La batalla - Rambaud Patrick - Страница 9
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– Bravissimo!-exclamo Perigord-. ?Como te llamas?
– ?Tirador Paradis, senor, segunda compania de linea, tercera division del general Molitor a las ordenes del mariscal Massena!
Perigord deslizo unos florines en la guerrera del tirador y se dirigio a Henri, quien parecia pensativo o distraido, como si le agobiaran las preocupaciones.
– Mi criado llevara manana vuestras cosas, Beyle, no os inquieteis.
– ?Conoceis a Anna Krauss?
– Me alojo en su casa desde hace tres dias, miento, dos. En fin, dado lo curioso que soy y lo diafana que es ella…
– ?Su familia?
– El padre es musico, pariente del senor Haydn.
– ?Donde esta?
– Dicen que ha seguido a la corte de Francisco de Austria, refugiado en alguna parte de Bohemia, pero ?quien lo sabe con certeza?
– ?Su madre?
– Tengo entendido que ha muerto. No le llegaba el aire a los pulmones.
– ?De modo que la senorita Krauss se ha quedado sola en Viena?
– Con sus hermanas mas jovenes y un ama de llaves mayor que ella.
– ?Su padre la ha abandonado en plena guerra!
– Los vieneses no se toman nada en serio, querido mio. Mirad, como el lunes les parece triste y estropea el domingo, han convertido el lunes en dia festivo. Semejante desenvoltura no esta nada mal, ?verdad?
– ?Creeis que Lejeune esta enamorado?
– ?De los vieneses?
– ?No, hombre! De esa muchacha.
– Lo ignoro, pero los sintomas apenas dejan lugar a dudas, esta febril, inquieto, medio pasmado… A decir verdad, tambien a vos la joven os causa palpitaciones.
– No os permito, senor…
– ?Ya, ya! Ni vos ni yo podemos evitarlo, pero la batalla promete ser mas divertida entre vosotros dos que entre nosotros y las tropas del archiduque Carlos. ?Sabeis?, lo que no me gusta nada de las guerras es la suciedad, la mala vestimenta, el polvo, la groseria, las horribles heridas. Uno tiene que volver entero, ?ah, si! Eso permite brillar en las fiestas, bailar con las falsas duquesas o las autenticas esposas de banqueros…
Llegaron a los paseos enarenados del Prater. Los grandes arboles habian sido abatidos para construir unas barricadas irrisorias. Sobre los cuadros de cesped habia pabellones, casitas, ca banas, un quiosco chino, un chalet suizo, chozas de salvajes, un cafarnaun creado para la diversion y que solia frecuentar una poblacion mezclada procedente de todo el planeta. Alli los vieneses se codeaban con bohemios, egipcios, cosacos, griegos. El emperador Francisco iba con frecuencia a pasear, solo y sin escolta, saludando a sus subditos con el sombrero, como un burgues. En la noche veraniega nubes de insectos asaltaban a los paseantes, y Perigord bromeo:
– Un aleman me explico hace poco que sin estos insectos el amor causaria por aqui demasiados estragos.
Se detuvieron ante un carromato que ofrecia un espectaculo curioso, cuyos papeles se repartian entre marionetas y enanos, ante un publico de soldados franceses y aliados, la mayoria de los cuales no entendian el texto pero se divertian distinguiendo a los actores de carne y hueso de los de madera.
– ?Que representan? -pregunto Henri.
– Una obra de Shakespeare, querido mio. ?Veis esa figura diminuta con una barba falsa y la corona de carton? Esta diciendo el famoso monologo: «?Que temo? ?A mi mismo? (Perigord recito representando la escena.) ?Estoy solo? Ricardo ama a Ricardo. He ahi: yo soy yo. ?Hay un asesino por aqui? No, si: yo. ?Entonces vete! ?Huir de mi mismo? ?Y si me vengara en mi mismo? Por desgracia, me amo. ?Por todo el bien que me he hecho? ?Oh, no, me odio por los horrores que he cometido!».
– Y yo -suspiro Henri- ?me odio por no saber aleman!
– Tranquilizaos, mi querido Beyle, yo lo farfullo, pero el titulo de la pieza esta inscrito en ese panel y me se de memoria Ricardo III.
Sobre el estrado, los enanos y las marionetas se movian alrededor de un trono de madera pintada. Perigord anadio:
– Acto quinto, tercera escena.
En Schonbrunn, en el salon de las Lacas cuyas paredes estaban decoradas con flores y aves doradas, Napoleon saco su tabaquera de carey y se lleno la nariz de tabaco. Enfundado en una bata de muleton blanco y con la cabeza envuelta en un pano de Madras, como una panoleta de las Antillas, estudiaba los mapas. Los alfileres de diversos colores indicaban la posicion actual de las tropas, la de los almacenes de viveres, del forraje o los zapatos, el parque de artilleria…
– ?Senor Constant!
El primer ayuda de camara acudio corriendo, sin hacer ruido, como si se deslizara. Era corpulento y tenia cara de sueno. El emperador le tendio el vaso y el sirviente vertio chambertin aguado.
– Mi pollo, senor Constant.
– En seguida, Sire.
– Pronto!
– Sire…
– ?Ese diablo de Roustan ha vuelto a comerse mi pollo como la otra noche?
– No, Sire, no, el pollo esta bien guardado en su cesta de mimbre y tengo la llave del candado…
– ?Y bien?
– Sire, el principe de Neuchatel, Su Excelencia el mayor general…
– ?Simplificad, senor Constant! Decid Berthier.
– Esta esperando, Sire…
– Io lo so, he ordenado que le llamaran. ?Que entre ese cernicalo, y mi pollo tambien!
Impecable con su magnifico uniforme de gala y seguido por Lejeune, el mayor general Berthier entro en el despacho y dejo el bicornio sobre un velador. El emperador les daba la espalda, y tuvieron que escuchar inmoviles su dialogo.
– La flota inglesa fondea holgadamente en Napoles, el Tirol se rebela, el principe Eugenio tiene dificultades en su reino de Italia y el papa se vuelve indocil. Lo mejor de nuestro ejercito se agota en Espana. ?Podre contar durante mucho tiempo con la neutralidad del zar? Los ingleses financian a los rebeldes por doquier. En Francia la gente critica y la censura ya no contiene las impertinencias. Talleyrand y Fouche, por desgracia tan precioso, han intrigado para sustituirme por ese pelele de Murat, ?pero los domino como a todos los demas mediante el temor y el interes! Los fondos publicos decrecen, las deserciones se multiplican, mis gendarmes encadenan a los reclutas para llevarlos a los cuarteles y los campamentos. Nos faltan suboficiales, es preciso conseguirlos a las puertas de los liceos…
El emperador coge un muslo de pollo que Constant acaba de dejar sobre una mesa negra. Toma un bocado, untandose de grasa la barbilla, y grune:
– ?Que opinais de ese cuadro siniestro?
– Que desgraciadamente es exacto, Majestad -replica Berthier.
– ?Bien que lo se, joder! ?He tenido que buscar de nuevo a Massena, ese rapaz, y obligar a Lannes, quien esperaba descansar en sus castillos! Venga qui!
Napoleon senala con el hueso de pollo la isla Lobau en el gran mapa.
– Dentro de tres dias nos instalamos en esta mierda de isla. ?El puente?
– Sera tendido sobre el Danubio -responde Lejeune-, puesto que vos lo habeis decidido.
– Bene! El viernes, los tiradores de Molitor desembarcan en la isla y la limpian de algunos austriacos cretinos que todavia vivaquean ahi. Preved suficientes embarcaciones. Durante ese tiempo, con el material que habreis despachado en Bredorf…
– Ebersdorf, Sire-le corrige Berthier.
– ?Que os den mucho por el saco! ?Os he pedido vuestro parecer? ?Que estaba diciendo?
– Hablabais del material, Sire.
– Si! Lanzamos de inmediato el puente flotante sobre el gran brazo del rio, para unir Lobau con nuestra ribera. La caballeria de Lasalle refuerza en seguida a los hombres de Molitor, los cuales pasan a la orilla izquierda y ocupan los dos pueblos.
– Essling y Aspern.
– ?Si eso os dice algo, Berthier! El sabado por la noche, el gran puente y el otro que conducira de la isla a la orilla izquierda deben estar tendidos y bien firmes.
– Asi se hara, Sire.
– El domingo, al amanecer, nuestras tropas se establecen en esos dichosos pueblos como se llamen, se parapetan y esperan. El archiduque nos ve, se despierta, cree que soy idiota porque arrin cono a mis tropas en el rio y ataca. Massena le recibe a canonazos. Vos, Berthier, cargais con Lannes, Lasalle y Espagne a fin de hundir el centro austriaco y cortar a su ejercito en dos. ?Entonces Davout cruza el puente grande con su reserva, refuerza vuestros ataques y aplastamos a esos coglioni!
– Que asi sea, Majestad.
– Asi sera. Lo veo y lo quiero. ?No estais de acuerdo, Lejeune?
– Os escucho, Sire, y al escucharos aprendo.
El emperador le dio una fuerte bofetada, con lo cual daba a entender que estaba satisfecho de la respuesta sin que realmente se dejara enganar. Detestaba la familiaridad y los consejos, y no de seaba de sus oficiales, asi como de sus cortesanos, mas que una obediencia callada. Lannes y Augereau eran los unicos que osaban hablarle claro. Por lo demas, se habia creado una corte de principes falsos y duques inventados, comprometidos, bastos, cautelosos. Napoleon no exigia mas que reverencias, y las recompensaba con castillos, titulos y oro. Constant, que se encontraba ante la puerta del salon, movia inquieto primero un pie y luego el otro, lo cual acabo por llamar la atencion del emperador.
– ?Que es esa nueva danza, senor Constant? -rezongo.
– Sire, ha llegado la senorita Krauss…
Al oir ese nombre, Lejeune creyo que iba a desmayarse. ?Como? ?Anna estaba en Schbnbrunn? ?Iba a pasar la noche en el lecho del emperador? No, eso era impensable, no parecia cosa suya. Lejeune contemplaba a su soberano, el cual termino el pollo y se limpio los dedos y la boca con la cortina. ?Que podia hacer Lejeune? Nada. Cuando Napoleon los despidio, a Berthier y a el, con un gesto de la mano, como si fuesen lacayos, Lejeune se apresuro a pedir autorizacion para volver a Viena.
– Id, amigo mio -respondio un Berthier paternal-. Quedaos bastante tiempo, pero no malgasteis vuestras fuerzas, pues las necesitaremos.
Lejeune saludo y salio muy de prisa. Berthier le vio montar de un salto en su caballo y partir al galope. «?Estaremos todavia vivos la proxima semana?», se pregunto el mayor general.
Lejeune galopo hasta la casa rosada del barrio de la Jordangasse. Subio atropelladamente al piso donde deberia estar durmiendo Anna Krauss, entro en la habitacion, avanzo silencioso y sin aliento hasta el lecho en forma de sarcofago donde ella sonaba, pues estaba alli, en efecto, iluminada por el cuarto menguante de la luna, sosegada, casi sonriente. Lejeune se sento en una silla junto al lecho y, emocionado, la contemplo mientras ella dormia. Mas adelante, supo que la senorita que visitaba al emperador, aunque tenia el mismo apellido, con una ese menos, se llamaba Eva y era la hija adoptiva de un comisario de guerra. El emperador se habia fijado en ella una manana, durante la revista, en el patio del palacio: entre tantas mujeres vestidas con prendas de colores vivos, solo ella iba vestida de negro como un presagio perturbador.
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