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La batalla - Rambaud Patrick - Страница 25


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– ?No te duermas! -le insto Rondelet.

– Lo intento -replico Paradis, con el dedo en el gatillo, el hombro derecho magullado por los retrocesos.

– Si te duermes van a liquidarte. Un difunto que ronca… eso no cuela.

Y, a modo de ejemplo, alzo el brazo inerte de uno de sus companeros, el cual tenia embadurnada la cara con sus propios sesos,,porque una bala de metralla le habia destrozado la frente. -Este no hace ningun ruido -siguio diciendo Rondelet.

– ?Ya esta bien!

Alcanzado por las andanadas austriacas, el cuerpo del caballo se estremecia. Delante, en la calle, unos tiradores se habian emboscado detras de un arado volcado. Se levantaron de subito para retroceder corriendo. El herido al que llevaban como un saco, sujetandole por el cuello de la guerrera, gemia con un mohin infantil y dejaba tras el un arroyuelo de sangre absorbido en seguida por la tierra. Al pasar ante el caballo muerto que servia como puesto de cazador a Paradis, Rondelet y unos cadaveres muy destrozados, los fugitivos gritaron:

– ?Tienen canones, hay que largarse o volaremos en trocitos con los pajaros!

En efecto, las bocas de fuego tomaban ahora en enfilada la alineacion de las casitas, por lo que mas valia salir pitando. Rondelet y Paradis convinieron en correr a la plaza de la iglesia, donde se concentraba el grueso del batallon.

– ?Hay que pasar atras, y rapido!

Reptaron hacia la puerta de una casa por el suelo guijarroso y se levantaron en cuanto estuvieron en el interior, donde encontraron a sus camaradas que seguian desgarrando cartuchos.

– La polvora se esta agotando -se quejo un tirador fornido con mostacho y la cabellera recogida en la nuca.

– ?Nos largamos por los jardines! ?Los canones!

– ?Y el sargento esta de acuerdo? -pregunto el del mostacho.

– ?Estas ciego? -le grito Paradis, mostrandole con un gesto del brazo los cadaveres en la calle.

– ?Ah, no! -dijo el otro con terquedad-. El sargento ha movido la pierna.

– ?No ha movido nada!

– ?No podemos dejarle aqui!

– ?Vuelve en ti, idiota!

El soldado salio corriendo, doblado por la cintura, pero le alcanzo una andanada antes de que llegara al cuerpo que habia visto moverse, giro sobre si mismo, con sangre en la boca, y se desplomo contra las patas tiesas del caballo que servia de barricada.

– ?Maldita sea! -gruno Rondelet.

– ?Estamos perdiendo el tiempo! -vocifero Paradis-. ?De prisa!

Los supervivientes de aquel puesto demasiado avanzado recogieron los fusiles, y se los pusieron bajo el brazo como si fuesen haces de lena. Rondelet recogio al pasar un asador dejado en la chimenea, y se encaminaron al jardincillo cerrado por setos bajos, que saltaron rasgunandose para rodear la calle peligrosa. Se guiaron por la ruina del campanario de Aspern, se perdieron, se alejaron, regresaron, tropezaron con un murete derrumbado, se internaron en la maleza, treparon por cascajales, se torcieron los tobillos, cojearon, cayeron, se golpearon, se desgarraron la ropa en las zarzas, pero el temor de morir sepultados o calcinados les causaba una loca energia. Oyeron los canones que barrian la calle principal. Un obus cayo sobre la casa que acababan de abandonar y las vigas del techo fueron pasto de las llamas. Se cruzaron con otros fugitivos cuyos uniformes estaban chamuscados y cuando llegaron a los muros del cementerio su grupo se habia ampliado. Todavia tuvieron fuerzas para escalarlos, saltar al otro lado, sobre las tumbas, y de cruz en cruz llegaron a la iglesia. Massena y sus oficiales estaban en pie. Las ramas de los grandes olmos fulminados les caian encima.

Fayolle habia recuperado el caballo de su amigo Verzieux, mas nervioso que el suyo y cuyos flancos debia apretar, pero la jornada avanzaba y al cabo de una decena de cargas brutales el jinete y su montura estaban extenuados por igual. Los hombres volvian a la carga, se iban, repartian sablazos, las filas se desparramaban y los austriacos no retrocedian. A Fayolle le dolia la espalda, los brazos, sentia dolor por todas partes y el sudor le entraba en los ojos, que se enjugaba con la manga en la que la sangre de Verzleux se habia secado formando una costra pardusca. Clavo las espuelas en el caballo hasta hacerle sangrar, y el animal resoplo. Con el sable en una mano y un botafuego austriaco encendido en la otra, sujetaba la brida con los dientes y se disponia a retroceder con su peloton para descansar un momento entre dos asaltos, cuando los cazadores de Lasalle pasaron rozandole y gritando:

– ?Por aqui! ?Por aqui!

?Quien estaba al mando en el tumulto y la confusion de la batalla? En aquel momento Fayolle y su colega Brunel descubrieron al capitan Saint-Didier que salia de la humareda, perdido el casco y con los brazos alzados en su direccion para incitarlos a seguir a los cazadores, asi como otros coraceros de la tropa diseminada. Juntos forzaron a sus caballos todo lo posible para abalanzarse de costado sobre los ulanos que agobiaban a los jinetes de Bessieres. Los austriacos, sorprendidos, volvieron sus lanzas con banderines hacia los atacantes, pero no tuvieron tiempo de maniobrar sus caballos y recibieron la embestida de costado sin poder cargar. Fayolle hundio la mecha encendida de su botafuego en la boca abierta de un ulano, empujo el mango con todo su peso en el gaznate, y el otro cayo al suelo retorciendose, presa de violentos espasmos, con los ojos en blanco y la garganta quemada. A unos pasos, el mismo mariscal Bessieres, a pie, sin sombrero, con una manga arrancada, paraba los golpes con dos espadas que cruzaba por encima de la cabeza. En el cuerpo a cuerpo, los ulanos tropezaban con sus lanzas demasiado largas y no tenian tiempo de desenvainar sus espadas o los fusiles de arzon, por lo que abandonaron rapidamente la plaza, dejando alli a sus muertos y algunos caballos. Bessieres monto uno de aquellos caballos de crines rapadas y silla roja ribeteada de oro, y entonces volvio hacia la retaguardia acompanado por sus salvadores y los restos de su escuadron.

En el vivaque le esperaba un oficial con uniforme de gala. Era Marbot, el edecan favorito del mariscal Lannes, el cual le anuncio con cierto embarazo:

– El senor mariscal Lannes me ha encargado que diga a Vuestra Excelencia que le ordena cargar a fondo…

Bessieres se sintio insultado. Su semblante adquirio el color de la ceniza, y replico en un tono despectivo. Jamas lo hago de otro modo.

La antigua enemistad entre los dos mariscales volvia a surgir a la menor ocasion. Los dos eran gascones, cada uno tenia celos del otro y se oponian desde hacia nueve anos, cuando Lannes es peraba esposar a Caroline, la frivola hermana del primer consul. Acusaba a Bessieres de haber apoyado a Murat contra el: ?acaso no habia sido el testigo de ese matrimonio?

Berthier habia instalado su cuartel general en los toscos edificios del tejar de Essling, que parecia un reducto con vigias en los tejados, tiradores en las ventanas e incluso canones en la planta baja. Lannes entro furioso en la sala donde Berthier habia desplegado sus mapas sobre caballetes, unos mapas que iba modificando segun las noticias que le llegaban del frente o las ordenes del emperador.

– ?La caballeria es incapaz de liberarnos rompiendo el cerco! -dijo Lannes.

– A la larga lo conseguira.

– ?Y Massena? ?En su lado todo arde! ?Cuantos ejercitos tendremos encima cuando Hiller haya terminado con el?

– Aspern no ha caido todavia.

– ?Hasta cuando? ?Por que no enviamos ahi el refuerzo de la Guardia?

– ?La Guardia se quedara delante del puente pequeno para garantizar el paso a la isla!

El emperador acababa de entrar en la estancia, y habia pronunciado esta ultima frase en un tono de disgusto. Aparto con rudeza a Berthier para consultar los mapas. Inquieto ante el cur so de los acontecimientos, no habia podido soportar durante mucho tiempo permanecer al margen bajo los abetos de la isla Lobau. Napoleon comprendia que si el archiduque hubiera atacado antes, por la manana, le habria vencido, pero la suerte aun podia dar un giro. La victoria de Austerlitz se habia ventilado en quince minutos. El sol se pondria al cabo de hora y media, y habia llegado el momento de replicar. Berthier explico:

– Una parte del cuerpo de Liechtenstein ha reforzado las tropas de Rosenberg, Sire, pero Essling resistira hasta la noche. Nuestros parapetos son solidos.

– Por desgracia -anadio Lannes-, nuestros jinetes multiplican las cargas inoperantes que apenas nos alivian.

– ?Deben derrotar a los austriacos en la planicie! -exclamo el emperador-. ?Lannes, reunid a toda la caballeria y lanzadla en bloque! ?Atacad! ?Llevad los canones de Hohenzollern! ?Volvedlos contra el! ?Quiero que lo arraseis todo bajo un diluvio de fuego y hierro!

Lannes inclino la cabeza y salio con sus oficiales. El gran puente flotante seguia sin estar consolidado, los soldados de Oudinot y Saint-Hilaire no podian acudir en su rescate. ?Y si la caballeria se perdia en ese asalto masivo? Los austriacos, estimulados, sin nadie que les cerrase el paso, se lanzarian en gran numero y por todas partes contra los dos pueblos.

– ?Que opinas, Pouzet? -pregunto Lannes tomando el brazo de su viejo amigo, un general de brigada que le seguia de campana en campana y que no hacia mucho le habia dado lecciones de estrategia.

– Su Majestad razona sin cesar de la misma manera. Sigue basando su accion en la rapidez y la sorpresa, como lo hiciera antes en Italia, pero en estas grandes planicies del norte de Europa el terreno se presta mal, y luego el movimiento, la ofensiva, requiere ejercitos ligeros y muy moviles, motivados, que viven en el pais como bandas de condotieros. Pues bien, nuestros ejercitos se han vuelto demasiado pesados, lentos, fatigados, jovenes, desmoralizados…

– ?Callate, Pouzet, callate!

– Su Majestad ha leido a Puysegur, Maillebois, Folard, y luego a Guibert y Carnot, quien quena restituir a la guerra su salvajismo. Lo que preconizaban Carnot y Saint Just era valido para su epoca. ?Por supuesto, un ejercito que tiene alma debe prevalecer sobre los mercenarios! ?Donde estan hoy los mercenarios? ?Y de que lado estan los patriotas? ?No lo sabes? Te lo voy a decir: los patriotas toman las armas contra nosotros, en el Tirol, en Andalucia, en Austria, en Bohemia, y pronto en Alemania, en Rusia…

– Ves las cosas con precision, pero callate, Pouzet…

– No tengo inconveniente en callarme, pero se sincero: ?todavia crees en esto?

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