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La batalla - Rambaud Patrick - Страница 29


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Se levanto.

En la parte superior del pequeno valle donde estaban acantonados los escuadrones se discernian las primeras casas de Essling, cuyos tejados se perfilaban contra un fondo de luz rojiza. Sin cas co ni coraza, con la espada recta golpeandole la pierna, Fayolle camino como un sonambulo en esa direccion. En el linde de la planicie que recorria de uno a otro bosquecillo se cruzo con los carroneros ordinarios que actuaban de noche tras la batalla, aquellos ojeadores civiles de las ambulancias a los que se encargaba del transporte de los heridos y que se aprovechaban para despojar a los muertos. Dos de ellos se afanaban con un husar ya rigido al que le quitaban las botas. Sobre la pelliza y el dorman, en el suelo, habian amontonado un reloj, un cinturon, diez florines y un medallon. Un tercero, en cuclillas, acerco el medallon al farol que descansaba en el suelo.

– ?Vaya! -exclamo-. ?Es guapa de veras, la novia de este!

– Y ademas ahora esta libre -replico su compinche, atareado en quitarle una bota al muerto.

– Lastima que no tenga nombre y direccion. -A lo mejor figuran en el dorso del retrato.

– Tienes razon, Gordo Louis…

El servidor de la ambulancia trato de separar el retrato del medallon con un cuchillo. Pasaron otros con los brazos cargados de prendas de vestir. Un tunante habia fijado a un palo una serie de cascos y chacos, como hacen los cazadores de ratas en el campo, y los penachos, las crines y las borlas pendian como las colas de esos bichos. Mas adelante Fayolle se encontro con un centinela que le puso el canon de su fusil en el torso.

– ?Adonde vas?

– Tengo necesidad de andar -respondio Fayolle.

– ?No puedes pegar ojo? ?Tienes chamba! ?Yo me duermo de pie como los caballos!

– ?Chamba?

– Y tendras mas si evitas pasar por la planicie. Los austriacos estan a treinta pasos. ?Ves ese fuego, alla abajo, a la izquierda del seto? Pues son ellos.

– Gracias.

– ?Chambon! -mascullo todavia el centinela mientras miraba a Fayolle que se alejaba hacia el pueblo.

Avanzo en la oscuridad, tropezo varias veces, se desgarro los pantalones con los cardos y metio las alpargatas en un charco. Cuando entro en Essling no supo diferenciar a los dormidos de los muertos. Los tiradores de Boudet, extenuados, estaban diseminados en las calles, contra los muros bajos, unos encima de los otros, y todos se confundian en un abandono similar. Fayolle tropezo con las polainas de un soldado que se incorporo a medias y le insulto. Ya no daba ninguna importancia a nada. Avanzaba hacia aquella casa que habia visitado dos veces y que reconocio sin dificultad, pero la tropa se habia establecido en ella y la habia fortificado con monticulos de sacos y muebles rotos. Asi pues, la muchacha no se habia quemado, su casa no habia sido alcanzada por ningun obus, alguien la habia encontrado muerta y atada. ?Que habia sido de su cuerpo? Alzo los ojos hacia la ventana del piso. El vidrio estaba roto, el postigo colgaba, un tirador fumaba en pipa acodado en el alfeizar. Fayolle tenia necesidad de entrar en aquella casa, pero su instinto le retenia. Inmovil en la calle, ya no se atrevia a arriesgar un gesto.

Nadie dormia realmente, salvo Lasalle, sin duda, el cual preferia la vida de los vivaques a la de los salones y sabia descansar en las peores condiciones. Se envolvia en el manto, se acostaba, roncaba en seguida y sonaba con las escenas heroicas en las que deseaba con impaciencia intervenir. Los demas, tanto oficiales como soldados, estaban nerviosos y eran presa de la angustia, tenian el semblante marcado por la fatiga y demacrado. Las alertas generales ya habian vuelto a poner en pie a los batallones, y en tres ocasiones habia sido por nada, escaramuzas, disparos aislados debidos a la proximidad de los campamentos austriacos y a la oscuridad que no permitia distinguir los uniformes. Cada uno pensaba que descansaria despues de la batalla, en el suelo o bajo tierra.

En el posito fortificado de Essling, sentado sobre un tambor, con una tabla sobre las rodillas, el coronel Lejeune escribia a la senorita Krauss. Meditaba mientras mojaba la pluma de cuervo en el tinterillo que llevaba siempre encima para hacer sus croquis. No le contaba nada a Anna de los horrores y los peligros, solo le hablaba de ella y de los teatros vieneses a los que pronto irian juntos, de los cuadros que se proponia pintar, de Paris, sobre todo, del celebre Joly, aquel peluquero de moda que le haria un mono a la Nina, y de las joyas que el le ofreceria, o de los zapatos de casa Cop, tan ligeros que se rasgaban al andar. Irian a pasear por las avenidas y bajo los quioscos de Tivoli, a la luz de los faroles rojos colgados de los arboles. Luz, rojo… estos terminos no evocaban Tivoli en la mente de Lejeune, sino que se las habian inspirado los incendios que le rodeaban. En una palabra, deseaba mostrar desenvoltura-pero no acababa de lograrlo, y eso debia de notarse, sus frases seguian siendo secas, demasiado breves, como inquietas. Se dijo que la guerra no tenia nada de lirico, o no lo tenia vista de lejos. Sin embargo, habia estado a punto de morir por lo menos en tres ocasiones durante aquella jornada salvaje. Las imagenes de Aspern en llamas sustituyeron a las de los serenos jardines de Tivoli, y Massena a los artistas de la peluqueria enriquecidos por la moda.

– ?Lejeune!

– Si, Vuestra Excelencia.

– ?Como van las reparaciones del puente grande, Lejeune? -inquirio Berthier.

– Perigord esta sobre el propio terreno. Debe prevenirnos cuando las tropas de la orilla derecha puedan cruzar el Danubio.

– Vamos a verlo -dijo Berthier, quien hasta entonces discutia con el mariscal Lannes.

Habian calculado las perdidas, sabian ya que Molitor habia perdido la mitad de su division, tres mil hombres que alfombraban las calles de Aspern y los campos circundantes, sin contar los he ridos perdidos para la batalla del dia siguiente, al cabo de tres horas, cuatro a lo sumo, cuando los enemigos se reunirian al amanecer y se lanzarian, extenuados, a nuevas contiendas. Berthier, Lannes, sus edecanes y caballerizos se levantaron juntos, y avanzaron con sus caballos al paso a lo largo del Danubio, mal iluminados por las llamas de los incendios que seguian consumiendo una parte de los pueblos. Lejeune no habia terminado su carta, cuya tinta habia secado con un punado de arena. Se habia levantado un viento que arrojaba la humareda hacia la isla Lobau, y les escocian los ojos. Cuando se aproximaban a Aspern, oyeron disparos.

– ?Alla voy! -dijo Lannes, haciendo que su caballo diera la vuelta.

Se sumio en los trigales altos y oscuros que le separaban de Aspern. Su ayudante de campo, Marbot, le siguio con un movimiento maquinal, y al cabo de un rato le tomo la delantera, pues conocia mejor el camino y sus obstaculos. Los demas prosiguieron hacia la isla y el puente pequeno. El mariscal y su capitan avanzaban con lentitud y prudencia. La luna en cuarto menguante era debil y la noche tan profunda que no se veia nada. Un viento contrario, que acarreaba un olor a quemado, ponia nerviosos a los caballos y agitaba las plumas del bicornio del mariscal. Para tranquilizar a su caballo e inspeccionar el suelo con las botas, Marbot desmonto y condujo al animal de la brida.

– Tienes razon-dijo Lannes-, ?no es el momento de rompernos las piernas!

– Os encontraremos una calesa para que dirijais desde ellas nuestros ataques, Vuestra Excelencia.

– ?Vaya idea! Las piernas todavia me responden.

Y bajo a su vez de la silla para caminar al lado del capitan a quien tenia afecto desde hacia muchos anos.

– ?Que te ha parecido la jornada de ayer?

– Que las hemos visto peores, Vuestra Excelencia.

– Es posible, pero en cualquier caso no hemos conseguido destrozar el centro austriaco.

– Hemos resistido.

– Si, hemos resistido en la proporcion de uno contra tres, pero eso no basta.

– A partir del amanecer tendremos tropas frescas y el ejercito de Davout. En cambio los austriacos no esperan ningun refuerzo.

– Su ejercito de Italia…

– Aun esta lejos.

– ?Manana tenemos que vencer, Marbot, y no importa a que precio!

– Si vos lo decis, asi sera.

– ?No me aduleis, por favor!

– Os he visto atacar cien veces, y el ejercito os quiere.

– ?Los ofrezco a los canones y las bayonetas y me quieren! A veces ya no lo comprendo.

– Es la primera vez que os veo dudar, Vuestra Excelencia.

– ?Ah, si? En Espana tenia que dudar en silencio.

– Ya llegamos…

Por aquel lado de los vivaques de Massena no habia centinelas, y los dos hombres pasaron sin hacer ruido entre los soldados que dormitaban en el suelo. Cerca de una fogata vieron la alarga da silueta con la espalda curvada de Massena y, a su lado, la de Bessieres. Como Marbot iba adelantado, el mariscal Bessieres le reconocio por su sombrero de civil, que utilizaba porque, debido a una herida en la frente que recibio en Espana, no podia soportar el tradicional gorro de piel de los ordenanzas de Lannes. Bessieres creyo que venia solo y le espeto:

– Capitan, ya que venis en busca de informes, os voy a dar uno. ?Volved y decid a vuestro amo que no olvidare sus insultos! Lannes, que tenia un temperamento ardiente, empujo a un lado a su edecan y se mostro a la luz del vivaque.

– Senor -le dijo a Bessieres, conteniendo apenas la colera-, ?el capitan Marbot sabe arriesgar la vida y encajar los golpes! ?Habladle en otro tono! ?Le han herido diez veces, mientras que otros desfilan ante el enemigo!

Bessieres alzo la voz, algo que no era nada propio de el.

– ?Que yo desfilo? ?Y tu? ?No te he visto enfrentado a los ulanos!

– ?Unos se baten y otros prefieren espiar y denunciar!

La alusion era ruda pero clara. Lannes reavivaba su antigua enemistad. Cuando, al tomar el partido de Murat contra el suyo, Bessieres habia advertido que Lannes rebasaba en doscientos mil francos el credito para el equipamiento de la guardia consular que mandaba, Napoleon retiro en seguida ese mando a Lannes. Y Murat se caso con Caroline. Aquella noche, ante el pueblo de Aspern, que no cesaba de arder, el odio de los dos mariscales ya no tenia limites.

– ?Es demasiado! -exclamo Bessieres-. ?Vas a rendirme cuentas!

Massena, con los brazos cruzados, esperaba que la querella cesara, pero Bessieres habia desenvainado la espada, imitado al punto por Lannes, e iban a batirse en duelo. Massena se interpuso entre ellos.

– ?Basta!

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