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La Joven De Las Rosas - Kretser Michelle de - Страница 30


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La siguiente pareja se acerco. El joven oficial hojeo sus notas. «Duo. Pareado. Rios que confluian.» Escribia poesia los fines de semana, y sabia que el era mas que la suma de sus deberes municipales; sin embargo, se esforzaba por cumplirlos como corresponde a alguien sensible a la belleza inherente a todas las cosas.

Habia amanecido encapotado y lloviznado toda la manana, pero cuando la procesion nupcial salio a la plaza, el sol tuvo la atencion de aparecer por detras de nubes de un blanco sucio y el pequeno grupo de mirones bajo los platanos amarillentos vitoreo. Costaba acostumbrarse a las novias vestidas con ropa de diario y un sombrero en lugar de flores naranjas en el cabello. Pero al menos hacia sol, manteniendo la tradicion.

– No son lo que se dice unos crios, ?eh? -comento una mujer.

– Esperemos que ella no se lo encuentre oxidado. No parece que a el se le de muy bien forzar cerraduras.

Joseph saludo con la cabeza a Sophie desde el otro extremo de la estancia, donde estaba de pie de espaldas a la pared.

– Esto es ridiculo -dijo ella para si, y dejo la copa, decidida a aclarar las cosas.

Pero primero estaba Isabelle.

– ?Queridisima Sophie! Todo el mundo ha admirado mi ramo. Ven a hablarles de tus rosales chinos que florecen en otono.

Ella arrostro ola tras ola de conversacion: el tiempo (impropio), los extranjeros (antinatural), Paris (insoportable), el coste de la vida (incalificable), adonde iban a ir a parar (inimaginable). Para cuando llego hasta Joseph, el ya no estaba solo.

– Sophie estaba alli -dijo Stephen-, lo ha visto todo. El amor en unas pocas frases legales. ?Se le ha permitido besar a la novia o se han estrechado la mano como socios al cierre de un negocio?

– Bueno, el matrimonio es una especie de transaccion, ?no? Las mujeres ganan seguridad, los hombres fidelidad, y a ambos se les garantiza respetabilidad. Tal vez el nuevo sistema sea mas sincero: deja el mecanismo al descubierto. -Dirigio el ultimo comentario a Joseph con una sonrisa. El se quedo mirandola (?esos anteojos!) sin decir nada.

– No lo crees asi, se que no. -Stephen selecciono una tartaleta del plato que pasaba-. ? Que me dices de la chispa entre dos almas… -y con la boca llena de queso y jamon- que me dices del amor?

– ?Amor? ?No estabamos hablando de matrimonio?

– Ahora te las das de sofisticada, y no pienso permitirlo. El cinismo esta muy bien en Paris, pero me niego a entretenerlo en Castelnau. No tiene cabida en mi nueva vida de aqui.

– ?Significa eso que se ha venido a vivir a Castelnau? -Joseph se ajusto los anteojos-. ?Se ha instalado aqui?

Stephen asintio, mastico, trago, hablo.

– Ayer hizo dos semanas. ?No es amable por parte de Isabelle invitarme a su boda? Ya he encontrado cuatro alumnos, y me han invitado a hablar ante la Sociedad para la Apreciacion del Arte. -Con la cabeza ladeada, contemplo a Joseph-. Me pregunto, Morel, si se ha planteado alguna vez tomar lecciones de dibujo. Con sus conocimientos de la anatomia humana…

– ?Y bien? ?Cual es el veredicto sobre Peronne? -Mathilde, materializandose entre ellos, cogio una tartaleta-. Le he pedido su opinion sobre los avisos que exponen las Leyes de Divorcio y me ha dicho que no se habia fijado en ellos. Lo que interpreto como su manera de decirme que no le parece un tema apropiado para una joven del sexo debil.

Joseph, poco acostumbrado a Mathilde, rio tras su copa.

Ella se volvio hacia el.

– ?Que piensa usted de las nuevas leyes?

– Son convenientes. La municipalidad proporciona el veneno asi como el antidoto.

– ?Es asi como ve el matrimonio? -replico Sophie-. ?Como un veneno?

El bajo la mirada hacia su copa vacia.

– Veneno o prision, a menudo da la impresion de serlo. Aunque debe de haber excepciones.

– ?Por supuesto que las hay! -Stephen, agitado, se meso el cabello. Un tipo raro, Morel, mas gris de lo que recordaba. Busco una explicacion y afortunadamente encontro una-. Naturalmente, como medico debe de estar expuesto a muchas cosas desagradables.

– Me pregunto si Claire se divorciara de Hubert -dijo Mathilde. En el silencio de cristal que recibio tal observacion, ella miro a Joseph-. ?Por que ya no viene a vernos? ?Se debe a que Hubert esta luchando en el bando enemigo? Nosotros tampoco lo aprobamos, ?sabe? Aunque, si le soy sincera, no podemos decir que le echemos de menos.

Joseph se habia puesto rojo ladrillo.

– Stephen, Joseph, no deben monopolizar a la joven mas guapa de la sala. -Radiante de felicidad, asio a Sophie del brazo con la mano que lucia su nueva y brillante sortija-. El sobrino de Louis esta aqui y se muere por conocerte.

– Estabamos hablando de tu marido -dijo Mathilde-, preguntandonos si es lo bastante bueno para ti.

Antes de que Isabelle pudiera llevarsela, Sophie se volvio hacia Joseph.

– Por favor, haganos una visita.

El sonrio y miro el interior de su copa. El corazon solo era un musculo, se negaba a concederle demasiada importancia. Pero el vino del doctor Ducroix era excelente. Tenia intencion de beber bastante antes de que terminara la velada.

8

La noche en que Isabelle acude a los besos de su farmaceutico tiene lugar la matanza.

El antiguo convento -que ahora sirve de carcel provisional- lleva semanas llenandose de manera inquietante. Las ordenes de arresto han sido expedidas por un tribunal presidido por el abogado Chalabre. Este se ha creado con el objetivo especifico de juzgar a los traidores, es decir, a todos los que han perpetrado crimenes contra la nacion asediada. A los sacerdotes obstinados y dificiles que persisten en negarse a prestar el juramento civil los han sacado a rastras de los seminarios, colegios y parroquias donde trataban sospechosamente de pasar inadvertidos. Han censurado eficientemente la prensa monarquica, y cercado a sus impresores y periodistas. Han detenido a los parientes, amigos, dependientes y conocidos de Caussade y sus seguidores. No es dificil hacerse con sospechosos: un dramaturgo cuyo drama en verso, muy largo y muy malo, sobre la huida de la pareja real a Varennes recibio abucheos y tuvo que suspenderse dos dias despues de su estreno el pasado invierno; un relojero prusiano; una duquesa nonagenaria; un camarero denunciado por sus agudezas dudosas.

La manana siguiente a la boda de Isabelle es despejada y de temperatura agradable. Saint-Pierre ha desayunado tarde varios trozos de pan con mermelada de cereza e higos en compania del doctor Ducroix, en cuya casa ha pasado la noche, quedandose despues de que el marido de Isabelle, con delicadeza pero con decision, la desprendiera del abrazo de su padre.

El otono siempre ha sido la estacion predilecta de Saint-Pierre. Su abuelo le decia que conforme se hiciera mayor esperaria ansioso la primavera, las flores y los brotes verdes. Pero si la primavera promete tanto, ?como no va a defraudar? El otono en cambio es poco exigente y fiable, sus hojas son como tantas responsabilidades que se desprenden y flotan silenciosamente hacia la tierra.

Se sorprende a si mismo siguiendo calles que lo llevan al rio. ?Por que sera, se pregunta, que la gente se siente atraida por el agua? Lo ha visto una y otra vez, gente agotada de trabajar duro y pasar hambre, desviandose para ir a los muelles, donde no se cansan de contemplar el rio.

Piensa en el nino que pronto nacera, en Claire, que se ha encerrado en si misma conforme se acerca el momento y espera, espera.

Claire, su hijita de una perfeccion inimaginable. Cuando nacio queria sostenerla para siempre en sus brazos, protegerla asi contra el vendaval que arrojaba las tejas a las calles, siempre a salvo, su hermosa e insondable nina. Para descubrir un dia que inadvertidamente se le habia escurrido de los brazos.

Por un instante tiene dificultades para respirar, un dolor que desaparece tan deprisa como lo sobresalta.

Su corazon incompetente.

Se apoya contra un muro de color miel y sonrie, porque por una vez Ducroix ha bebido mas armagnac que el.

Luego ve los cuerpos.

Ha llegado al lugar donde una puerta en el muro del convento se abre a los muelles. Han traido las carretas alli, donde el agua succiona con codicia la piedra y la madera, y hay menos transeuntes, aunque se ha formado el inevitable corro de curiosos que observan lo que estan transportando a pleno sol.

Hay un muchacho de unos quince anos al que le han cortado de un hachazo los genitales. Un hombre con un ojo azul brillante y un agujero pegajoso donde deberia estar el otro. Una criatura de vello negro y rizado, sin cabeza ni miembros. Una mujer degollada, otra cuya lengua color malva le sale de la boca obscenamente. A varios cadaveres le faltan los brazos, las piernas, las manos… Saint-Pierre se sorprende preguntandose donde pueden estar y recorriendo con la mirada las carretas donde se amontonan en busca de las partes que faltan, para juntarlas y volver a dejarlos enteros.

Reconoce a medias una cara aplastada que todavia rezuma pulpa: el Oraculo, un hombre maloliente de ojos jaspeados y desorbitados y una mata de pelo enmaranado que pega gritos en el mercado de cereales, haga el tiempo que haga, describiendo con precision las brujas de pesadilla y las bestias salpicadas de sangre que lo atormentan, agarrandose a la gente hasta que alguien le paga un vaso de ginebra y luego otro y otro.

Huele a rio, y por encima de ese olor percibe otro que no le es desconocido. Piensa incongruentemente en medicos y lechos de enfermos antes de ver los barriles que la mujer del gorro rojo esta haciendo rodar a traves de la puerta, y comprende: estan lavando el patio con vinagre, para desinfectarlo.

?Para quien?, se pregunta. No parece quedar nadie con vida detras de esos muros.

Hace pequenos movimientos con las manos delante de su pecho, como un bebe.

Un oficial con fajin tricolor esta supervisando las operaciones.

– Ciudadano Saint-Pierre -se presenta a si mismo, anadiendo que es un «oficial de la ley»-. ?Que ha ocurrido aqui? -pregunta, y las manos se le disparan y aferran el brazo del hombre-. ?Que ha ocurrido? -repite, aunque lo ocurrido es bastante evidente mientras la cuarta y ultima carreta esta siendo descargada.

El oficial es un joven -?todos son jovenes!, piensa Saint-Pierre, asiendo con mas fuerza el brazo uniformado- que no se exalta facilmente. Mira al hombre cuya cara tiene un extrano tono grisaceo y reconoce al magistrado en cuya sala ha permanecido bastante a menudo de pie contra una pared, sin llamar la atencion. Que el sepa, Saint-Pierre es un buen tipo, amable con los funcionarios inferiores a quienes trata en el curso de sus tareas. De modo que el joven se muestra educado y tranquilo, soltando cortesmente su manga de esa mano con manchas de la edad que se ha adherido a la tela.

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