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La Joven De Las Rosas - Kretser Michelle de - Страница 27


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Los golpes en la puerta lo despertaron de un sueno en el que encontraba por la calle un cisne con las entranas derramandose en el barro. Esas entranas eran blandas y brillantes, y no estaban enredadas sino que formaban ramales diferenciados de un rosa malva, nacarado; del extremo de cada uno colgaba un pequeno naipe de marfil, y el se inclinaba ansioso sobre ellos, porque si lograba…

Abrio la puerta a Ricard, que tuvo que agacharse para entrar.

– ?Remoloneando en la cama el dia del Senor? ?No es pecado?

– ?Que ha pasado? -Parte de el seguia en las redes de su sueno (los colores brillantes, el mensaje de los naipes) mientras buscaba su chaqueta.

– Una emergencia, doctor: son pasadas las once y corremos el peligro de perdernos la trucha.

El echo agua en una palangana, se la arrojo a la cara y se froto los ojos.

Ricard le dio palmadas en el hombro.

– Deprisa, deprisa.

La porcelana repiqueteo en el lavamanos.

Los domingos por la tarde solia ir a la antigua casa consistorial donde se reunian voluntarios del club para leer en voz alta los periodicos o los decretos de la Asamblea a los ciudadanos patrioticos congregados. Se lo recordo a Ricard mientras deambulaban por la orilla del rio en busca de un lugar donde instalarse.

– Estamos en junio -llego la replica-, deja que otro lerdo haga el trabajo.

?Ricard, cuyo lenguaje era tan remilgado como el de una solterona y que ponia mala cara cuando otros hombres maldecian! Pero era evidente que el carnicero estaba de muy buen humor, silbando al dejar atras las ultimas casas diseminadas y pequenos mercados, y al cruzar campos de trigo que le llegaban al hombro y prados llenos de caltas hasta una curva del rio banada por el sol.

Se instalaron cerca de una hilera de alamos, no muy lejos de unos sauces que bajaban hasta el agua.

– Es aqui donde viven los peces, en las orillas con sombra… -Ricard levanto el pulgar- pero en cuanto se despierta la cachipolla, salen al sol y se hinchan.

Se quitaron las botas y los calcetines, se enrollaron los pantalones y se metieron en el limpio rio, verde amarronado. Algo hizo cosquillas en los dedos de Joseph; bajo la vista y vio unas formas diminutas que se movian rapidamente en todas direcciones, y, adheridas a sus pantorrillas, perlas plateadas, una en cada vello que flotaba. Sus pies, sobre la arena dorada oscura, eran grandes peces blancos comiendo panza arriba.

Ricard, a unos metros corriente abajo, pesco la primera trucha: un remolino de burbujas, mucha confusion, un retorcimiento marron plateado. Cuando fueron a comer tenian cuatro peces, de los cuales uno lo habia capturado Joseph. Antes de envolverlos en hojas y dejar la cesta donde el agua no era tan profunda, recorrio con un orgulloso dedo su fria espalda verde jaspeada, las manchas rosadas en sus gruesos costados.

– Has atrapado el mas grande de todos… casi un cuarto de kilo -aplaudio Ricard, sosteniendolo en la palma para calcular el peso.

Comieron pan, salchichas de ajo («una mezcla de carne de cerdo y vaca, ligeramente ahumada»), un pote de rillettes y quesos de cabra espolvoreados de tomillo que se habian fundido a pesar de haber estado a la sombra. Compartieron una botella de un vino acido, verde amarillento. Ricard se apoyo contra un alamo y fumo su pipa.

Joseph, deambulando descalzo por la orilla, decidio que habia pasado demasiado tiempo encerrado en habitaciones en las que la luz del sol no entraba o lo hacia con mezquindad, en rombos palidos y desganados que brillaban brevemente en el suelo, en una lugubre pared. Encontro un ciruelo y volvio con la camisa llena de frutos dorados. Echo la cabeza atras y el jugo le bajo por la garganta.

Luego, tendido de espaldas, se quito las lentes y se quedo mirando el borron verde plateado. Tal vez durmio un rato.

Ricard le enseno un lugar corriente arriba donde el lecho del rio estaba mas profundo. Despues de desnudarse quedandose solo con sus calzones que le llegaban a la rodilla, el carnicero se metio con un grito y los brazos al aire, salpicando agua alrededor. Joseph, que no sabia nadar, se tumbo sobre los codos en la zona menos profunda, donde el agua estaba deliciosamente tibia, y observo como Ricard cruzaba ruidosamente el rio. La pierna mala de este no parecia ser un impedimento en el agua; se puso de espaldas y saludo a Joseph con la mano, flotando al sol.

Joseph se sorprendio tarareando esa nueva cancion que llamaba a los franceses a las armas. Las piedras del lecho del rio eran del color de su trucha. Observo a Ricard, en mitad de la corriente, escupiendo agua. Habia libelulas semejantes a luz esmaltada.

Se puso boca abajo y movio los miembros con cuidado. Cerrando las mandibulas y conteniendo la respiracion, sumergio la cabeza y la saco resoplando. El carnicero le arrojo agua a la cara a manotazos. El trato de vengarse, pero Ricard se sumergio y se alejo buceando; a continuacion salio del agua chorreando, perlado de luz, leonado, imponente, magnifico.

Comieron la ultima salchicha y terminaron las ciruelas.

Ricard le dijo que habia crecido en el campo, y que no habia ido a vivir a Castelnau hasta los nueve anos, cuando entro de aprendiz con un tio suyo. Llenando de tabaco la cazoleta de la pipa, hablo, no como habria esperado Joseph, de grandes privaciones, hambre o explotacion, sino de las delicias de su ninez en el campo. El y sus hermanos recorrian el campo persiguiendose por los bosques, buscando nidos, poniendo trampas ilegales a los conejos. Aprendio a nadar y pescar. A los seis anos lo enviaban todo el dia a los campos para vigilar los cultivos, y aprendio el solo a identificar los pajaros, sus distintos cantos. Eran cinco hermanos y su padre era jornalero sin tierra propia. Sin embargo, Ricard fumaba su pipa y solo hablaba, con una ligera sonrisa, de las avellanas que cogian en otono, de los grajos en lo alto de los olmos, del topo que habia capturado junto a un arroyo, de sus enormes patas rosas y su morro afilado. El topo llego a confiar en el, iba hacia el balanceandose y chillando; tambien comia gusanos de sus manos.

Las sombras cambiaron de posicion, se alargaron.

Una gallina de agua paso empujada por la corriente.

La piel de Joseph olia diferente: a agua de rio, a barro.

Despues, cuando todo termino y durante el resto de su vida, recordaria ese dia que habia empezado con un sueno.

Sus colores eran dorado y verde.

Sabia a jugo de ciruela lamido de la muneca.

La voz de un amigo le describia en detalle la felicidad.

4

Stephen aparecio con una rosa en la mano. Sus petalos purpureos tenian motas de color malva. Ella la identifico al instante: Belle de Crecy. El era incapaz de poner un pie en el jardin sin arrancar una rosa. Cada vez que eso ocurria, ella se sentia, como todos los jardineros, medio halagada medio resentida.

– Hace tiempo que quiero preguntartelo -dijo el-. ?Que ha sido de tus rosales chinos?

Las rosas del Maestro de Escuela eran unas flores dobles y excepcionalmente largas, de un tono rosa intenso que se fundia en lila. Sophie siguio arrancando las flores marchitas, cortando limpiamente tallo tras tallo con su cuchillo dentado, llena de absurda felicidad. El no se habia olvidado.

– El ano pasado vendi una docena. Y el mismo cultivador se llevo el doble esta primavera. Dice que tiene compradores que las piden desde lugares tan lejanos como Inglaterra y Holanda. -Y anadio-: Aunque supongo que la guerra pondra fin a todo eso.

Se decia a si misma que el solo estaba alli para hacer tiempo. Claire, aduciendo mareo o jaqueca, se habia negado a bajar. Por mi solo se interesa cuando no tiene nada mejor que hacer, se dijo, luchando por no perder la calma.

El le acaricio la barbilla con la suave flor purpurea.

– He decidido venirme a vivir a Castelnau en septiembre.

– No lo hagas… -dijo ella-. Quiero decir… eso con esa rosa. -Le temblaba el pulso. Enfundo el cuchillo y lo dejo caer en su cesta llena de petalos marrones.

El suspiro.

– No te enfades conmigo, Sophie. Todo el mundo esta enfadado conmigo. Mi hermano me recrimina en sus cartas, Charles me aconseja que vuelva a casa. Claire no quiere hablarme. La semana pasada, poco antes de que me marchara de Paris, dos soldados me detuvieron en la calle insistiendo en que era un espia… ?Te lo he contado?

– Si, dos veces.

– Podrian haberme matado alli mismo, lo se. Delante de mi propio estudio. De no haber sido por mi portera, que salio y grito que se lo diria a sus madres. Este tipo de cosas no sucederian aqui. Vuestra familia es conocida en Castelnau. Y mi relacion con ella.

– ?Por que no Burdeos, en ese caso? -pregunto Sophie. Habia decidido, hacia meses, que lo que sentia era soportable siempre que el no supiera que lo sentia.

El arrojo la rosa a la cesta.

– Porque mi tio se pondra a buscar horarios de barcos y me hablara del deber, mientras que mi tia se sentira obligada a buscarme una esposa. Tiene innumerables ahijadas a las que le gustaria ver colocadas.

– ?Y?

– Al menos tres chicas desgarbadas que rien tontamente cada vez que me ven. Cada una menos agraciada que la anterior.

– Comprendo que eso seria muy duro.

– Sophie, nunca lo hubiera dicho, pero eres cruel.

– Pero ?que haras en Castelnau?

– Trabajare duro. -El tenia mirada ausente. Sophie noto que corria el inminente riesgo de quedarse mirandolo embobada-. Podria dar clases de dibujo. Conoceria a gente, participaria en la vida de la ciudad. Seria totalmente distinto de Paris.

– Si.

– Y estaria cerca de… Montsignac.

– Entiendo.

– Me encantaria dar clases a Matty.

– ?Has visto como dibuja?

– Con orientacion, no hay nadie que no pueda mejorar.

Un rosal que se habia salido de la esquina donde habia sido plantado, arqueando las largas canas hacia la luz, se le engancho en la camisa.

– Estate quieto. -Con el ceno fruncido, ella solto la espina.

– Querida Sophie… se que siempre seras buena conmigo. -Y antes de que ella pudiera volverse, la beso.

Porque Claire no queria responder la pregunta que lo atormentaba.

Porque lo sabia, de todos modos.

Porque, oscuramente, percibia que el equilibrio de poder entre ellos estaba cambiando, y buscaba el modo de reafirmarse.

Porque siempre era agradable dar satisfaccion cuando no requeria ningun esfuerzo.

Porque Sophie estaba alli.

Por la luz del sol, las rosas.

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