos detras de su escritorio, no hizo ademan de llamar para pedir luces.

– Ademas -continuo el abogado con labia-, aqui o caemos todos o ninguno. A los ojos de nuestros adversarios, todos estamos manchados de entusiasmo revolucionario.

– Yo no he hecho nada que no resista un escrutinio. No tengo miedo.

– Pues deberia tenerlo. La matanza que tanto le preocupa deberia haberle hecho comprender que cuando los hechos se aceleran, el inocente muere junto al culpable. -Y Chalabre volvio a estornudar. Hasta el modo en que se sonaba parecia cinico.

– Me asquea que todos sus argumentos esten motivados por el interes politico, en lugar de por el sentimiento por lo ocurrido.

– La politica pide realismo, no sentimiento. -Ricard salio de la penumbra y se puso de espaldas cerca del fuego-. Chalabre ha resumido de forma admirable la situacion. Nuestro objetivo mas apremiante debe ser asegurarnos la victoria en las elecciones. Una vez asegurada, tendremos poco que temer. Entonces lo que falle el ciudadano Saint-Pierre sera de interes puramente judicial y no politico.

Chalabre, nervioso por la contagiosa proximidad del carnicero, dijo:

– Bien, asunto zanjado. -Y empezo a abrocharse el sobretodo.

– Quedan un par de asuntos. -Ricard miro al abogado, que se echo hacia atras murmurando-. La cuestion de las cuotas de socio: ?podemos ponernos de acuerdo de una vez en una escala movil basada en los ingresos, con el minimo fijado en treinta sous ?

Ricard y Joseph llevaban todo el ano haciendo campana por ello. Habian conseguido reducir la cuota anual y hacerla pagadera mensualmente, pero entre la mayoria adinerada de los jacobinos habia un nerviosismo generalizado ante la idea de una cuota movil: abria el club a la mezcolanza de gente que llenaba las sesiones publicas de los domingos, y una cosa era creer en la igualdad y otra encontrarte fraternizando con tus lacayos. Luzac, personalmente, se habia mostrado inamovible y habia persuadido a los indecisos para que secundaran su postura.

Todos miraron al alcalde.

El alcalde les sostuvo la mirada, aturdido.

– ?Es prudente ahora…? -Chalabre se elevo de las profundidades de su bufanda-. Ya les han asustado bastante esas matanzas.

– Cuando las personas se ven excluidas del poder, lo toman por su mano. Al ofrecer a nuestros conciudadanos la posibilidad de hacerse socios del club, seremos capaces de dirigir y controlar sus tendencias mas deplorables. -Aunque respondia al abogado, Ricard no aparto la mirada de Luzac.

El alcalde siguio sentado muy quieto contemplandose la mano, con la palma hacia arriba sobre el papel secante, como si no estuviera seguro de donde salia ese extrano objeto rosa o para que servia. Cuando el silencio ya pesaba, dijo:

– Como quieran.

Ricard hizo un gesto de asentimiento, como si se tratara de una concesion trivial.

– La otra cuestion que se discutio en el consejo… relacionada con la sanidad publica…

Aguijoneado de ese modo, Luzac empezo a revolver una vez mas entre papeles. Sin levantar la mirada, dijo:

– El hospital. Tengo entendido que tiene proyectos para mejorarlo, modernizarlo y demas.

– ?Doctor? -dijo Ricard con suavidad, y solo entonces comprendio a que se referia el alcalde.

– Si… bueno, proyectos tal vez sea demasiado…

– El municipio cree… nuevo cargo… Subdirector… realizando el cambio… informando directamente a… -El discurso monotono y pesado de Luzac ceso sin previo aviso, como un reloj cuyo mecanismo se queda sin cuerda en mitad de un tic.

– Pero ?que hay de Ducroix? -pregunto Joseph. El doctor Ducroix habia escuchado con bastante educacion sus propuestas entusiastas, asentido y sonreido, y no habia hecho nada.

– Ducroix esta acostumbrado a hacer las cosas de cierta manera -respondio Ricard-. Castelnau necesita a un joven con energia y vision. El consejo ha puesto toda su confianza en sus aptitudes y no creemos que haya ninguna dificultad en convencer a Ducroix y a su junta de que esta usted capacitado para el cargo. -Hizo una pausa, pero Joseph no dijo nada-. Es posible que el doctor Ducroix acoja de buen grado la oportunidad de retirarse de la direccion, sabiendo que usted seria un sucesor capaz.

Silencio.

– ?Y bien? -apremio Ricard, sonriendo-. ?Que dice?

?Que podia decir? Tenia coraje, ideales y compasion. Ellos eran lo bastante prudentes para no ofrecerle el mundo.

De modo que le ofrecieron la oportunidad de mejorarlo.

11

Sophie leyo la carta a Berthe, que sujetaba una sarten contra el vientre y miraba fijamente una esquina de la mesa de la cocina.

Querida madre:

El sargento Bernard Pelet esta escribiendo esta carta por mi y le agradezco el servicio porque se que estas impaciente por tener noticias mias. Hubiera escrito antes pero no ha habido tiempo ya que hemos estado muy ocupados con la guerra. Hemos visto hermosas acciones y obtenido muchas gloriosas victorias en Valmy y otros lugares. El regimiento esta estacionado en un pueblo de las afueras de Worms, una ciudad en la orilla izquierda del Rin, que es un rio aleman. Aqui hablan aleman. El vino es muy caro, mas de sesenta sous la botella, y solo pueden permitirselo nuestros oficiales. El intendente dice que la cerveza no es bebida para un soldado y ha escrito al general Custine quejandose. Es un buen tipo. No te alarmes, comemos hasta saciarnos ya que hay cerdo y patatas en abundancia. Cuando hace buen tiempo marchamos a lo largo de la orilla del rio. Tenemos nuestra propia banda, que toca muy bien. No puedes ir muy lejos sin toparte con cruces y altares, porque los alemanes aun no se han liberado de la supersticion. Estamos alojados en una casa limpia y bonita con ventanas. Hay dos camas para los cinco que somos, y yo estoy en la que solo duermen dos porque me hirieron hace poco. No te alarmes, eramos mas numerosos que la patrulla prusiana, en una proporcion de seis a tres, y los matamos a todos. La bala me atraveso limpiamente el hombro, el cirujano dijo que fue un milagro. A veces me siento un poco debil, pero el sargento dice que es normal ya que he perdido mucha sangre. Mi viejo camarada Henry Bonnet que se alisto conmigo murio lamentablemente el mes pasado durante el ataque a una guarnicion, y con el otros muchos buenos companeros. No te preocupes por mi, la herida ya esta casi curada y no me he perdido ninguna accion importante. Las camas estan hechas de paja cubiertas con una sabana y un colchon de plumas encima, que es una costumbre alemana muy calentita. Por las noches jugamos a las cartas, y ayer sin ir mas lejos gane un bonito cinturon de cuero con una hebilla de laton. Ahora estan pasando lista. Ten por seguro mi gran afecto. Te beso con todo mi corazon y te recuerdo cada noche sin falta en mis plegarias.

Tu hijo que te quiere,

Matthiew

Una cazuela se desbordo. Sophie se ocupo de ella despues de devolver a Berthe la carta.

– Patatas -dijo Berthe al cabo de un rato. Habia dejado la sarten a un lado y examinaba la carta de cerca-. Repugnante. ?Por que no comen pan?

– Tal vez es caro, como el vino.

– ?Pone cuando la escribio?

Sophie nego con la cabeza.

– No tiene fecha. Pero Custine cruzo el Rin hace cinco semanas, a finales de octubre. Matthiew debio de escribir antes.

Berthe dejo la carta, pero volvio a cogerla inmediatamente.

– Podria haberle ocurrido cualquier cosa a estas alturas.

– No querria que te preocuparas por el.

– Es un buen muchacho. -Berthe habia doblado la carta en un pequeno cuadrado. La desdoblo, alisando las arrugas sin mirar el papel-. Cuando era nino nunca lloraba, ni siquiera una vez, cuando aprendia a andar y tropezo y se abrio la cabeza. -Desvio la mirada-. Pense… cuando usted me dijo que habia una carta…

– Lo se -dijo Sophie con ternura.

– ?Ese Henry Bonnet! Ser soldado era en lo unico en que pensaba. Tenia la misma edad que Matthiew pero nadie lo hubiera dicho. Delgado y enfermizo desde el principio.

– Dieciocho anos. Pobrecillo.

– ?Cree que podriamos averiguar donde esta el regimiento y enviarle un poco de vino?

– Podriamos intentarlo. Puede que sea dificil.

– Hace mas de veinte meses que no lo veo.

– Lo se.

– ?Cree…? -Berthe se aferro al respaldo de una s illa-. ?Seria mucha molestia volverme a leer la carta?

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