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Las aventuras de Huckleberry Finn - Твен Марк - Страница 5


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Una manana por casualidad volque el salero a la hora del desayuno. Pesque un poco de sal en cuanto pude para tirarla por encima del hombro izquierdo y alejar la mala suerte, pero la senorita Watson se me adelanto para impedirmelo. Va y me dice: «Quita esas manos, Huckleberry; ?te pasas la vida ensuciandolo todo!» La viuda trato de excusarme, pero aquello no iba a alejar la mala suerte, y yo lo sabia. Despues de desayunar me fui, preocupado y temblando, preguntandome donde me iba a caer y que iba a hacer. Hay formas de escapar a algunos tipos de mala suerte, pero esta no era una de ellas, asi que no trate de hacer nada, sino que segui adelante, muy desanimado y alerta a lo que pasaba.

Baje por el jardin delantero y salte la puertecita por donde se pasa la valla alta. Habia en el suelo una pulgada de nieve recien caida y vi las huellas de alguien. Venian de la cantera, se detenian ante la portezuela y despues le daban la vuelta a la valla del jardin. Era curioso que no hubieran pasado despues de haberse quedado alli. No lo entendia. En todo caso, resultaba extrano. Iba a seguirlas, pero primero me pare a examinarlas. Al principio no vi nada; despues si. En el tacon de la bota izquierda habia una cruz hecha con clavos para que no se acercara el diablo.

En un segundo me levante y baje corriendo el cerro. De vez en cuando miraba por encima del hombro, pero no vi a nadie. Llegue a casa del juez Thatcher en cuanto pude. Me dijo:

—Pero, chico, estas sin aliento. ?Has venido a buscar los intereses?

—No, senor —respondi—; ?me los tiene usted?

—Ah, si, anoche llegaron los del semestre: mas de ciento cincuenta dolares. Para ti, toda una fortuna. Mas vale que me dejes invertirlos con tus seis mil, porque si te los doy te los vas a gastar.

—No, senor —dije—. No quiero gastarmelos. No los quiero para nada; y tampoco los seis mil. Quiero que se los quede usted; quiero darselos a usted: los seis mil y todo.

Parecio sorprenderse. Era como si no lo pudiera comprender. Va y dice:

—Pero, ?que quieres decir, muchacho?

Y voy y le digo:

—Por favor, no me pregunte nada. Se lo queda usted; ?verdad?

Y va y dice:

—Bueno, no se que hacer. ?Pasa algo?

—Por favor, quedeselo y no me pregunte nada… asi no tendre que contar mentiras.

Se lo penso un rato y despues dijo:

—?Ah, ah! Creo que ya entiendo. Quieres venderme todos tus bienes; no darmelos. Eso es lo correcto.

Despues escribio algo en un papel, que me leyo y que decia:

—Mira; veras que dice «por la suma convenida». Eso significa que te lo he comprado y te lo he pagado. Ten un dolar. Ahora firmalo.

Asi que lo firme y me fui.

Jim, el negro de la senorita Watson, tenia una bola de pelo del tamano de un puno que habian sacado del cuarto estomago de un buey, y hacia cosas de magia con ella. Decia que dentro habia un espiritu que lo sabia todo. Asi que aquella noche fui a verlo yle dije que habia vuelto padre, porque habia visto sus huellas en la nieve. Lo que queria saber yo era que iba a hacer y donde pensaba dormir. Jim saco su bola de pelo y dijo algo por encima de ella, y despues la levanto y la dejo caer al suelo. Cayo de un solo golpe y no rodo mas que una pulgada. Jim volvio a probar una vez y otra vez, siempre lo mismo. Se arrodillo y acerco la oreja para escuchar. Pero nada; no queria hablar. Jim dijo que no hablaria si no le dabamos dinero. Le dije que tenia un viejo cuarto de dolar falso y liso que no valia nada porque se le veia un poco el cobre por debajo de la plata y nadie lo aceptaria, aunque no se le viera el cobre, porque estaba tan liso que se resbalaba y todo el mundo lo notaba (pense no decirle nada del dolar que me habia dado el juez). Le dije que era un dinero muy malo, pero que quiza la bola de pelo lo aceptaria, porque a lo mejor no entendia la diferencia. Jim lo olio, lo mordio, lo froto y dijo que conseguiria que la bola de pelo creyese que era bueno porque iba a partir por la mitad una patata irlandesa cruda y a meter en medio la moneda y dejarla toda la noche, que a la manana siguiente no se podria ver el cobre y ya no estaria tan resbaladiza, de forma que cualquiera del pueblo la aceptaria, conque mas una bola de pelo. Bueno, yo ya sabia que las patatas valian para eso, pero se me habia olvidado.

Jim coloco la moneda debajo de la bola de pelo, se agacho y volvio a escuchar. Esta vez dijo que la bola de pelo estaba bien. Dijo que me diria la buenaventura si yo queria. Voy y le digo que adelante. Entonces la bola de pelo le hablo a Jim, y Jim me lo conto. Va y dice:

—Tu padre no sabe entodavia lo que va a hacer. A veces piensa que se va a ir y aluego va y piensa que se queda. Lo mejor es dejar las cosas y que el viejo haga lo que quiera. Hay dos angeles que le dan gueltas. Uno de ellos es blanco y resplandeciente y el otro es negro. El blanco le hace ir por el buen camino un rato y despues viene el negro y lo fastidia to. No se puede saber cual va a ser el ultimo que lo coja. Pero a ti te ira bien. Vas a tener muchos problemas en la vida y muchas alegrias. A veces te lo vas a pasar mal y a veces te vas a poner malo, pero cada vez te vas a poner bueno. Hay dos hembras que importan en tu vida. Una es clara y la otra oscura. Una es rica y la otra es probe. Tu te vas a casar primero con la probe y luego con la rica. Tienes que tener mucho cuidiao con el agua y no tener aventuras, porque esta escrito que te van a ahorcar.

Aquella noche, cuando encendi la vela y subi a mi habitacion, alli estaba padre, ?en persona!

Capitulo 5

Yo habia cerrado la puerta. Entonces me di la vuelta y alli estaba. Antes le tenia miedo porque me pegaba todo el tiempo. Pense que ahora tambien se lo tendria, pero al cabo de un minuto vi que me habia equivocado, o sea, despues del primer susto, como quien dice, cuando me quede sin aliento, porque no me lo esperaba para nada; pero en seguida me di cuenta de que no le tenia tanto miedo.

Tenia casi cincuenta anos y los aparentaba. Llevaba un pelo largo, enredado y grasiento que le colgaba hasta el cuello, y por el medio se le veian los ojos que le brillaban como si estuviera escondido detras de una parra. Lo tenia todo negro, sin canas; igual que la barba larga y desordenada. No tenia nada de color en la cara, donde se le veia; estaba todo blanco, no como otros hombres, sino de un blanco que daba asco, un blanco que le daba a uno picores, un blanco de sapo de arbol, de vientre de pez. Y de ropa: harapos y nada mas. Tenia apoyado un tobillo en la otra rodilla; la bota de aquel pie estaba rota y se le veian dos de los dedos, que movia de vez en cuando. Habia dejado el sombrero en el piso: un viejo chambergo con la copa toda hundida, como una tapadera.

Me quede mirandolo; el siguio sentado mirandome, con la silla echada un poco atras. Deje la vela en el suelo. Vi que la ventana estaba levantada, asi que habia subido por el cobertizo. No hacia mas que mirarme. Al cabo de un rato va y dice:

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