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Anaconda - Quiroga Horacio - Страница 29


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Y el hombre, siempre con la rodilla entre las manos, me miraba con sus azules ojos de pajaro complaciente, muy satisfecho, al parecer, de que a el lo destituyeran y de que yo lo reemplazara.

Precisa que yo le diga a usted, ahora que conoce mi propia historia de cuando fui encargado escolar, que aquel diablo de muchacho tenia una seduccion de todos los demonios. No se si era lo que se llama un hombre equilibrado; pero su filosofia pagana, sin pizca de acritud, tentaba fabulosamente, y no paso rato sin que simpatizaramos del todo.

Procedia, sin embargo, no dejarme embriagar.

– Es menester -le dije formalizandome un tanto- que yo abra esa correspondencia.

Pero mi muchacho me detuvo del brazo, mirandome atonito:

– ?Pero esta usted loco? -exclamo-. ?Sabe usted lo que va a encontrar alli? ?No sea criatura, por Dios! Queme todo eso, con barril y todo, y pincelo a la playa…

Sacudi la cabeza y meti la mano en el baul. Mi hombre se encogio entonces de hombros y se echo de nuevo en su sillon, con la rodilla muy alta

entre las manos. Me miraba hacer de reojo, moviendo la cabeza y sonriendo al final de cada comunicacion.

?Usted supone, no, lo que dirian las ultimas notas, dirigidas a un empleado que desde hacia dos anos se libraba muy bien de contestar a una sola? Eran simplemente cosas para hacer ruborizar, aun en un cuarto oscuro,

al funcionario de menos verguenza… Y yo debia cargar con todo eso, y contestar una por una a todas.

– ?Ya se lo habia yo prevenido! -me decia mi muchacho con voz compasiva- Va usted a sudar mucho mas cuando deba contestar… Siga mi consejo, que aun es tiempo: haga un judas con barril y notas, y se sentira feliz.

?Estaba bien divertido! Y mientras yo continuaba leyendo, mi hombre, con su calva luciente, su aureola de pelo rizado y su guardapolvo de brin de hilo, proseguia balanceandose, muy satisfecho de la norma a que habia logrado ajustar su vida.

Yo transpiraba copiosamente, pues cada nueva nota era una nueva bofetada, y conclui por sentir debilidad.

– ?Ah, ah! -se levanto-. ?Se halla cansado ya? ?Desea tomar algo? ?Quiere probar mi chocolate? Vale la pena, ya le dije…

Y a pesar de mi gesto desabrido, pidio el chocolate y lo probe. En efecto, era detestable; pero el hombre quedo muy contento.

– ?Vio usted? No se puede tomar. ?A que atribuir esto? No descansare hasta saberlo… Me alegro de que no haya podido tomarlo, pues asi cenaremos temprano. Yo lo hago siempre con luz de dia aun… Muy bien; comeremos de aqui a una hora, y manana proseguiremos con las notas y demas… Yo estaba cansado, bien cansado. Me di un hermosisimo bano, pues mi joven amigo tenia una instalacion portentosa de confort en esto. Cenamos, y un rato despues mi huesped me acompano hasta mi cuarto.

– Veo que es usted hombre precavido -me dijo al verme retirar un mosquitero de la maleta- Sin este chisme, no podria usted dormir. Solamente yo no lo uso aqui.

– ?No le pican los mosquitos? -le pregunte, extranado a medias solamente.

?Usted cree? -me respondio riendo y llevandose la mano a su calva frente-. Muchisimo… Pero no puedo soportar eso… ?No ha oido hablar usted de personas que se ahogan dentro de mosquiteros? Es una tonteria, si usted quiere, una neurosis inocente, pero se sufre en realidad. Venga usted a ver mi mosquitero.

Fuimos hasta su cuarto o, mejor dicho, hasta la puerta de su cuarto. Mi amigo levanto la lampara hasta los ojos, y mire. Pues bien: toda la altura y la anchura de la puerta estaba cerrada por una verdadera red de telaranas, una selva inextricable de telaranas donde no cabia la cabeza de un

fosforo sin hacer temblar todo el telon. Y tan lleno de polvo, que parecia un muro. Por lo que pude comprender, mas que ver, la red se internaba en el cuarto, sabe Dios hasta donde.

– ?Y usted duerme aqui? -le pregunte mirandolo un largo momento.

– Si -me respondio con infantil orgullo-. Jamas entra un mosquito. Ni ha entrado ni creo que entre jamas.

– Pero usted ?por donde entra? -le pregunte muy preocupado.

– ?Yo, por donde entro? -respondio. Y agachandose, me senalo con la punta del dedo:

– Por aqui. Haciendolo con cuidado, y en cuatro patas, la cosa no tiene mayor dificultad… Ni mosquitos ni murcielagos… ?Polvo? No creo que pase; aqui tiene la prueba… Adentro esta muy despejado… y limpio, crea usted. ?Ahogarme?… No, lo que ahoga es lo artificial, el mosquitero a cincuenta centimetros de la boca… ?Se ahoga usted dentro de una habitacion cerrada por el frio? Y hay -concluyo con la mirada sonadora- una especie de descanso primitivo en este sueno defendido por millones de aranas que velan celosamente la quietud de uno… ?No lo cree usted asi? No me mire con esos ojos… ?Buenas noches, senor gobernador!, concluyo riendo y sacudiendose ambas manos.

A la manana siguiente, muy temprano, pues eramos uno y otro muy madrugadores, proseguimos nuestra tarea. En verdad, no faltaba sino recibirme de los libros de cuentas, fuera de insignificancias de menor cuantia.

?Es cierto! -me respondio- Existen tambien los libros de cuentas… Hay, creo yo, mucho que pensar sobre eso… Pero lo hare despues, con tiempo. En un instante lo arreglaremos. ?Urquijo! Hagame el favor de traer los libros de cuentas. Vera usted que en un momento… No hay nada anotado, como usted comprendera; pero en un instante… Bien, Urquijo; sientese usted ahi; vamos a poner los libros en forma. Comience usted.

El secretario, a quien habia entrevisto apenas la tarde anterior, era un sujeto de edad, muy bajo y muy flaco, hurano, silencioso y de mirar desconfiado. Tenia la cara rojiza y lustrosa, dando la sensacion de que no se lavaba nunca. Simple apariencia, desde luego, pues su vieja ropa negra no tenia una sola mancha. Su cuello de celuloide era tan grande, que dentro de el cabian dos pescuezos como el suyo. Tipo reconcentrado y de mirar desconfiado como nadie.

Y comenzo el arreglo de cuentas mas original que haya visto en mi vida. Mi amigo se sento enfrente del secretario y no aparto un instante la vista de los libros mientras duro la operacion. El secretario recorria recibos, facturas y operaba en voz alta:

– Veinticinco meses de sueldos al guardafaro, a tanto por mes, es tanto y tanto…

Y multiplicaba al margen de un papel.

Su jefe seguia los numeros en linea quebrada, sin pestanear. Hasta que, por fin, extendio el brazo:

– No, no, Urquijo… Eso no me gusta. Ponga: un mes de sueldo al guardafaro, a tanto por mes, es tanto y tanto. Segundo mes de sueldo al guardafaro, a tanto por mes, es tanto y tanto; tercer mes de sueldo… Siga asi, y sume. Asi entiendo claro.

Y volviendose a mi:

– Hay yo no se que cosa de brujeria y sofisma en las matematicas, que me da escalofrios… ?Creera usted que jamas he llegado a comprender la multiplicacion? Me pierdo en seguida… Me resultan diabolicos esos numeros sin ton ni son que se van disparando todos hacia la izquierda… Sume, Urquijo.

El secretario, serio y sin levantar los ojos, como si fuera aquello muy natural, sumaba en voz alta, y mi amigo golpeaba entonces ambas manos sobre la mesa:

– Ahora si -decia-; esto es bien claro.

Pero a una nueva partida de gastos, el secretario se olvidaba, y recomenzaba:

– Veinticinco meses de provision de lena, a tanto por mes, es tanto y tanto…

– ?No, no! ?Por favor, Urquijo! Ponga: un mes de provision de lena, a tanto por mes, es tanto y tanto…; segundo mes de provision de lena…, etcetera. Sume despues.

Y asi continuo el arreglo de libros, ambos con demoniaca paciencia, el secretario, olvidandose siempre y empenado en multiplicar al margen del papel y su jefe deteniendolo con la mano para ir a una cuenta clara y sobre todo honesta.

– Aqui tiene usted sus libros en forma -me dijo mi hombre al final de cuatro largas horas, pero sonriendo siempre con sus grandes ojos de pajaro inocente.

Nada mas me queda por decirle. Permaneci nueve meses escasos alla, pues mi higado me llevo otra vez a Espana. Mas tarde, mucho despues, vine aqui, como contador de una empresa… El resto ya lo sabe. En cuanto a aquel singular muchacho, nunca he vuelto a saber nada de el… Supongo que habra solucionado al fin el misterio de por que su chocolate, hecho con elementos de primera, habia salido tan malo…

Y en cuanto a la influencia del personaje… ya sabe mi actuacion de encargado escolar… Jamas, entre parentesis, marcharon mejor los asuntos de la escuela… Creame: las tres cuartas partes de las ideas del peregrino mozo son ciertas… Incluso las matematicas…

Yo agrego ahora: las matematicas, no se; pero en el resto -Dios me perdone- le sobraba razon. Asi, al parecer, lo comprendio tambien la Ad ministracion, rehusando admitirme en el manejo de su delicado mecanismo.

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