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Viernes o Los limbos del Pac?fico - Tournier Michel - Страница 28


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Aquella noche un cielo purisimo permitia que la luna llena reinara con todo su esplendor sobre el bosque. Robinson cerro la Residencia, confio tanto a Viernes como a Tenn que se cuidaran mutuamente y se adentro bajo la galeria silvestre por donde se filtraban extranos rayos de plata. Hipnotizados tal vez por el astro apagado, los animalitos y los insectos que por lo general poblaban el brenal con sus murmullos mantenian un solemne silencio. A medida que se acercaba a la loma rosa, sentia que se iba desprendiendo de las preocupaciones cotidianas y se dejaba invadir por una languidez nupcial.

Viernes le daba cada vez mayores preocupaciones. No era ya solo que no se integrara armoniosamente en el sistema, sino que incluso -cuerpo extrano- amenazaba con destruirlo. Uno podia dejar a un lado disparates devastadores, como la desecacion del arrozal, atribuyendolo a su juventud y a su inexperiencia. Pero bajo su aparente buena voluntad, se mostraba completamente refractario a las nociones de orden, economia, calculo, organizacion. «Me da mas trabajo que el que realiza», pensaba con tristeza Robinson con el vago sentimiento de que estaba exagerando un poquito. Ademas, el extrano instinto de Viernes, que le hacia ganarse la comprension y -podria decirse- la complicidad de los animales, que culminaba en una intimidad que resultaba ya irritante con Tenn, tenia desastrosos efectos sobre la pequena poblacion de las cabras, los conejos e incluso los peces. Era imposible meter en aquella cabeza de madera de ebano que aquel pequeno rebano no habia sido agrupado, alimentado y seleccionado mas que para su rendimiento en tanto que destinado a la nutricion y que no estaba alli para la doma, la familiaridad o los simulacros de caza y pesca. Viernes no concebia que pudiera matarse a un animal si no era despues de una persecucion o un combate que le diera algunas oportunidades: ?concepcion peligrosamente novelesca! No comprendia tampoco que existian especies daninas a las que habia que combatir a ultranza y no se habia privado de engordar a una pareja de ratas a la que pretendia hacer crecer y multiplicarse. El orden era una fragil conquista, ganada a duras penas sobre el salvajismo natural de la isla. Los golpes que le daba el araucano, lo trastornaban seriamente. Robinson no podia permitirse el lujo de un elemento perturbador que amenazara con destruir lo que el habia tardado tantos anos en edificar. Pero ?que hacer entonces?

Al llegar a la linde del bosque se detuvo, arrebatado por la grandeza y la suavidad del paisaje. La pradera extendia hasta donde se perdia la vista, su vestido de seda erizado con languidas ondulaciones por efecto de un ligero soplo de viento. Al oeste dormian erguidos los tallos de las canas, apretados como las lanzas de un ejercito, y desde alli brotaba a intervalos regulares el croar armonioso de una rana. Un aliento perfumado le advirtio de que se aproximaba a la loma rosada, cuyas irregularidades del terreno habian sido borradas por la luz de la luna. Las mandragoras se habian multiplicado alli hasta llegar a modificar la fisonomia del paisaje. Robinson se sento con la espalda apoyada en un terraplen de arena y busco con la mano las largas hojas violaceas con los bordes recortados que el habia introducido en la isla. Sus dedos encontraron la redondez de uno de esos frutos tostados que desprendian un olor profundo y fetido, dificilmente olvidable. Sus hijas se hallaban alli -bendicion de su union con Speranza- inclinando sus faldas festoneadas en la hierba negra y el sabia que si arrancaba una de raiz haria surgir las piernas blancas y carnosas del diminuto ser vegetal. Se extendio sobre un surco, algo pedregoso, pero muy envolvente, y gozo del torpor voluptuoso que, ascendiendo del suelo, llegaba a sus rinones. Contra sus labios, apretaba las mucosas tibias y almizcladas de una flor de mandragora. Conocia perfectamente aquellas flores porque habia clasificado sus calices azules, violetas, blancos o purpureos. Pero ?que era aquello? La flor que tenia ante los ojos era rayada. Era blanca con hebras marrones. Se sacude de aturdimiento. No comprende. Aquel pie de mandragora no existia dos dias antes. Hacia sol y habria notado aquella nueva variedad. Por otra parte, llevaba una cuenta topografica muy precisa de sus siembras. Verificara su catastro en la alcaldia, pero esta convencido de antemano de que jamas se habia tendido en el emplazamiento en que habia florecido la mandragora acebrada…

Se levanto. La calma se habia roto; todo el bienestar de aquella noche se habia disipado. Habia nacido en el una sospecha todavia vaga, pero que se habia tornado inmediatamente en rencor contra Viernes. Su vida secreta, los sauces plantados al reves, el hombre-planta, e incluso antes los cactus adornados, la danza de Tenn en las llagas de Speranza, ?no eran todo ello indices que aclaraban el misterio de las nuevas mandragoras?

Log-book .- He vuelto a la residencia en el limite de la agitacion. Desde luego, mi primer impulso ha sido despertar al infame, golpearle despues para hacerle vomitar sus secretos y pegarle todavia mas despues por los crimenes confesados. Pero he aprendido a no actuar nunca bajo el dominio de la colera. La colera impulsa a la accion, pero es siempre a la mala accion. Me he forzado a regresar a mi casa, a colocarme de pie, con los talones unidos delante del atril y a leer al azar algunas paginas de la Biblia. ?Hasta que punto me ha hecho falta contenerme, mientras mi espiritu daba saltos como un cabrito atado con una cuerda excesivamente corta a un poste! Por fin la calma volvio a mi a medida que la palabra majestuosa y amarga del Eclesiastes volaba de mis labios. ?Oh Libro de los libros, cuantas horas serenas te debo! Leer la Biblia es subir a la cima de una montana desde donde se abarca con una sola mirada toda la isla y la inmensidad del oceano que la envuelve. Entonces todas las pequeneces de la vida son barridas, el alma despliega sus inmensas alas y planea, no conociendo ya mas que cosas sublimes y eternas. El pesimismo altivo del rey Salomon era apropiado para hablar a mi corazon que desbordaba rencor. Me gusta leer que no hay nada nuevo bajo el sol, que el trabajo del justo no es mas recompensado que la ociosidad del loco, que es inutil construir, plantar, regar, criar ganado, porque todo es correr tras el viento. Se habria dicho que el Sabio de los sabios halagaba mi atrabiliario humor para descargar sobre mi la unica verdad que me importa, la que esta escrita desde toda la eternidad a la espera de este instante. Y el hecho es que he recibido en pleno rostro, como una bofetada bienhechora, estos versiculos del capitulo IV:

Mas vale vivir con otro que solitario;
dos tienen una buena recompensa en su trabajo,
porque si caen, uno de ellos puede relevar a su companero.
Pero desdichado de aquel que solo esta
y cae sin tener a un segundo que le sustituya.
Del mismo modo si dos duermen juntos, se dan calor,
pero un hombre solo ?podria calentarse?
Y si alguno domina a quien esta solo,
los dos juntos podran resistirle,
y el hilo de tres cabos no se rompe facilmente.

He leido y releido estas lineas y recitandolas todavia fui a acostarme. Me he preguntado por vez primera si yo no habria pecado gravemente contra la caridad al intentar por todos los medios someter a Viernes a la ley de la isla administrada, haciendo resaltar asi que yo preferia la tierra modelada por mis manos antes que a mi hermano de color. Vieja alternativa, es verdad, origen de mas de un desgarramiento y de innumerables crimenes.

Robinson se esforzaba asi por apartar su pensamiento de las mandragoras acebradas. Le ayudaba en ello la urgencia de las labores de desmonte y de reconstruccion que se hacian necesarias, dadas las torrenciales lluvias, y aquellos trabajos le acercaron a Viernes. De este modo pasaban los meses entre disensiones tormentosas y reconciliaciones tacitas. Ocurria tambien que Robinson, profundamente sorprendido por el comportamiento de su companero, no dejaba percibir nada de lo que pensaba y trataba de excusarle cuando se hallaba ante su diario. Eso fue lo que sucedio; por ejemplo, con el asunto del escudo de concha.

Viernes se hallaba ausente aquella manana desde hacia ya varias horas, cuando Robinson fue alertado por una columna de humo que se alzaba tras los arboles, del lado de la playa. No estaba prohibido encender fuegos en la isla, pero la ley exigia que se avisara previamente a las autoridades, precisando el lugar y la hora, para evitar cualquier riesgo de confusion con el fuego ritual de los indios. Para que Viernes hubiera olvidado aquellas precauciones, era preciso que hubiera tenido sus razones, lo que significaba en otros terminos que la tarea a la que se dedicaba no era seguramente de las que complacian a su amo.

Robinson cerro su Biblia, suspirando; luego se levanto y se dirigio hacia la playa tras silbar a Tenn.

No comprendio inmediatamente el extrano trabajo que realizaba Viernes. Sobre una alfombra de cenizas encendidas habia colocado una enorme tortuga a la que habia vuelto de espaldas. El animal no estaba muerto en absoluto, y batia el aire con sus patas. Robinson creyo escuchar incluso una especie de tos ronca que debia ser su manera de quejarse. ?Hacer gritar a una tortuga! ?Era preciso que aquel salvaje llevara el diablo en el alma! Pero en seguida comprendio cual era la finalidad de aquel barbaro tratamiento al ver como el caparazon de la tortuga perdia su concavidad y se enderezaba lentamente por la accion del calor, mientras que Viernes trataba de cortar con un cuchillo las adherencias que lo mantenian todavia unido a los organos del animal. Aun la concha no estaba plana del todo; habia tomado el aspecto de un plato ligeramente curvo, cuando la tortuga, girando sobre uno de sus lados, volvio a encontrarse de pie sobre sus patas. Una enorme ampolla roja, verde y violacea se balanceaba sobre su lomo como una alforja hinchada de sangre y bilis. Con una velocidad de pesadilla, tan de prisa como el mismo Tenn que la perseguia ladrando, corrio hacia el mar y se hundio en el rompiente de las olas. «Es tonta -observo Viernes calmosamente-, manana los cangrejos se la habran comido.» Sin embargo, frotaba con arena el interior del caparazon aplanado. «No hay flecha que pueda traspasar este escudo -explico a Robinson- e incluso las mas gruesas bolas rebotan en el, sin romperlo.»

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